La trampa de la productividad
Foto de Carl Heyerdahl en Unsplash

La trampa de la productividad

La promesa de la tecnología siempre ha sido liberarnos, permitirnos disponer de más tiempo para dedicarnos a lo que realmente (nos) importa. Desde las primeras máquinas industriales hasta los dispositivos inteligentes contemporáneos, la narrativa ha sido constante: la tecnología nos hará más productivos, nos permitirá hacer más en menos tiempo y, por ende, disfrutar de más tiempo libre. Sin embargo, la realidad ha demostrado ser otra: en lugar de liberarnos, la tecnología ha reforzado nuestra esclavitud a la productividad, condicionando nuestra vida y percepción del tiempo de manera insidiosa y a menudo invisible.

El mito de la productividad, como lo describe Erik Salvaggio, ha infiltrado nuestras vidas hasta que la eficiencia se ha convertido en un fin en sí mismo. Este mito sugiere que todo lo que hacemos debe ser optimizado, que cualquier actividad puede ser automatizada y que, por lo tanto, el tiempo dedicado a dichas actividades debe ser liberado para otras tareas que, a su vez, pueden ser automatizadas también. Bajo este paradigma, el valor de una tarea no reside en el proceso, la reflexión o el crecimiento personal que pueda proporcionar, sino en la cantidad de tiempo que se pueda ahorrar al realizarla.

Es importante entender que esta mentalidad no es simplemente una consecuencia de la tecnología, sino que surge de una ideología profundamente enraizada en el capitalismo. El capitalismo demanda la producción constante de bienes y servicios, y en este contexto, la eficiencia se convierte en una virtud suprema. Sin embargo, esta eficiencia no está orientada hacia la realización personal o el bienestar social, sino hacia la maximización de la productividad económica. En otras palabras, se espera que los trabajadores produzcan más en menos tiempo, con el fin de generar mayores beneficios para quienes controlan los medios de producción.

A su vez, este enfoque en la productividad ha dado lugar a una forma de trabajo alienado, donde los trabajadores son reducidos a meros engranajes en la maquinaria económica. La tecnología, en lugar de empoderar a los trabajadores, a menudo ha sido utilizada para reforzar esta alienación. Las herramientas tecnológicas no se diseñan necesariamente para mejorar la calidad del trabajo o facilitar un sentido más profundo de propósito; en su lugar, se diseñan para maximizar la eficiencia y, por ende, los beneficios. Como resultado, los trabajadores se encuentran en un ciclo interminable de producción, donde el objetivo es hacer más en menos tiempo, sin detenerse a reflexionar sobre el valor intrínseco de lo que están haciendo.

La escritura y la investigación, actividades intrínsecamente reflexivas y creativas, no están exentas de esta dinámica. El mito de la productividad sugiere que lo más importante es llenar páginas, que lo esencial es el producto final y no el proceso de pensamiento que lleva a la creación de una página completa. Este enfoque reduce el acto de escribir a una tarea mecánica, despojándola de su valor como un ejercicio de pensamiento crítico y creatividad.

Ted Chiang, en su crítica a la tecnología generativa, argumenta que el verdadero valor de la escritura, el arte, la educación y el pensamiento en general, radica en la intencionalidad, en la capacidad de confrontar una subjetividad y extraer de ella un significado que enriquezca nuestra propia experiencia vital. La tecnología, sin embargo, parece estar diseñada para erradicar esta intencionalidad, reemplazándola con una eficiencia vacía y deshumanizante.

La tecnología generativa, como ChatGPT, se presenta como una herramienta que puede facilitar el trabajo intelectual, pero en realidad, lo que ofrece es un atajo que evita el esfuerzo necesario para el verdadero entendimiento. Utilizar estas herramientas para completar tareas sin reflexión es como usar una calculadora avanzada para resolver problemas matemáticos sin aprender las bases de la aritmética: puede proporcionar una respuesta rápida, pero no ayuda a desarrollar las habilidades fundamentales necesarias para comprender el proceso. Este tipo de tecnología refuerza la idea de que el pensamiento crítico y la investigación son barreras que deben ser eliminadas para llegar a una solución, en lugar de ser considerados los cimientos esenciales del verdadero conocimiento.

Lo que quiero decir con esto es que, la ideología de la productividad no es simplemente una cuestión de optimización del tiempo; es un reflejo de una visión del mundo que valora el trabajo abstracto y alienado por encima del trabajo significativo y reflexivo. En este sentido, la tecnología no es neutral; es un instrumento que, en manos del capitalismo, refuerza y perpetúa esta visión del mundo.

Uno de los grandes peligros de esta ideología es que deshumaniza a los trabajadores, transformándolos en meros productores de bienes y servicios. La creatividad, la reflexión, el aprendizaje y el crecimiento personal son vistos como ineficientes y, por lo tanto, se marginan o se eliminan por completo del proceso productivo. La tecnología, en lugar de ser un medio para liberar la creatividad humana, se convierte en una herramienta para restringirla y controlarla.

El resultado es una sociedad donde la productividad se ha convertido en una forma de control, una herramienta para mantener a los trabajadores subyugados y alienados de su propio trabajo. En lugar de utilizar la tecnología para mejorar la calidad de nuestras vidas, la hemos permitido infiltrarse en cada aspecto de nuestra existencia, dictando la manera en que trabajamos, pensamos y vivimos.

Esta forma de ver y vivir la productividad no sólo afecta a los trabajadores, sino que también tiene un impacto profundo en la educación, el arte y la cultura. En lugar de fomentar la creatividad y el pensamiento crítico, la educación moderna a menudo se centra en la adquisición de habilidades que son percibidas como útiles en un mercado laboral dominado por la eficiencia y la productividad. El arte se convierte en una mercancía, valorado no por su capacidad para inspirar o provocar reflexión, sino por su capacidad para generar beneficios económicos. La cultura se transforma en un producto más, un bien de consumo que debe ser producido y distribuido de la manera más eficiente posible.

Con todo esto me surgen un par de preguntas:

  • ¿Cómo podemos equilibrar el uso de la tecnología para mejorar la eficiencia sin sacrificar el desarrollo del pensamiento crítico y la creatividad en el proceso?
  • ¿De qué manera la ideología de la productividad tecnológica está moldeando nuestras percepciones del valor del trabajo y cómo podemos desafiar esta narrativa para promover un enfoque más humano y significativo hacia nuestras actividades diarias?

Gracias por leer. ¡Nos vemos en el futuro!


VIRIDIANA CABRERA

Creative Designer | Illustrator | Visual Creator

3 meses

Desafortunadamente es un proceso histórico ligado a las necesidades del Estado que en escuelas públicas no enseñan a los niños a resolver problemas, sino a mantenerse bajo un margen de educación para convertirse en obreros y trabajadores calificados, siguiendo órdenes.

claudio justo

profesor adjunto en UNLP-Universidad Nacional de La Plata

3 meses

dijo Keynes, "el capitalismo es como andar en bicicleta, si dejás de pedalear, te caés".

Eduardo Hernández Moreira, PCC

PCC Coach & mentor | 🏢 Chus Sanz &Co. | 🎓Trascender Coaching | Especialista en Eneagrama y Desarrollo del talento. Creando contextos para crecer en conciencia e impacto.

3 meses

Me encanta tu proceso crítico y reflexivo. ¡Celebro tu humanidad! 🙏🏼

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