¿LIBERTAD INDIVIDUAL o BIEN COMÚN? Filosofía, Política y los Cruces de Caminos en la Convivencia Humana.

¿LIBERTAD INDIVIDUAL o BIEN COMÚN? Filosofía, Política y los Cruces de Caminos en la Convivencia Humana.

La historia de la humanidad está marcada por un dilema fundamental: el equilibrio entre el individuo y la comunidad. ¿Dónde termina la libertad de uno y comienza la del otro? Este cruce de caminos, que parece un desafío eterno, ha sido explorado por filósofos, científicos y líderes a lo largo del tiempo. Desde Platón hasta Hannah Arendt, las reflexiones sobre cómo configurar una sociedad equilibrada siguen siendo tan vigentes como complejas. Este artículo aborda estas tensiones, explorando cómo las nociones de pluralidad, respeto mutuo y metas compartidas pueden ayudarnos a convivir en un mundo cada vez más diverso.


El dilema ético: “Mi libertad termina donde comienza la tuya”.

Es curioso como esta frase se expresa de cuatro maneras que aún encerrando una misma idea, dependiendo del cambio de sujeto, psicológicamente nos sitúa en lugares diversos:

1.- MI LIBERTAD TERMINA DONDE COMIENZA LA TUYA

2.- MI LIBERTAD COMIENZA DONDE TERMINA LA TUYA

3.- TU LIBERTAD TERMINA DONDE COMIENZA LA MÍA

4.- TU LIBERTAD COMIENZA DONDE TERMINA LA MÍA.

Estoy seguro que no has sentido lo mismo leyendo cada una de las posibles versiones.

Y es que esta frase, atribuida al pensador liberal John Stuart Mill, plantea la cuestión de cómo respetar la libertad de cada individuo sin invadir la de los demás. Si invertimos el sujeto, nos enfrentamos a una perspectiva radicalmente distinta: priorizar al otro antes que a uno mismo. Este enfoque se acerca más al ideal de empatía y altruismo defendido por filósofos como Emmanuel Levinas, quien consideraba que la ética surge precisamente en la responsabilidad hacia el otro.

Sin embargo, este ideal es difícil de aplicar en la práctica. Como señalaba Thomas Hobbes, en su visión del contrato social, los humanos tienden a priorizar su seguridad y bienestar individual, lo que puede llevar a conflictos si no se establecen reglas claras.

¿Es posible un equilibrio?

Solución propuesta: La clave está en cambiar el paradigma de competencia por uno de cooperación. En lugar de imponer límites entre libertades, podríamos explorar la idea de fusionarlas, creando espacios comunes donde ambas puedan coexistir.


Vive y deja vivir: el arte de la tolerancia.

El principio de “vive y deja vivir” parece simple, pero encierra una profundidad filosófica y práctica. Marco Aurelio, desde el estoicismo, lo expresaba al aconsejar vivir de acuerdo con la propia naturaleza y permitir que otros hagan lo mismo. Este principio fomenta una convivencia basada en el respeto mutuo y la aceptación de las diferencias.

Sin embargo, llevado al extremo, puede convertirse en indiferencia frente a problemas colectivos. Por ejemplo, el cambio climático o las desigualdades sociales no pueden resolverse si adoptamos una postura pasiva. Aquí surge una contradicción: ¿hasta qué punto podemos permitir que otros vivan como deseen si sus acciones afectan al bienestar común?

Reflexión: El “vive y deja vivir” debe complementarse con una noción de responsabilidad compartida. No se trata de interferir en las decisiones ajenas, sino de educar sobre cómo nuestras acciones individuales tienen impactos colectivos.


Pluralidad versus fragmentación: el fin del bipartidismo.

En la política, el bipartidismo simplifica las posturas ideológicas, dejando fuera a quienes no encajan en las categorías dominantes. En contraste, una pluralidad de representaciones enriquece el debate y fomenta consensos. Sin embargo, como advertía Hobbes, demasiada fragmentación puede llevar al caos si no existen mecanismos claros para mediar entre intereses opuestos.

La pluralidad política plantea una pregunta ética clave: ¿Cómo gestionar una sociedad diversa sin caer en la parálisis ni en la imposición de una mayoría? Hannah Arendt reflexionaba sobre esto al señalar que la acción colectiva requiere tanto la diversidad de opiniones como un objetivo común que trascienda las diferencias individuales.

Propuesta: El pluralismo debe ir acompañado de acuerdos mínimos que garanticen la estabilidad. Esto implica que todos los actores políticos prioricen el diálogo sobre el enfrentamiento, algo que, lamentablemente, no siempre sucede en las democracias actuales.


Metas compartidas: ciencia, tecnología y el futuro común.

No todos comparten las mismas metas. Mientras algunos sueñan con conquistar Marte, otros prefieren centrarse en sus pequeñas parcelas de vida cotidiana. Sin embargo, muchos de los avances científicos que hoy disfrutamos —como el internet o la tecnología móvil— nacieron de grandes ambiciones aparentemente lejanas a la vida cotidiana.

El desafío está en cómo comunicar estos beneficios a quienes no ven su utilidad inmediata. Aquí se enfrentan dos perspectivas:

  1. La visión pragmática, que prioriza lo tangible y cercano.
  2. La visión utópica, que apuesta por explorar lo desconocido para garantizar el progreso a largo plazo.

Solución: Es crucial combinar ambas perspectivas. Explicar de manera sencilla cómo los avances tecnológicos benefician a todos, a corto y largo plazo, puede ayudar a superar el escepticismo. Además, democratizar el acceso a estos beneficios reduce la brecha entre quienes entienden su importancia y quienes no.


El eterno conflicto: individualismo versus comunidad.

Jean-Jacques Rousseau afirmaba que la sociedad solo funciona cuando el bien común prevalece sobre los intereses individuales. Sin embargo, John Stuart Mill argumentaba que una sociedad saludable necesita individuos libres para buscar su propio camino, siempre que no perjudiquen a otros.

El problema surge cuando algunos individuos eligen no participar en la construcción de ese bien común. ¿Tienen derecho a su resistencia? ¿Cómo lidiar con quienes rechazan las normas básicas de convivencia?

Reflexión: Tal vez, como decía Hannah Arendt, el problema no sea el individualismo en sí, sino la incapacidad de conectar con el otro. Si las burbujas sociales —barrios, países o comunidades— se convierten en espacios cerrados, el aislamiento solo refuerza las divisiones. En cambio, si fomentamos la comunicación y el aprendizaje mutuo entre burbujas, estas pueden enriquecerse y coexistir pacíficamente.


Moraleja: el experimento humano en construcción.

Todo este ideario, aunque idealista, enfrenta enormes desafíos en la práctica. En una misma familia ya se ven las divisiones: unos defienden sus ideas políticas mientras otros optan por lo contrario. Y así sucede en la sociedad. Sin embargo, la única manera de avanzar es tratar estas diferencias como un experimento sociológico continuo, basado en el ensayo y error.

La psicología humana es compleja. Nuestro cerebro reptiliano nos empuja, en ocasiones, al "sálvese quien pueda", mientras que nuestras capacidades más avanzadas nos permiten construir civilizaciones. Pero, ¿cómo equilibrar estos impulsos? ¿Es la envidia un freno o un motor para el progreso?

Los filósofos han planteado respuestas opuestas. Mientras Hobbes veía al ser humano como egoísta por naturaleza, Rousseau confiaba en su capacidad para colaborar. Lo que queda claro es que no hay una solución única. Como el agua de lluvia que para unos es vida y para otros desastre, las normas y políticas deben adaptarse a las circunstancias y diversidades humanas.

Conclusión: Tal vez no exista un modelo perfecto. Pero el principio de “vive y deja vivir”, combinado con educación, comunicación y responsabilidad compartida, podría ser un primer paso hacia una sociedad más justa y equilibrada. Como decía Marco Aurelio, “El universo está en cambio; nuestra vida es lo que nuestros pensamientos hacen de ella”. Solo con apertura y empatía podremos construir un futuro que, aunque imperfecto, sea suficientemente bueno para todos.

La reflexión sobre si las sociedades actuales representan el estado más adecuado para nuestro momento histórico o si deberíamos aspirar a un ideal superior es una de las cuestiones filosóficas más antiguas y profundas. Desde Platón hasta filósofos contemporáneos, esta idea ha sido objeto de extensos debates. En este contexto, dos corrientes principales emergen: el realismo, que acepta las limitaciones inherentes a la condición humana, y el idealismo, que impulsa la lucha por trascenderlas.

¿El estado actual es el mejor posible?

La idea de que las sociedades de hoy son el reflejo más realista de nuestra capacidad como especie conecta directamente con las tesis de pensadores como Thomas Hobbes. En Leviatán, Hobbes sostenía que el ser humano, por naturaleza egoísta y conflictivo, necesita un contrato social fuerte que equilibre las tensiones entre individuos y garantice un mínimo de orden. Para Hobbes, las diferencias y conflictos no son un problema a erradicar, sino una característica fundamental del ser humano.

En una línea similar, el filósofo conservador Edmund Burke argumentaba que las instituciones y tradiciones evolucionan de manera orgánica, reflejando el "espíritu" de una época. Desde esta perspectiva, intentar alcanzar una humanidad completamente equitativa podría verse como una utopía irrealizable, incluso peligrosa, ya que podría desestabilizar el orden existente.


¿Es infantil aspirar a un futuro equitativo?

Por otro lado, filósofos idealistas como Immanuel Kant abogaban por la búsqueda de un progreso ético y moral constante. En su ensayo La paz perpetua, Kant planteaba la idea de que la humanidad debe esforzarse por alcanzar un estado de justicia universal, aunque este objetivo parezca lejano. Para Kant, no es infantil aspirar a un ideal; al contrario, es un imperativo moral.

El pensamiento de Jean-Jacques Rousseau también es relevante aquí. Rousseau creía que la humanidad, aunque corrompida por la sociedad, posee una bondad inherente que puede cultivarse a través de la educación y la reforma social. Para él, luchar por una sociedad más equitativa no es solo deseable, sino una obligación moral que dignifica al ser humano.


¿Es la lucha por trascender una batalla sin fin?

La idea de que la humanidad debe luchar constantemente por superarse, a pesar de las dificultades, está presente en la obra de Friedrich Nietzsche. En Así habló Zaratustra, Nietzsche describe al ser humano como un "puente" entre lo que es y lo que puede llegar a ser. Aunque nunca se alcance un estado perfecto, el esfuerzo por trascender es lo que da sentido a la vida.

Desde una perspectiva más contemporánea, el filósofo y sociólogo Jürgen Habermas defiende la importancia del diálogo y el consenso como herramientas para construir una sociedad más justa. Habermas no ignora las diferencias y conflictos, pero cree que la comunicación racional puede ayudarnos a encontrar puntos de encuentro. Para él, trascender como especie no significa eliminar las diferencias, sino aprender a gestionarlas de manera constructiva.


El dilema de la resignación o la acción.

Mi reflexión me plantea un dilema crucial: ¿debemos aceptar las sociedades tal y como son, asumiendo que reflejan nuestras limitaciones, o luchar por ideales que quizá nunca alcancemos?

Arthur Schopenhauer podría decir que resignarse es inevitable, ya que la vida está marcada por el sufrimiento y el conflicto. Pero Albert Camus, desde una perspectiva existencialista, argumentaría que, aunque la vida carezca de sentido último, la lucha por mejorarnos a nosotros mismos y a nuestras sociedades es lo que nos hace humanos.


Conclusión: el equilibrio entre realismo e idealismo.

La respuesta a estas preguntas no es sencilla. Quizá, como proponía Hannah Arendt, el equilibrio está en aceptar que el ser humano nunca alcanzará un ideal perfecto, pero eso no significa que debamos dejar de intentarlo. La acción, la reflexión y el diálogo constante son las herramientas que nos permiten convivir en un mundo imperfecto, mientras aspiramos a hacerlo un poco mejor para las generaciones futuras.

En última instancia, aceptar las sociedades actuales como un reflejo de nuestro momento histórico no es incompatible con el deseo de trascender. Como decía Kant, “La humanidad no puede alcanzar su meta final, pero el esfuerzo por hacerlo es lo que define nuestra humanidad”.


Marcos Domingo Sánchez

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