La vida secreta de los bares antiguos y las viejas tascas: Sobre el alma de las cosas
En la cultura japonesa existe una teoría fascinante que sostiene que los objetos viejos o inanimados pueden cobrar vida. Este concepto, conocido como Tsukumogami (付喪神), proviene del folclore japonés y sugiere que los objetos que han existido durante suficiente tiempo desarrollan un espíritu propio. Según esta creencia, después de 100 años, un objeto se transforma en algo más que materia inerte: adquiere un alma, un kami o espíritu, tal como lo describe el sintoísmo, donde todo en la naturaleza —incluso lo aparentemente inanimado— puede tener una esencia espiritual.
Esta visión me resuena cada vez que entro en un bar, una tasca o un mesón. Porque, de alguna forma, estos lugares también parecen tener alma, especialmente los que han resistido el paso del tiempo. Los nuevos bares y "gastrobares", con sus diseños minimalistas, sus líneas pulcras y estéticas propias de grandes ciudades, a menudo me parecen desprovistos de esa chispa vital. Incluso cuando la comida es excelente y el trato es cordial, me cuesta sentirme verdaderamente conectado. La atmósfera, aunque agradable, se siente como si fuera transitoria, y me encuentro incapaz de alcanzar esa sensación de pertenencia que en los bares antiguos parece surgir de forma natural.
«El Tsukumogami (付喪神), proviene del folclore japonés y sugiere que los objetos que han existido durante suficiente tiempo desarrollan un espíritu propio.»
En cambio, los bares que han resistido el paso del tiempo, aquellos que podrían ser considerados Tsukumogami en su propio derecho, tienen algo especial. Sus paredes de azulejos desgastados, las barras de madera maciza que probablemente fueron parte de algún roble centenario, y los platos que han servido miles de comidas, son testigos de incontables historias. Estos lugares no solo sirven alimentos o bebidas, sino que guardan secretos, susurran anécdotas, y nos invitan a ser parte de esa historia. En esos rincones he sido partícipe de risas incontrolables, de conversaciones profundas e íntimas, de promesas y también de decepciones. Cada detalle en ellos parece estar impregnado de la energía de lo vivido, de todo lo que ha pasado por esas mesas y barras.
Cuando viajo, ya no busco los bares de moda, ni aquellos con estrellas Michelín que atraen multitudes. Prefiero un viejo mesón de barrio, un lugar donde el camarero de toda la vida te sirve sin prisa y, entre bromas con los habituales, hace que te sientas parte del lugar, aunque sea tu primera vez. Me encanta observar las conversaciones entre la clientela, escuchar esos intercambios sencillos con el camarero que, tras décadas tras la barra, conoce más historias de las que podría contar. Para muchos, un gesto amable o un comentario en el momento oportuno es todo lo que necesitan para sentirse escuchados, algo que, en estos tiempos de soledad, vale mucho más de lo que parece.
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«Prefiero un viejo mesón de barrio, un lugar donde el camarero de toda la vida te sirve sin prisa y, entre bromas con los habituales, hace que te sientas parte del lugar, aunque sea tu primera vez.»
En España, los bares han sido, y siguen siendo, lugares de encuentro. Son puntos de socialización, donde la bebida y la comida son meros pretextos para lo realmente importante: la conversación, la conexión humana. Es curioso cómo en otras partes del mundo, como en los países anglosajones, beber en solitario en la barra es algo común. Aquí, en cambio, sería, cuanto menos "raro" o propio de una persona con problemas. Un bar, especialmente uno de los de toda la vida, es un refugio colectivo, donde uno no solo acude a saciar el hambre o la sed, sino a alimentar el alma con la compañía de los demás.
Este enfoque me lleva a una reflexión más profunda: en un mundo donde lo nuevo y lo brillante son tan valorados, donde actualizamos todo a la última versión, ¿cuánto espacio dejamos para lo auténtico? ¿Cuánta "alma" pueden acumular las cosas que despechamos con tanta facilidad? Los bares antiguos no solo son testigos del tiempo, sino también de una forma de vida que valoraba la permanencia, el arraigo y el sentido de comunidad. Hoy en día, en un panorama donde las franquicias y los locales “de moda” proliferan, deberíamos preguntarnos si no estamos perdiendo algo valioso en el proceso.
«Un bar, especialmente uno de los de toda la vida, es un refugio colectivo, donde uno no solo acude a saciar el hambre o la sed, sino a alimentar el alma con la compañía de los demás.»
Al final del día, los bares no son solo negocios; son lugares donde las historias se cruzan, donde las vidas se entrelazan, y donde, quizás, los objetos y los espacios cobran vida a través de las experiencias humanas que albergan. En los negocios, al igual que en los bares, buscar la autenticidad —esa esencia que solo se logra con el tiempo y la conexión genuina— es algo que, quizás, no deberíamos perder de vista.
En un mundo que parece correr hacia lo nuevo, lo inmediato y lo efímero, quizás valga la pena detenernos y reconocer el valor de lo que perdura. Los negocios, como los bares, pueden ser más que transacciones: pueden ser lugares donde las personas encuentran algo más profundo, algo que va más allá de lo material. Tal vez sea hora de reivindicar lo auténtico, de buscar ese “alma” que solo surge con el tiempo y el cuidado.
O quizás, simplemente, me hago mayor.
Latin America & Caribbean Territory Manager
2 mesesExcelente nota Daniel, es tal cual lo describiste, me encantan esos lugares que uno dice, estoy en casa, la tertulia, el ser asiduo y parte de esa historia, tener lugares asi es más que valioso y como comunidad deberíamos apostar más a ellos y cuidarlos para que sigan activos con el.pasar del tiempo. Saludos
Cofounder Pomodoro Franquicia S.L.
2 mesesMe encanta
Coordinador de Transformación Digital . Coordinador de Urgencias y Unidad Hospitalizacion a Domicilio en Hospital Universitario Infanta Leonor.Profesor Asociado. Facultad de Medicina.Universidad Complutense.Madrid
2 mesesGrandes conversaciones de lo importante o de lo cotidiano .... buscabas encontrarte con los tuyos
Periodista | Responsable de Comunicación y Marca en EDUCA EDTECH Group | Escritor | Profesor de Marketing y Comunicación | Consultor
2 mesesDani, recuerdo cuando vivía en Estados Unidos y echaba algo en falta -bueno, eran muchas cosas-. Entre ellas, me faltaban las tascas, los garitos, los bares en los que al entrar puedes palpar la historia de una ciudad y sus gentes. Cada día quedan menos de estos bares en España, me temo, y son un patrimonio tan nuestro como los Jardines del Generalife ;)
Profesor de Contabilidad de la Universidad de Barcelona
2 mesesBuena reflexión, compartidas sensaciones