Lo que contamos cuenta
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Desde chicos y más intensamente durante nuestra adultez, nos enseñan a contar, a medir, a analizar KPIs, indicadores, cifras, porcentajes. Pero como bien sabemos o sospechamos ‘no todo lo que contamos cuenta, ni todo lo que cuenta puede ser contado’ (Albert Einstein).
Debo decir que estaba bastante de acuerdo con esta cita, hasta que leí sobre la historia de Bután:
Bután es un pequeño país ubicado en el sur de Asia, en la región del Himalaya, y es conocido por su sobrenombre de "El País de la Felicidad". Esta denominación se debe principalmente a su enfoque en la búsqueda de la felicidad y el bienestar de sus ciudadanos, en lugar de medir el éxito exclusivamente en términos de crecimiento económico. En la década de 70’, el rey Jigme Singye Wangchuck, que asumió el trono a los 17 años, introdujo el concepto de Felicidad Bruta Nacional (FBN) como una medida del progreso en lugar del Producto Bruto Interno (PBI) en la que todos los países miden su crecimiento. Básicamente propuso una nueva manera de definir y medir el éxito.
El FBN se enfoca en medir la felicidad y el bienestar de la población a través de indicadores concretos que integran factores monetarios como la vivienda, el ingreso y la educación formal como también factores no monetarios como la salud mental y emocional de la población, el uso del tiempo - incluido el tiempo de descanso -, la expresión artística y creativa de los ciudadanos, así como también políticas de lo que llaman buen gobierno incluidos temáticas ecológicas y de responsabilidad con el medio ambiente.
A pesar que hoy en día hay otros países adoptando políticas similares, en su momento muchos líderes globales consideraron esto ‘Economía Budista’ o simplemente no prestaron atención a lo que este adolescente proponía desde un país remoto, pobre y monárquico. Pero fue la primera vez en 200 años (anteriormente fue Thomas Jefferson en la declaración de Independencia de EEUU), que un líder nacional sugería que la felicidad como activo intangible necesitaba ser no sólo valorado sino también medido como indicador del desarrollo o éxito de un organismo, en éste caso gubernamental.
Este ejemplo me hizo recordar la famosa pirámide de Maslow, que estructura y jerarquiza las necesidades de una persona hasta llegar a la punta de la pirámide: la autorrealización. Según Maslow, la autorrealización es el sentimiento de vitalidad y sentido por estar realmente siendo quienes potencialmente podemos ser de acuerdo a nuestras capacidades.
Bastante intangible, ¿no? ¿Cómo sabemos o nos damos cuenta si estamos en ese escalón de la pirámide? ¿Cómo medimos nuestro nivel de autorrealización o satisfacción con la vida que llevamos?
Algo parecido también sucede en las empresas que - a pesar de que a veces olvidamos - están formadas por un conjunto de personas. Y cada una de esas personas, independientemente de la jerarquía dentro de la organización, tiene su propia pirámide de necesidades. Chip Conley , en su libro PEAK, hace una excelente extrapolación de la pirámide de Maslow adaptándola al contexto empresarial, siendo la punta de la pirámide la necesidad de transformación que lleva a las empresas a marcar la diferencia y llegar a su máximo potencial. Temas relacionados en general con lo que llamamos la ‘cultura’ de una empresa.
Cuando hablamos sobre felicidad o de autorrealización, a pesar de las diferentes definiciones que podemos dar acerca de qué significa ser feliz, siendo ésta subjetiva, en general encontramos que es fluctuante y variable.
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Entonces, ¿cómo se puede crear y medir algo que tiende a evaporarse?
La respuesta de los líderes de Bután a ésta pregunta me pareció tan extraordinaria como ordinaria (simple) a la misma vez:
El objetivo no es crear felicidad, sino crear las condiciones para que la felicidad ocurra.
El desafío esta en crear un hábitat propicio para que la felicidad de los ciudadanos, de los trabajadores, de las personas, tenga suelo fértil para desarrollarse.
En economía nos enseñan a medir -de nuevo- las unidades tangibles de producción y consumo, como si ambas unidades fuesen exactamente iguales. No lo son. Como líderes, ya sea en organizaciones o en nuestra propia vida, podemos influenciar la calidad de esa producción - que no necesariamente es algo material - creando las condiciones necesarias para agregar valor: lo que verdaderamente aportamos como seres humanos.
Esa influencia tiene mucho que ver principalmente con el cuidado y la atención a nuestro propio entorno interno, creando nuestros propios indicadores de felicidad y bienestar. Desde ya que desde mi punto de vista esto va a ser tanto bio-individual como multidimensional, cada uno tiene sus propias ponderaciones y prioridades con respecto a lo que nos hace sentirnos plenos, satisfechos, motivados. Y desde ya también esto puede (y lo más probable es que lo haga) ir cambiando a lo largo de nuestra vida.
Por supuesto que los temas tangibles y medibles como tener un trabajo, llegar a fin de mes, poder ahorrar, viajar, lograr mis objetivos, crecer profesionalmente, formar una familia, estar sano/a van a ser temas relevantes.
Pero también podemos incluir cuestiones como la calidad de nuestras relaciones, nuestros niveles de estrés, el tiempo para el juego, la vitalidad física, como usamos nuestro tiempo, nuestra valentía para afrontar situaciones desafiantes, la relación con el descanso, el sentido del humor, nuestra capacidad para aprender, la flexibilidad para adaptarnos a los cambios, la compasión hacia nosotros y otros, nuestra expresión creativa, nuestra dedicación y perseverancia, como parte de la manera que pensamos - y también medimos - nuestra felicidad.
No metafórica ni simbólicamente, sino de manera concreta, tangible e intencional, porque lo que estemos contando, cuenta. Lo que valoramos y nutrimos en nuestras vidas finalmente se convierte en nuestra propia medida de éxito.
¿Qué podrías empezar a contar hoy que sea significativo en tu vida?