LOS ÚLTIMOS DE LA FILA
Revista Semana

LOS ÚLTIMOS DE LA FILA

Reflexiones en torno a la "narrativa del colado" que manchó la final de la Copa América.

 

Por: Felipe Forero

Chief Storyteller en Vega & Jaramillo Comunicaciones

 

A raíz de las vergonzosas imágenes de hinchas colombianos colándose a la final de la Copa América en Miami, me acordé de una increíble historia en otra parte de los Estados Unidos: El Paso, Texas. Hace unos años, un conductor muy mejicano y amable nos recogió en su auto para llevarnos al aeropuerto de Ciudad Juárez, justo al otro lado de la frontera, donde tomaríamos un vuelo para Ciudad de México. El hombre manejaba muy bien, respetando todas las señales y dando paso a peatones y otros vehículos. Lo increíble sucedió cuando cruzamos la frontera y comenzó a manejar en México. De un momento a otro, su actitud relajada fue reemplazada por una sarta de insultos hacia otros carros, a los que cerraba sin pudor alguno. Se pasó semáforos en rojo y no respetó señales de prohibido cruzar. Mi esposa y yo no podíamos creer lo que veíamos, y la imagen de esta “metamorfosis fronteriza” nos quedó grabada en la memoria.

A muchos colombianos les pasa lo mismo. Aquí manejan como unos salvajes, pero al llegar a Estados Unidos o Europa se vuelven unos “lord ingleses”. ¿Será porque allá la policía sí es estricta y las multas son muy serias? ¿O realmente hay algo más en nuestra cultura latina que nos hace actuar de una manera tan contradictoria? Yo creo que sí, y tiene que ver con algo absolutamente cotidiano, pero que en Colombia, particularmente, genera mucha desconfianza social.

Hacer una fila es una norma elemental y sencilla y, sin embargo, mucha gente la incumple en Colombia: en los conciertos, en los cruces de semáforos, en Transmilenio, en una entidad pública. Dice Mauricio García en su libro “Normas de Papel” que “hay un factor relevante para que no se cumpla una fila y es la falta de vergüenza de quienes incumplen”.

Como lo descubrió Mockus con su cultura ciudadana, el que haya tanto “vándalo” en las calles incumpliendo normas a diestra y siniestra es producto de tan poca crítica ciudadana. ¿Quién no ha dejado colar a un amigo en una fila? Y aún peor: ¿qué haría un amigo nuestro si uno no lo deja colar y lo envía para el final, 30 personas atrás?

Interesante perspectiva la de las filas. Dice Mauricio García que “cuando estamos en el final de una fila, la percibimos más como una obligación (o una injusticia), mientras que cuando estamos en los primeros lugares, la percibimos como un derecho”.

Y de ahí surge otro concepto muy conocido: la cultura del atajo. Al final, el atajo se hace para evitar una fila. Yo soborno para ganarme un contrato estatal por encima de otras firmas; yo compro votos para hacerme elegir sobre otros candidatos; yo vendo mercancía ilegal para vender más barato que los que pagan impuestos; y un largo etcétera.

Veo mucha gente indignada por lo que hicieron los colombianos en la final de la Copa América y no los bajan de “delincuentes” y de ser la peor escoria de nuestra “lamentable cultura colombiana”. Pero ojo, porque aquí todo el mundo se salta “filas”. Y como dirían por ahí, hasta la “gente divinamente”. Los agricultores millonarios que recibieron beneficios de Agro Ingreso Seguro, saltándose a los campesinos que más los necesitaban; los senadores y candidatos a alcaldías que falsificaron diplomas para ganar cargos o contratos; los que ayer posaban de honestos y hoy están salpicados por el escándalo de la UNGRD; y otro largo etcétera.

Lo triste es que desobedecer las normas (y saltarnos las filas) nos da una cierta sensación de poder cuando se traslada al campo colectivo. Hemos desarrollado una narrativa perversa que además se exacerba cuando nos sentimos ganadores. “Como vamos a ser campeones de América, pues todos tenemos derecho a entrar a ver la final, porque las boletas están muy caras” o “podemos salir a matarnos porque le ganamos a Argentina 5 a 0 y somos invencibles” o “mejor no paguemos impuestos, porque como se los van a robar de todos modos”.

Creo que el conductor mexicano de la historia que les conté comenzó a manejar mal en Ciudad Juárez porque consideraba que ahí sí estaba permitido eso y que, si no lo hacía, seguro que otros lo harían y lo afectarían. El mal comportamiento pretendía alinearse con una conducta colectiva nociva, con la que seguramente fue educado de niño.

Les cuento otra historia muy ilustrativa de esta Copa América 2024. Mi hermano Jorge, que reside hace muchos años en Estados Unidos, asistió al partido de Colombia contra Uruguay en Charlotte. Cuando en su tribuna comenzaron los insultos en contra de unos hinchas uruguayos, mi hermano, en lugar de unirse al mal llamado “coro celestial”, se volteó con decisión y comenzó a decirles: “oigan, así no somos los colombianos. ¿Por qué decirle groserías a la barra rival? ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo vamos a dejar al país frente al mundo?

Ya sé lo que están pensando… Que lo insultaron, se burlaron de él y hasta lo golpearon. Pero no. Lo raro (porque lastimosamente sí es extraño) es que nadie lo controvirtió, ni lo calló, ni le dijo “sapo metido”. Sino que los ofensores se sintieron avergonzados y siguieron viendo el partido en silencio, mientras algunos otros felicitaban a mi hermano por su iniciativa.

Lo que pasó en la final de la Copa América con los colados va más allá del tema de autoridad. Es un tema mental; una narrativa con la que hemos sido educados y que impregna todas las capas de la sociedad; no solo a los más vulnerables. Es hora de trabajar en conjunto para cambiar esa “narrativa del colado”. De comenzar a respetar las filas (las de todo tipo, las de eventos, las sociales, las políticas, las laborales). ¡Qué maravilla sentir confianza en una fila en Colombia, como hasta hace una semana podían sentir los asistentes al estadio Hard Rock de Miami! Y sin necesidad de tener un policía al lado.

Un buen primer paso es hacer sentir vergüenza a los que violan la fila. Pararse en medio de la tribuna que sea y exigir respeto. Nos demoraremos muchos años en cambiar, probablemente. Pero es que aquí no estamos luchando por un simple partido de fútbol. Aquí estamos luchando por transformar una sociedad que hoy vive la desigualdad, la corrupción y la polarización, porque todos queremos saltarnos alguna maldita fila.

 

luis alberto ordoñez

Estratega de comunicación corporativa

5 meses

Gracias Don Felipe, muy buena reflexión. Recuerdo que de niño me sentía fuera de lugar por no actuar bajo la consigna de "avíspese mijo. el vivo vive del bobo" y me ofendía que me trataran de "bobo" por no aprovecharme de otros. Esto me hace pensar que si bien somos seres sociales y la sociedad nos puede condicionar o cambiar, sí existe una predisposición innata a comportarse de determinada manera. Interesante sería que los "bobos" no se dejen influenciar de los "vivos" a ver si algún día nos libramos de esta cultura del atajo que tantos problemas nos genera todos los días.

Juan Pablo Soto Araque

Productor Ejecutivo | Creativo | Director de Proyectos | Experto en Producción Audiovisual | Presupuestos y Liderazgo de Equipos | Cine | Análisis de riesgo | Stop Motion | Política | Economía | Marketing | Finanzas

5 meses

Bien análisis, pues es un paìs con graves problemas estructurales con narrativas muy arraigadas y desigualdades profundas que crean violencia como esto.

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Más artículos de Felipe Forero

  • ROMPIENDO EL ALGORITMO EN UNA MESA DE RESTAURANTE

    ROMPIENDO EL ALGORITMO EN UNA MESA DE RESTAURANTE

    Hace unos días estaba reunido con unos amigos comentando los últimos acontecimientos de los Juegos Olímpicos…

    22 comentarios
  • ESTO NO ES LA GUERRA

    ESTO NO ES LA GUERRA

    Reflexión a raíz del suicidio de la joven residente de medicina en Bogotá. La película Full Metal Jacket (1987) mostró…

    11 comentarios

Otros usuarios han visto

Ver temas