Las elecciones al Congreso de EEUU, un plebiscito sobre Donald Trump
PABLO PARDO. Washington.
La cancha de baloncesto del Instituto Southport, en las afueras de la ciudad de Indianápolis, es la décima más grande de Estados Unidos. Tiene una capacidad para 7.300 personas. El viernes por la noche, Donald Trump no la llenó hasta los topes, sino que la hizo rebosar. Más de 1.500 personas no pudieron entrar, y tuvieron que conformarse con ver al presidente de Estados Unidos en una pantalla de vídeo, soportando estoicamente una llovizna glacial y a 7º centígrados en la noche del estado de Indiana. El discurso empezó, con media hora de retraso, a las 19:30. Las puertas del pabellón deportivo se abrieron a las 16:00. Pero, para conseguir entrar, había que ponerse a la cola, como pronto, a las 14:00.
Trump jugaba en casa. Su discurso fue precedido por el del ex gobernador del estado y ahora vicepresidente, Mike Pence. Pero, aun así, la popularidad en Indianápolis del jefe del Estado y del Gobierno era palpable. En teoría, estaba allí como personaje secundario, para pedir el voto al candidato republicano al Senado Mike Braun, que está empatado con el demócrata Joe Donnelly, en una de las carreras claves en las elecciones legislativas que Estados Unidos celebra hoy. Pero, para el público, la estrella era Donald Trump.
Tratar de analizar algo -unas elecciones- en función de una anécdota - un mitin - no es, verdaderamente, un análisis. Pero la pasión por Trump en Indianápolis coincide con las encuestas. Un sondeo del Instituto Marista de la Opinión Pública y NPR -la radio pública de EEUU, similar a RNE en España- detectó que el 67% de los estadounidenses van a tener en cuenta a Donald Trump a la hora de decidir a quién dan su apoyo. En 2014, en las últimas elecciones de 'medio término', que es como se conoce a las Legislativas cuando no coinciden con las presidenciales, apenas el 47% de los votantes pensaba en Barack Obama.
La oposición demócrata ha decidido hacer de estas elecciones un referéndum sobre Donald Trump, que el jueves celebra los dos años de su inesperada victoria electoral. Y el presidente, fiel a su instinto político, ha aceptado el reto encantado. Trump ha dominado los comicios. Ha dictado los términos del debate, con una retórica de tierra quemada hacia los demócratas y de xenofobia antiinmigrante, con un objetivo: conseguir que ninguna de las dos Cámaras del Congreso pase a manos demócratas y mantener el control republicano, a pesar de que los sondeos apuntan a que el partido de Trump perderá la Cámara de Representantes. Los medios de comunicación y los analistas han criticado esa estrategia del presidente, plagada de mentiras y de cosas que son, lisa y llanamente, imposibles. Pero esa retórica ha sido una inyección de adrenalina al votante de Trump.
Un ejemplo de esa actitud es John. A sus 70 años, este dueño de una empresa que, explica "coloca ascensores de lujo en viviendas caras", estaba soportando la lluvia de la noche de Indiana con un entusiasmo adolescente frente al jumbotron en el que se mostraba a Trump. "Eso que dijo de la Décimocuarta Enmienda me parece interesante", explicaba John, en referencia a la afirmación de Trump de que con una Orden Ejecutiva puede abolir la enmienda constitucional en virtud de la cualtoda persona nacida en suelo estadounidense adquiere inmediatamente la nacionalidad de ese país.
Más allá de que la propuesta sea correcta o no, es absurda, porque Trump no puede reformar la Constitución a decretazo. Pero entrar en un debate imposible sobre Derecho Constitucional no era el objetivo del presidente cuando lanzó su idea en una entrevista a la web de información política Axios. A fin de cuentas, cuatro de sus cinco hijos -Ivanka, John, Eric, y Barron- tienen madre extranjera -Ivana y Melania, checa y eslovena, respetivamente-, con lo que podrían perder la nacionalidad estadounidense de acuerdo con la teoría jurídica de su padre. Pero lo que Trump quería, y lo que logró, fue orientar el debate político en el rechazo sistemático a la inmigración que cautiva a sus bases.
"Un tipo de votante de Trump lo hace por motivos culturales, y eso a menudo significa que vota por una opción contraria a sus propios intereses económicos. El otro tipo lo hace por razones económicas. Y en estas elecciones parce que ambos están movilizados", explica un analista de un centro de estudios independiente que prefiere no dar su nombre.
Los dos votantes a menudo confluyen. John, de nuevo, era un excelente ejemplo. La propuesta de enmienda de la Constitución espoleó su interés por los comicios. Pero no solo vota con el corazón; también lo hace con la cartera. "Mi empresa va muy bien desde que ganó Trump", explica. Cuando se le piden detalles, se hace un lío. "Bueno, hace ocho años estábamos al borde de la quiebra", declara. Ya, pero Trump no lleva en la Casa Blanca ocho años, sino un año y 10 meses. ¿No es la mejoría, entonces, atribuible a Obama? Ahí, John pierde la paciencia. "Lo que yo quiero decir es que el mercado de la vivienda cambió. ¿Fue Trump? No lo sé. Pero es mejor".
El Partido Demócrata no ha encontrado un argumento unificado. Su única opción es el voto anti-Trump por un menú de razones que cada elector tiene, pero que no necesariamente comparte con los otros: género, de raza, de ideología, o de educación. Barack Obama ha sido resucitado para movilizar a las bases. Y su vicepresidente, Joe Biden, ha empezado a hacer lo que de hecho es la precampaña para las elecciones de 2020.
Entretanto, esta campaña ha sido una repetición de la de 2016. Por una parte, una heterogénea coalición de votantes demócratas. Por otra, un sólido grupo trumpista de ciudadanos blancos y con estudios de Bachillerato que no salió por ningún sitio en las encuestas de 2016, y al que los expertos en estudios de la opinión pública están buscando en estos comicios de 2018 con el ansia de un científico que trata de localizar a los ejemplares de una especie en peligro de extinción. Algo paradójico, si se tiene en cuenta que ese votante está a la vista de todos. El atasco de más de dos horas para salir de las carreteras del Instituto Southport, y la cola de una hora para cenar en el vecino restaurante de la cadena Outback, demostraban que los votantes de Trump le van a dar su respaldo en este peculiar referéndum.