¿Le confías todo a ella?
Sé que te cae bien. Es fácil entenderlo: resuelve problemas que se aparecen de pronto y barre tus dudas al instante. Quizás nuestros antepasados hubieran pagado fortunas al tener frente a ellos la oferta de una Robotina invisible a la que puedes preguntarle lo que sea.
Pero, si te dejas, adormece a tu magnífico cerebro y lo convierte en un borbotón de signos de interrogación. Un chorro cada vez más grande, acelerado, casi histérico.
No me cae mal, lo digo en serio. De hecho, la tengo a la mano.
Hoy todos sabemos todo. En una conversación, se desenvainan los gadgets y gana el que sea más veloz para saber el nombre de la canción, la época en que fue un éxito, el filósofo que decía esto o aquello, el proceso del vino que bebes. Todo.
Y así de rápido como llegó a nosotros, lo desechamos.
Si te dejas, ella es más libre que tú. Sueltas el volante de tu creatividad, de tu ingenio, de tu expresión y la pones al mando. Le das los datos y ella se roba tu memoria.
Y, de verdad, no me cae mal.
Las dudas son saludables, energéticas, abren espacios de búsqueda y de investigación. Nos hacen voltear a otras fuentes, a discernir. Pero, si la AI es la única fuente, es como ejercitar tus músculos con impulsores proteicos o estéticos, como si estos vinieran a salvarte de ejercitarte con entrenamiento físico y disciplina.
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¿Acaso la AI es un producto milagro? Te da lo que buscas al momento y no te das cuenta de lo que te quita hasta que pasa el tiempo. ¿Es tu herramienta o te utiliza? Ese es un buen cuento.
Por el rescate de la memoria y de la creatividad, algo tendremos que inventar. Quizás con ayuda de ella, sí. Podemos preguntarle, ¿por qué no? Crear un buen prompt, pero ojo. La solución se debe ejecutar alejados de ella.
Es una herramienta que debe usarse con prudencia. Si no, corremos el riesgo de mimetizar nuestro ser pensante con un ser que cada vez sabe más de lo que somos, mientras nosotros nos preguntamos por qué ya no recordamos una cifra, un teléfono, un nombre o hasta lo que nos gusta comer o beber.
¿Acaso nos convertiremos en sabelotodos bostezando entre nosotros?
Por el rescate de la creatividad, nos toca contar nuestras historias, rearmarlas en un ejercicio creativo y atrevernos a soltar. Para legitimar, para salvar, para mostrar que todavía confiamos en nuestra propia memoria.
Pues a crear… antes de que nos olvidemos de ese mundo cavernario, antiquísimo. El mundo antes de la IA.
Gabriela Torres Cuerva