LA SABIDURIA DE LAS MULTITUDES

LA SABIDURIA DE LAS MULTITUDES

En 1907, sir Francis Galton pidió a 787 personas que estimaran el peso de un buey. Descubrió que el promedio de sus opiniones era más preciso que la de los mejores expertos y así descubrió “la sabiduría de las multitudes”.

Este resultado simple choca con una intuición muy arraigada: en el fervor del diálogo masivo desaparece la diversidad y emanan ideas extraordinariamente delirantes. Es que las ideas, como la risa, el llanto, el miedo y el entusiasmo, son altamente contagiosas y las multitudes, que se reúnen hoy más que nunca en redes sociales, convergen con gran facilidad hacia el delirio.

¿Cómo puede ser que la acumulación de opiniones converja a veces a la sensatez y otras al delirio?

La respuesta es simple. La buena conversación ocurre solo en su hábitat natural. En primer lugar, aunque suene elemental, los grupos tienen que ser pequeños. En una multitud se dispara fuego verbal, pero no se conversa. También es necesaria una mentalidad abierta y predisposición de escuchar e intercambiar ideas.

Los griegos fueron pioneros en construir una visión compartida del mundo a través de la conversación. La filosofía, como señala Platón en su Banquete, se hace conversando y no, escribiendo en un cuarto aislado. Y la oda a la buena conversación se repite cíclicamente a lo largo de la historia humana. Hace unos quinientos años, Michel de Montaigne se adelantó a la Ilustración y el humanismo con esta misma premisa: señalar que se había perdido la buena conversación como laboratorio principal de ideas. Y así esbozó en sus ensayos los principios del arte de conversar:

§ No ofenderse con el que piensa distinto y abrazar a quien nos contradice.

§ No hablar para convencer sino para disfrutar.

§ Hablar desde la voz propia y no de una repetición enciclopédica de citas.

§ Dudar de uno mismo y recordar que siempre podemos estar equivocados.

§ Usar la conversación como un espacio vital para juzgar nuestras propias ideas.

§ Valorar las ideas por el impacto que causan cuando las ponemos en práctica.

§ No confundir lo bello con lo cierto.

§ Evitar prejuicios, distinguiendo ejemplos concretos de las generalizaciones.

§ Reflexionar sobre lo que aprendimos del otro en la conversación.

Montaigne es un héroe atípico que, a pesar de no ser más fuerte ni correr más rápido, entendió que la palabra es la herramienta más virtuosa para moldear nuestras ideas y se sirvió de ella para resolver uno de los conflictos más violentos de su tiempo.

Las conversaciones en grupos pequeños conservan lo mejor de los dos mundos: nos permiten revisar y corregir errores sin perder la diversidad de pensamiento. Esta es la frontera entre la sabiduría y la locura de las masas, el territorio que saca lo mejor de la sabiduría colectiva.

Fuente: El poder de las palabras, de Sigman, Mariano

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