LIBRO II - Fascículo - 6º
A orillas del Virú 1461: Una aventura juvenil.
Narrador: Kusi ("Quien siempre tiene suerte")
Los jóvenes salimos de la Aldea siguiendo una ilusión.
Aquella mañana desperté con un humor raro. Por la noche había sentido un dolor intenso cerca de mi ombligo, no conseguí dormir bien, tal vez se me acercaba la Kamachina, mi madre me había hablado de ese momento, cuando abandonaría el mundo de las niñas, para entrar en el de las mujeres, ¿Sería ese el motivo? Yo necesitaba correr y gritar, una punzada de desasosiego, me mantenía nerviosa, con una tensión extraña.
En nuestra casa, al patio con un gran algarrobo, lo rodean varias estancias: el taller de la alfarería con el horno y los estantes atiborrados de vasijas, la habitación de mis padres y las de los hijos.
En la de mi madre se empezaron a oír ruidos, aunque el silencio era total en la casa. Cuando —aún adormilada— estaba alimentando el horno, salió al patio mi madre, Naira ("Mujer de ojos grandes"), y me saludó:
—¿Qué te pasa, Kusi?, estás muy atareada, ya has empezado el trabajo.
—Sí, esta mañana me iré con las demás niñas a por arcilla —le expliqué excitada.
Mi madre me miró, entre: sorprendida e intrigada.
—A qué tantas prisas. ¡Tenemos suficiente para los trabajos pendientes!
—Sí, pero necesito respirar un poco, no sé la razón, estoy muy intranquila.
—Bueno, hija, hazlo si quieres.
Salí de la casa, las calles estaban desiertas, ya empezaba a despertarse el rumor propio de los talleres. Varios perros me acompañaban, me encaminé a casa de mi amiga Asiri ("Mujer sonriente") y al entrar en su patio, me recibió el alboroto de los pájaros, dando la bienvenida al nuevo día, yo seguía nerviosa, extraña.
Cuando se levantó Asiri, nos fuimos en busca de los demás niños. Nos pusimos en camino hacia la cascada de los Guacamayos. Todo estaba en calma, el viento apenas removía las hojas de los árboles, en ellos piaban multitud de aves.
Al rato llegamos al acantilado, río arriba, junto a las cascadas. Allá recogimos la arcilla, nos rodeaban los guacamayos. Con gran alboroto ingerían barro, lo necesitaban para que al comer algunas frutas, dejaban de ser venenosas.
Junto al río, se extendía un prado cuajado de flores, al acercarme una ligera brisa meció —con movimiento ondulante— la superficie florida. Continué caminando hasta las piedras, el torrente se abría paso, espumeando en una pequeña cascada.
Me desnudé y me acosté de espaldas en el agua de la orilla, cerré los ojos y sentí el burbujear por todo mi cuerpo. Permanecí tendida viendo los árboles, escuchando el trinar de los pájaros y sintiendo el vuelo de las mariposas.
La Pachamama me acariciaba y yo me sentía feliz, observando como el agua se empezó a ensangrentar a mi alrededor.
Cuando llegaron los demás, se rompió con sus gritos, el hechizo. Sin decirle nada a nadie, me vestí y nos encaminamos de vuelta. En el remanso de la Aldea, atamos —a la sombra del algarrobo— a las llamas, cargadas de las bolas de arcilla.
Nos metimos en el agua para lavarnos y jugar. Todo en nosotros mostraba la pura alegría de vivir: saltos y cabriolas alborotaban a los peces, los sentíamos huir a esconderse entre las rocas. El agua del río se amansaba en la curva: su sonido era muy débil, apenas un murmullo.
Cuando mi padre y sus compañeros nos contaron los pormenores de su viaje, surgió entre los jóvenes el deseo de aventuras. Aquella mañana empezó la conversación:
—No os gustaría hacer —dije, ilusionada— un viaje lejos de la Aldea.
—Sería muy interesante —apuntó Samailla (“Luz hermosa”).
—Podemos alegar nuestro deseo de colaborar en la economía de la Aldea.
—¿Por qué no organizamos una caravana, los jóvenes que ese año nos casaremos?
—Es cierto, —apoyó Asiri— empezamos a tener más obligaciones. Los hombres, si quieren, se apuntan a la caravana anual a Cajamarca, pero para nosotras la situación es muy distinta, pueden pasar muchos wata (“año”) sin salir de la Mayu Kitilli ("Aldea del Río").
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Entre las jóvenes empezaron las conversaciones. No todas estaban a favor de esa aventura, algunas solo veían peligros. Para otras, no tenían ningún sentido, perder el tiempo dando vueltas por donde nadie les esperaba, solo por el deseo de conocer sitios nuevos, paisajes inexplorados y personas desconocidas.
Aunque al principio era una conversación de las chicas, enseguida se difundió entre las Madres, y como era de prever, las posturas fueron muy variadas. También fue muy interesante la reacción de los muchachos.
Samailla (“Luz hermosa”) empezó a reunir a los entusiastas con la idea, convirtiéndose en la organizadora:
—Solo me parece importante una condición —afirmó— quien venga, debe convencer a su futuro esposo, marcharemos formando parejas. Aún faltan cuatro Killa hunta (“Plenilunio”) para la Elección y ya todas tenemos decidido a quién elegiremos.
—Os acordáis —dijo Sanka (“Siempre con la palabra adecuada”)— como aquel Willakuq (“cuenta-cuentos”), que nos habló del santuario de Pachacamac, un lugar famoso por su Oráculo donde acuden gentes de todas las aldeas. ¿Podemos ir a ese sitio?
—Creo recordar —intervino Asiri— que no estaba muy lejos. ¿Podríamos ir navegando?
—Os parece fácil convencer a mi madre —aduje con precaución.
—Sí, si insistimos en la posibilidad de negociar—recordó Sanka— muy a favor estuvo de la caravana de los padres a Cajamarca. Kusi podrías insinuarle nuestro deseo a ver como reacciona.
Buscando una ocasión propicia esperé el momento y fue a recordar ella los beneficios de la caravana comercial de los hombres.
—Te debe haber llegado el rumor —le dije— las jóvenes desean hacer una travesía hasta el Santuario de Pachacamac, antes de la elección de esposos.
—Me parece muy interesante —me confió la Mama-coya— ¿Cuánto tiempo estaréis fuera?
—Por ahora pensamos en un viaje de un mes, sería suficiente para ir, navegando hasta el Santuario y luego, si se malogra la balsa, volver por tierra, comerciaremos en las aldeas del camino.
—Lo veremos en el próximo Consejo de Madres. Yo os apoyaré.
—Muchas gracias, voy a comunicárselo a las demás.
—Hazlo con prudencia. Yo os defenderé, pero debéis convencer a la mayoría del Consejo.
Cuando les comunique esta noticia, todas se propusieron persuadir a sus madres, no serían muchas, pero podíamos esperar una resolución favorable. Y así fue.
Comenzamos los preparativos, la balsa y las cosas para negociar. El grupo lo formamos las siguientes parejas de futuros esposos:
Kusi (“Quien tiene siempre suerte”) y Qisu (“Quien valora las cosas”)
Asiri ("Mujer sonriente") y Kachi (“Inteligente”)
Sanka (“Con palabras justas”) y Chuwi (“Agradable”)
Samailla (“Luz hermosa”) y Sulay (“Quien espera”)
Nayaraq (“Muy deseosa”) y Kusiñawi ("De ojos alegres").
Cuando todo estuvo listo, salimos desde la Aldea del Mar y en muy poco tiempo llegamos a las Islas Guañape, con su alboroto de miles de aves: albatros, pelícanos, gaviotas, etc., defendiendo sus nidos del ataque de pingüinos y lobos marinos.
Al atardecer divisamos la isla de Chao, se presentaba como si fuera una, pero al acercarnos vimos tres pequeños islotes, todos cubiertos de blanco, parecía de sal o nieve: resultaron ser excrementos de aves. Nos aproximamos a la playa de la más grande y allá pasamos la noche:
—Es demasiado este ruido —protestó Kusiñawi ("De ojos alegres")— me resulta imposible dormir. ¡No va a parar en toda la noche!
—Parece claro —le contestó Qisu (“Quien valora las cosas”)— esta isla les pertenece y no podemos hacer nada.
Realmente era insoportable el bullicio, a veces parecía disminuir pero de pronto se volvía a intensificar, en la semioscuridad bajo la luz de la luna. Fue una noche larga. Terminó cuando el sol empezó a iluminar el nuevo día.