La RESIGNACIÓN del HOMBRE VACUO
Hablar por hablar. Escribir por escribir. La abundancia de lo superfluo, la redundancia de lo vano. Los nuestros parecen ser tiempos signados por el exceso, de necesidades imposibles de saciar, de una vorágine incontenible por más. No importa de qué, ni para qué, mientras sea más.
Más palabras que lleve el viento, más líneas de tinta plasmadas en papel, más bytes viajando por el ciberespacio de un lado a otro del mundo, sin llegar a poner en contacto a nadie. El interés ha dejado de estar en el contenido, para centrarse en las formas.
Parecería que lo que importa es tan solo seguir adelante, sin entrar en el análisis de las consecuencias del movimiento permanente hacia ningún lugar. No faltan quienes proclaman que lo que importa no es avanzar, sino en todo caso no volver hacia atrás. Como si de lo que dejamos a nuestras espaldas nada pudiera aprenderse.
El riesgo de andar a tientas, desprovistos de referencia alguna, es volvernos prisioneros de la inmediatez. Despojados de certezas, dejamos de cuestionar los fundamentos de absolutamente todo cuanto nos rodea. El ayer deja de ser la medida con la que se compara el hoy, y en consecuencia todo se vuelve nuevo. Desdibujándose la comunión con un futuro compartido, haciendo irrelevante el aprendizaje y, más que nada, el hábito de la reflexión.
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De ponerla en práctica recordaremos que lo que vemos, y en consecuencia, lo que creemos acerca del mundo, no surge de lo que nos llega de fuera, sino desde nuestro interior. Podemos reunirnos con otros y llegar a coincidir sobre algo, a convenir respecto de una forma de entender las cosas, pero no por ello se volverá una verdad absoluta, sino una verdad consensuada.
De la misma forma, si el mundo es un buen o un mal lugar, si quienes nos rodean son generosos o egoístas, si la alegría puede más que la tristeza, en definitiva son cuestiones cuyas respuestas tienen todas un mismo origen: la realidad no es como es, ya que el mundo que cada día ayudamos a construir depende, fundamentalmente, de aquello en lo que nosotros queramos creer.
Un sinceramiento que libera y empodera, al invitarnos a ver lo que los demás no ven y crear lo que aún no ha sido creado. Ya que, como bien aconsejara Ernesto Sábato, la mejor manera de contribuir a la protección de la humanidad, es no resignarse.
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