La paradoja del agua: Inundaciones en Valencia y embalses vacíos
Las lluvias torrenciales que han golpeado recientemente la Comunidad Valenciana son un claro ejemplo de cómo la gestión inadecuada de los recursos y la infraestructura puede convertir la abundancia en escasez. Millones de litros han caído del cielo, inundando ciudades y provocando una devastación incalculable, pero al mismo tiempo, los embalses de la región se encuentran en un preocupante 39,62% de su capacidad. ¿Cómo es posible que, tras semejante diluvio, sigamos enfrentándonos a cifras que revelan una preocupante falta de agua almacenada? La respuesta, una vez más, recae en la planificación deficiente y en la falta de una política hídrica acorde con los retos actuales.
Un sistema que deja escapar el futuro
El problema radica en que el agua no está siendo gestionada para convertir la abundancia episódica en una garantía de suministro a largo plazo. Las lluvias torrenciales, lejos de ser un beneficio, se convierten en un desperdicio cuando no existen infraestructuras adecuadas para capturar y almacenar esta agua. Los embalses, diseñados para ser reservas estratégicas frente a las sequías, no cumplen su función porque no se invierte lo suficiente en su mantenimiento, ampliación o en la creación de nuevos sistemas de retención.
El agua que inunda las calles y destruye hogares podría haber sido redirigida hacia estos embalses mediante una red de drenajes bien planificada, canales y otras soluciones hidráulicas modernas. Sin embargo, una vez más, la improvisación y la falta de visión a largo plazo han transformado lo que debería ser una oportunidad en una crisis.
¿Por qué no aprendemos?
La Comunidad Valenciana no es nueva en el enfrentamiento con DANAs, lluvias torrenciales y sequías prolongadas. El ciclo es bien conocido: lluvias devastadoras seguidas de largos periodos de sequía. Pero en lugar de aprender de la experiencia, los responsables políticos han perpetuado un sistema que prioriza el corto plazo sobre soluciones estructurales. Las inversiones en infraestructuras de captación y almacenamiento de agua, aunque costosas al principio, son rentables en el largo plazo, tanto en términos económicos como en la seguridad hídrica y la reducción de daños por inundaciones.
Mientras tanto, el agua que no se aprovecha en los embalses sigue su curso hacia el mar, llevando consigo el futuro que podría haber asegurado abastecimiento para la agricultura, la industria y la población. Y todo esto en una región donde las sequías son una amenaza constante, y donde los agricultores y comunidades rurales dependen críticamente de estos recursos.
Reflexión y acción
La situación actual debería ser un llamado urgente a replantear nuestra relación con el agua. Necesitamos una política hídrica nacional y regional que priorice la captación, almacenamiento y uso eficiente de este recurso vital. Esto incluye:
La paradoja de ver a la Comunidad Valenciana ahogarse bajo el agua mientras sus embalses permanecen vacíos es una imagen poderosa que debería obligarnos a actuar. No se trata solo de evitar futuras inundaciones o de paliar las sequías: se trata de garantizar un futuro donde el agua sea un recurso al servicio de todos y no una amenaza.
La historia nos ha dado otra lección. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a aprender de ella, o seguiremos dejando escapar el agua, y con ella, nuestro futuro?