La tecnología avanza... ¿y la educación?

La tecnología avanza... ¿y la educación?

Cada vez que pienso en el crecimiento acelerado de la tecnología y educación de las nuevas generaciones se me viene la palabra creatividad la mente. Todo niño es un artista, bailarín o cantante hasta que inicia la escuela o bien hasta que comienza a socializar.

Con el paso de los años, los dibujos que los entretenían por horas y horas, ya no se ven tan geniales como él o ella pensaban durante su elaboración, bailar da pena y cantar mucho más; luego pesa más la valoración ajena que la propia, a tal punto que luego, simplemente, se entrega la base de la felicidad al asesino de sueños y star-ups más grande: El Qué Dirá La Gente.

Cuando este niño pasa a formar parte de la comunidad económicamente activa, se le demanda creatividad y capacidad de resolución de conflictos, pero... ¿el sistema educativo lo formó para eso? ¿la sociedad impulsó sus ideas o las limitó con críticas "constructivas? ¿esperamos corregir aspectos formativos cuando ya están dando de lo tienen a la mano?

Helen Buckley ha logrado encerrar en una pequeña historia cómo es limitada la creatividad en los primeros años de modo que el pensamiento común tiende a pesar más que la originalidad:

EL NIÑO PEQUEÑO

Una vez un niño pequeño fue a la escuela. Era bastante pequeño y era una escuela bastante grande. Pero cuando el niño pequeño descubrió que podía entrar a su salón desde la puerta que daba al exterior, estuvo feliz y la escuela ya no parecía tan grande.

Una mañana, luego de haber estado un tiempo en la escuela, la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer un dibujo”. ¡Qué bueno!, pensó el pequeño. Le gustaba hacer dibujos. Podía hacerlos de todas clases: leones y tiburones, pollos y vacas, trenes y barcos; y sacó su caja de crayones y empezó a dibujar.

Pero la maestra dijo: ¡Esperen!, aún no es tiempo de empezar y esperó a que todos estuvieran listos. Ahora, dijo la maestra, vamos a dibujar flores. ¡Qué bien!, pensó el pequeño, le gustaba hacer flores y empezó a hacer unas flores muy bellas con sus crayones rosados, naranjas y azules.

Pero la maestra dijo: ¡Esperen!, yo les enseñaré cómo. Y era roja, con el tallo verde. Ahora, dijo la maestra, ya pueden empezar. El pequeño miró la flor que había hecho la maestra, luego vio la que él había pintado, le gustaba más la suya, mas no lo dijo. Sólo volteó la hoja e hizo una flor como la de la maestra. Era roja, con tallo verde.

Otro día, cuando el pequeño había abierto la puerta desde afuera, la maestra le dijo: “hoy vamos a hacer algo con arcilla”. ¡Qué bien!, pensó el pequeño, le gustaba la arcilla. Podía hacer toda clase de cosas con la arcilla: empezó a estirar y revolver su bola de arcilla.

Pero la maestra dijo: ¡Esperen, aún no es tiempo de empezar! Y esperó a que todos estuvieran listos. Ahora, dijo la maestra, vamos a hacer un plato. ¡Qué bien!, pensó el pequeño. Le gustaba hacer platos y empezó a hacer algunos de todas formas y tamaños. Entonces la maestra dijo, ¡Esperen!, yo les enseñaré cómo. Y les enseñó cómo hacer un solo plato hondo. Ahora, dijo, ya pueden empezar. Y muy pronto, el pequeño aprendió a esperar y a ver y a hacer cosas iguales, y muy pronto no hacía cosas de él solo.

Luego sucedió que el niño y su familia se mudaron a otra ciudad y el pequeño tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era más grande que la otra y no había puerta del exterior hacia el salón. Tenía que subir grandes escalones y caminar un corredor grande para llegar a su salón.

Y el primer día que estuvo allí, la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer un dibujo”. ¡Qué bien!, pensó el pequeño y esperó a que la maestra le dijera qué hacer. Pero la maestra no dijo nada, solo caminaba por el salón. Cuando llegó con el niño, le dijo: “¿No quieres hacer un dibujo?”, “Sí”, contestó el niño, “¿Qué vamos a hacer?”. No sé hasta que lo hagas, dijo la maestra. “¿Cómo lo hago?”, preguntó el niño. “Como quieras”, dijo la maestra. “¿Cualquier color?”, preguntó el niño. “Cualquier color”, dijo la maestra. “Si todos usaran los mismos colores, ¿cómo sabría yo quién hizo qué y cuál era cuál?”. “No sé”, contestó el niño y empezó a hacer una flor roja con un tallo verde.

Después de leer esto me pregunto: ¿Qué puedo decirles a mis hijos para que no retengan su esencia y den alas a su imaginación? ¿cómo hemos de competir con los modelos de educación estandarizados? ¿será que estamos limitando a los nuevos genios por no individualizar las enseñanzas? ¿será que las empresas impulsan modelos internos para sencibilizar en estos temas? ¿se podrán crear comunidades de jóvenes a los que se les impulse en innovación?... ¿será posible hacer algo?

Con tanta información a un click de mouse, pensando en el futuro de las empresas, la humanidad y dando el peso adecuado participación de la juventud y la niñez ¡hagamos algo!... o nunca sabremos si por las aulas de clases nuestros países pasó un Musk, un Zuckerberg, un Jobs a los que hicimos "encajar" y "seguir instrucciones" solamente.

Kath Murillo

Comprometida con el desarrollo integral. Apasionada por los DDHH. Eterna buscadora de caminos para la transformación social. La equidad y la inclusión son mi bandera. Soy una persona vitamina. Voz de los sin voz.

2 años

Genial, Ramón. No sabía tu habilidad para escribir. Gracias. Uno de mis gurús de la educación (Freire) dijo: "Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho"

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Más artículos de Ramón Alberto Reyes

Otros usuarios han visto

Ver temas