Liam Echavarría Molloy
CASPAR DAVID FRIEDRICH. ROMANTICISMO. EL MONJE A ORILLAS DEL MAR
8 de abril de 2009 a las 10:10
Si pudiéramos aun con todas las injusticias que representan elegir una obra entre tantas para presentar el carácter del siglo XIX, no cometeríamos un error eligiendo Monje a orillas del mar del pintor Caspar Friedrich.. Aunque este pintor romántico es más representativo por sus obras en las que las figuras humanas le dan la espalda al espectador; claro, que no por descortesía, sino por simpatía, por solidaridad con él.
Como tantos románticos, su vida infortunada plasma la inclinación a los colores oscuros, a las viejas ruinas, a los árboles y a una naturaleza aplacada por los rigores del Báltico, lugar donde nació, vivió y murió. Si hubiera tenido en su mano un limón entero del Mediterráneo, tal vez hubiera corrido a Italia, pero no lo hizo. Vivió los rigores de su pietismo en la patria de Kant.
Siempre me llamó la atención sus figuras de espaldas. Encontré una cierta explicación, muy personal, que es una manera de decir, desacertada, propia de mi impericia en el arte. La muerte rodea su vida desde la más corta infancia, madre, y hermanos. Entre ellos, el joven Johan Christian Friedrich quien murió ahogado en un lago helado. El joven Caspar de siete años había caído en sus aguas al quebrarse el hielo y su hermano, tal vez de quince años, se arrojó al lago y logró salvarlo, pero no pudo sobrevivir a su acto heroico. Más adelante, todas esas figuras de espalda están como mirando y esperando que de esas aguas heladas del pasado, emergiera la figura de Johan Christian Friederich. Hay en esas figuras, una tensa calma, una esperanza erguida y silenciosa.
“No soy bueno con las palabras.
Transfórmolas en color y oración del angelus.
Hermano, una mañana te fuiste al fondo insospechado.
Que no renuncio a conocer con el ojo hecho alma.
La naturaleza ya te habrá dado otras formas
Tal vez más perfectas que tu cuerpo humano
Del que me queda tu voz, clara, inocente.
Yo te doy las que no pronuncian mis barcos y mis montañas.
La del monje errante en su hora inescrutable.
Y la oscura luz que tala la del día.
Soy la espera hermano en tantas piedras agrupadas
Que renuncia a reflejar rostros humanos
Con sus desparejas bellezas.
No sé si estoy solo hermano.
No me inquieta.
Yo te espero en el acantilado.
Para jugar bajo la pálida luz del Báltico.
No son sus palabras, pero pudieron ser parte de sus pensamientos y remordimientos.
Una mujer, la esposa de un pintor al ver El Monje a Orillas del Mar expresó: - no se ve nada”. De alguna manera reflejaba la visión de Caspar Friedrich. El hombre es insignificante frente a la Naturaleza, poco agraciado, poco importante.
Tuvo la suerte de mudarse a Dresde, la Florencia alemana. Allí conoció y compartió su vida de modesto pietista con Novalis, Goethe, Schlegel, Schelimacher, Trieck y dejó una escuela de pintores paisajistas, esos que cierran los ojos para ver las obras con los otros ojos, los del alma. Y los que cierran sus ojos, también se lanzan a la espera de que el hielo libere a quien tiene atrapado, en sus laberintos de piedras sumergidas.