La sociedad escapista

La sociedad escapista

La “sociedad líquida” (o ese estado fluido y volátil de la sociedad actual, sin valores sólidos, y caracterizada por la incertidumbre y la vertiginosa rapidez de los cambios), magníficamente conceptualizada por Zygmunt Baumant. Junto a la definición de “hombre light” de Enrique Rojas, ese que es hedonista, entroniza el placer, el consumismo y la acumulación de bienes… Ahora tienen un nuevo aliado: la revolución tecnológica.

Revolución tecnológica que en vez de aspirar a ayudarnos a ser más humanos y vivir mejor, todos y cada uno de nosotros (utopía), sirve para que algunos iluminados jueguen a ser dioses. Y para ello qué mejor que vencer a la muerte y convertirnos en un híbrido inmortal diseñado en el laboratorio de su torre de Babel de silicio (distopía). Este transhumanismo deshumanizador es la expresión digital del mito de Lucifer, el que entrega la luz. La luz del conocimiento o la manzana de Adán y Eva. El conocimiento es maravilloso cuando se convierte en sabiduría, de lo contrario se pudre. Y para transformar conocimiento en sabiduría hay que poner en práctica ese conocimiento adquirido. Ponerlo en práctica y arriesgarse. Arriesgarse a vivir con todas nuestras imperfecciones y acorde a las leyes universales, “como es arriba es abajo” está escrito en el Kybalion. Deberíamos hacer de la tecnología (que en si misma no es buena ni mala) un aliado del hombre para convertir la Tierra en un paraíso terrenal como en el discurso final de El gran dictador, la película de Chaplin. La tecnología como medio, no como un fin en si mismo.

Pero esta sociedad nuestra del conocimiento vacío de experiencia ha optado por buscar vías de escape al sufrimiento nada búdicas y, por supuesto, alejadas de la sabiduría. Por eso nos hemos convertido en una sociedad escapista:

Escapamos de responsabilidad de crecer espiritualmente, de tomar conciencia y de ser conscientes. No queremos envejecer y tampoco queremos madurar psicológicamente. De esta forma nos robamos a nosotros mismos el desafío de aprender y disfrutar de cada etapa de la vida. Escapamos del sufrimiento… sobre todo el psicológico y el emocional, porque aprender a gestionar emociones cuesta y es una tarea pesada. Y claro, queremos escapar del esfuerzo, queremos que todo sea fácil y sencillo… todo para dummies, todo muy new age, que sea suficiente con desearlo. También escapamos del compromiso duradero, con los demás y con nosotros mismos. Escapamos de los valores éticos y morales y de la Verdad por el “todo es relativo”. Si hay que luchar mejor buscar la salida y pedir la cuenta. Nos pasamos la vida escapando sin darnos cuenta que somos esclavos. Queremos escapar del presente constantemente. Escapar de tener que elegir y tomar decisiones¡Mejor todo mascadito!. Escapamos de la pérdida y ahora queremos por fin escapar de la muerte. La muerte no es triste, lo triste es no vivir la vida. Lo triste es escapar de las verdaderas bendiciones de la existencia, como el amor, la compasión, la bondad, la generosidad… no sólo por los demás, sino también por nosotros mismos. La vida da miedo, es cierto, pero el miedo es una emoción básica que nos pregunta¿Qué necesitas? ¿Qué te falta? ¿Qué te lo impide?… y es en ese punto donde conocimiento se transforma en sabiduría y la vida cobra sentido. Dejamos de escapar y afrontamos la existencia como personas libres. Con voluntad de actuar.

No hay nada de lo que escapar realmente. Porque lo más penoso es que en realidad, de lo que queremos escapar como sociedad es de nuestra humanidad. Renunciamos a ser humanos responsables y plenos. Renunciamos a evolucionar desde la espiritualidad, que a diferencia de la religión supone creer en nuestra propia experiencia, no en la de otros. Pero para eso hay que vivir y dejar de huir. Y ahora, estamos a punto de vender nuestra alma (o humanidad para no creyentes) a cambio de una cárcel eterna no de oro, sino de silicio.


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