Los jóvenes y la brecha de las expectativas

Los jóvenes y la brecha de las expectativas

Mal hoy, pero mejor mañana. Así se ven los jóvenes (=18 a 34 años) de países mediterráneos (=España, Italia, Portugal, Marruecos, Túnez, Líbano, Jordania) según el estudio que publicamos hoy junto a Ignacio Jurado , gracias a una extensa encuesta.

Me explico con los datos de la misma. Son pocos los que evalúan su capacidad para cubrir gastos hoy en día como buena o muy buena.

Y aún más preocupante: son menos todavía los que evalúan así su capacidad de ahorro.

Sin embargo, cuando preguntamos, "¿crees que vas a mejorar en los próximos años en la escala relativa de riqueza de hogares de tu país?" - la respuesta es un abrumador "sí".

Esta brecha entre presente y futuro es natural: cuando estamos al inicio del periplo vital siempre esperamos que nos vaya a mejor. Pero lo que me preocupa, lo que nos debería preocupar, es que no se vaya a cumplir del todo.

Llevamos desde que yo era joven (allá por 2007) preguntándonos si las nuevas generaciones van a vivir peor que sus padres. En la definición de lo que entendemos como "peor" está que esta pregunta tenga o no sentido. Para mí, "peor" no se refiere a con menos renta o riqueza absoluta que sus padres. Tampoco menor a aquella con la que empiezan su vida adulta. Ambas cosas implicarían dramas sin precedentes: destrucción masiva, continuada, de renta y riqueza. Pero sí peor de lo que esperan. La brecha está respecto a las expectativas. Dicho de otra manera: cuando decimos “peor” creo que en lo que estamos pensando es en “las generaciones anteriores culminaron sus expectativas de partida en mayor medida y proporción de lo que lo harán las nuestras”.

Viajemos hacia arriba y hacia adelante en la encuesta.

¿El nivel de prosperidad español según sus jóvenes? "Meh" (solo un 20% lo considera alto, un 37% bajo, y un 43% ni lo uno ni lo otro). ¿Su reparto? Desigual para un 61%.

Permitidme engarzar ambas dimensiones, el tamaño de la tarta y su distribución, citando esta respuesta de Toni Roldan Mones a una reciente entrevista sobre nuestro 'Un país posible' en El Diario:

"Desigualdad y baja productividad están íntimamente relacionadas; es uno de los mensajes que intentamos transmitir en el libro. La lucha contra la desigualdad también es una lucha a favor de incrementar la productividad. Hay un ejemplo que se pone en el libro sobre la investigación de John Van Reenen, que se llama Lost Einsteins, en el que explica cómo el nivel de renta tiene incidencia directa en la capacidad para innovar y cómo se se está perdiendo muchísima gente que podría estar produciendo y generando muchísima riqueza. En España, por ejemplo, tenemos cuatro veces más de incidencia de repetición escolar en las rentas bajas que en las altas, algo que posteriormente tiene correlación con el paro de larga duración. Tenemos que ser capaces de crear mejores oportunidades, ahí está la clave si queremos un crecimiento de la productividad a largo plazo."

Lo que nos faltan son oportunidades. Ahí se abre la brecha entre expectativas y realidad.

El futuro de un joven en España depende de dos azares: el hogar y el momento en que nace. Durante años, nuestro sistema ha ofrecido la promesa de una vida estable en la vejez, con una vivienda propia y un empleo seguro que culmine en una jubilación tranquila: ese es el billete, supuestamente, seguro para resolver los dos azares. Sin embargo, para alcanzar esto, se espera que los jóvenes pasen por una transición complicada: trabajos mayormente situados en áreas urbanas, a los que se accede de manera incierta y esporádica, y una educación que a menudo no se alinea con las demandas del mercado laboral. En este escenario, conseguir una vivienda donde formar un hogar se convierte en un reto, especialmente en ciudades con alta demanda, escasa oferta de alquiler y muchos propietarios reticentes a vender sus propiedades. Para los jóvenes españoles, la estabilidad laboral es un factor crucial a la hora de buscar adquirir una vivienda, por encima del resto de países analizados.

Esta dificultad para obtener estabilidad hace que sea un desafío formar una familia. Como resultado, muchos jóvenes dependen del apoyo familiar, lo que conlleva que su bienestar final esté tan ligado al de sus padres como al suyo propio.

Dos datos de la encuesta a ese respecto: uno, la enorme proporción de los jóvenes que necesitaron de apoyo familiar para adquirir una vivienda.

Dos, cómo en España la expectativa de mejora de ahorro depende del nivel de estudios (que a su vez correlaciona fuertemente con el de los padres).

No resulta llamativo a la luz de todo esto que, según nuestra encuesta, los jóvenes en el sur de Europa aspiren a un papel mayor del Estado.

Pero ojo: cuando preguntamos por las políticas concretas, la demanda no está tanto en la regulación como en la formación. Ojo a los % de favorabilidad de cada una de las alternativas para enfrentar dos retos cruciales que marcarán la adultez de los jóvenes: automatización y descarbonización.

Vuelvo a la lógica de la creación de oportunidades, esta vez para buscar propuestas con las que activarlas. Exploramos varias en el documento. Dejo aquí algunas que me parecen especialmente relevantes para el caso español.

Empiezo precisamente por la formación, con algunas líneas básicas más allá de la primaria y secundaria obligatoria.

Asegurar que nadie se queda fuera de la educación por cuestión de recursos. En el caso español, esto implicaría mejorar el acceso a becas tanto en tiempos como en eliminación de criterios arbitrarios, idealmente igualando por arriba entre autonomías.

Atracción y retención de talento en las universidades. De manera complementaria, para asegurar que el entorno académico está a la altura de los retos venideros, sería necesario fortalecer la competitividad del sistema universitario otorgando mayor autonomía a las universidades, tanto públicas como privadas. Esta autonomía les facilitaría diseñar planes de estudio, seleccionar personal docente y definir metas estratégicas de manera autónoma. Asimismo, es vital establecer un entorno propicio para la investigación mediante la creación de centros especializados, promoviendo colaboraciones entre la industria y el ámbito académico, y proporcionando incentivos para investigaciones de alta calidad.

Relevancia y calidad del currículum. Atraer y retener a profesorado de primer nivel es esencial para mejorar la calidad de la educación. Asimismo, al contar con mayor autonomía, las universidades podrían perfeccionar sus planes de estudio para que se alineen mejor con las demandas actuales del mercado laboral y las tendencias futuras de la industria.

Formación profesional integrada con el mercado. Es necesario fortalecer la Formación Profesional integrada con las empresas orientada hacia competencias del futuro, con especial énfasis en las áreas STEM. Sin embargo, para que sea realmente efectiva, es crucial mejorar las infraestructuras de los centros de FP, capacitar adecuadamente a los docentes, aumentar significativamente la inversión y fortalecer la colaboración con el sector empresarial. Para afinarlos, es imprescindible diseñar cuidadosamente los programas y recopilar datos que permitan evaluar y adaptar continuamente los modelos a las particularidades y demandas de cada mercado laboral local.

Orientación profesional optimizada. Es central enfocarse en la optimización del sistema de orientación profesional dirigido tanto a estudiantes como a empresas, asegurando sistemas eficaces de asesoramiento que permita tanto a los estudiantes como a las empresas reconocer y maximizar los beneficios de las formaciones medias y superiores integradas con el mercado.

En el plano del soporte económico de partida, recupero mis ideas de este artículo.

[El IMV es un buen punto de partida pero se enfrenta a tres barreras que impiden que sirva del todo a los jóvenes]: no es generoso en su mínimo (tampoco lo son las pensiones no contributivas); el proceso para solicitarlo es complejo, descargando la responsabilidad en los hombros de la ciudadanía; y establece límites de edad tan elevados como arbitrarios. Las tres pueden superarse pasando a un modelo de transferencia, para toda persona emancipada, concedido automáticamente con la declaración de la renta, que pasaría a ser presentada por todos. La viabilidad de esta idea es hoy mayor a la que tenía hace una década: el día en que se aprobó el IMV con el voto a favor de 297 diputados, 52 abstenciones, y ninguno en contra se comenzó a construir el consenso de dedicar importantes partidas presupuestarias a luchar contra la desigualdad.
Universalizar la declaración nos ayudaría, además, a diseñar un mecanismo para romper el círculo vicioso intergeneracional. Una de las pocas propuestas distintivas en esta campaña para los jóvenes ha sido la idea de una herencia universal (una ayuda pública por la que cada joven recibiría 20.000 euros a partir de los 23 años), lanzada por Sumar. El PSOE contraprogramó con un aval al 20% de entrada de la hipoteca. Ambas tienen alto riesgo de acabar dándole dinero a quien menos lo necesita. En su lugar, podría aprovecharse la información de la declaración universal para abrir una cuenta de ahorro individual, que podría gestionar la Seguridad Social, a quien entre en edad de trabajar, con una cantidad progresiva condicionada a la renta de su hogar de origen (y diseñada, como el IMV, para no desincentivar el trabajo de los padres del joven en los años previos a la concesión). Esta cuenta podría ir creciendo con contribuciones tanto del individuo como de sus futuros empleadores, y sería accesible bajo supuestos de jubilación, incapacidad, compra de vivienda, desempleo, formación de nueva empresa o (una fracción) para formación que mejore su empleabilidad. Sería un seguro contra crisis, combinada con la nueva versión del IMV. Para financiar ambos, habría que recanalizar parte de los recursos públicos hacia los hogares que realmente lo necesitan: esto lo pagaríamos eliminando deducciones y otros agujeros en nuestro sistema fiscal, y dejando de destinar tantos fondos al pensionista con la máxima y varias viviendas en propiedad. Aquí tienen los partidos un plan creíble para ofrecer a aquellos jóvenes que están esperando tener algunos billetes más en la lotería de su futuro.

Y, por último, en vivienda, insistiré en que tenemos que ampliar las iniciativas de vivienda pública de alquiler. Los objetivos marcados recientemente en España son en extremo ambiciosos. De hecho, casi increíbles, según el cálculo que hicimos aquí: llegar a un 20% de vivienda pública en 20 años, como ha sugerido el gobierno, nos pondría a la altura de los países del norte del continente, pero en órdenes de magnitud exigiría aproximadamente que cada año de aquí a 2043 añadiéramos tantas viviendas al parque social como las que hemos logrado sumar hasta el día de hoy en total, un ritmo difícil de imaginar. Mejor trabajar con objetivos realistas para evitar backlash en la política. Y, además, tal y como recogíamos en aquella valoración de la nueva Ley de Vivienda, convendría:

  • Priorizar reconversión de viviendas a corto plazo para empezar a destensionar el mercado cuanto antes. La transformación de 50.000 viviendas de la Sareb que se comprometió en su día iría en esa dirección, por sí misma añadiría un sustancial 17% el parque actual de vivienda de alquiler social.
  • Negociar la compra de viviendas a grandes tenedores con un descuento respecto al precio de referencia para convertirlas en alquiler social. Para dimensionar, José García Montalvo sugirió hace poco la adquisición de hasta 20.000 unidades con un 20% de rebaja.
  • Al reconvertir viviendas disponibles es crucial tener en cuenta que sólo servirán aquellos que encajen en ubicación y tipología de vivienda con la demanda por cubrir.
  • En las viviendas sociales de nueva construcción sería necesario trabajar en una planificación urbana que invierta en servicios básicos como transporte, salud, educación y zonas verdes para asegurar que sean atractivas para la demanda. En otras palabras: necesitamos bicicletas entre rascacielos.
  • Reservar 40% del suelo urbanizable en nuevos proyectos al parque público puede tener sentido bajo ciertas condiciones que salvaguarden el incentivo al actor privado. Para ello convendría complementarlo con bonos de densidad: incentivos que permitan a los promotores construir más en las zonas en que obtengan permiso, aumentando viviendas o altura a cambio de que incluyan más unidades de alquiler social, como se implementan, por ejemplo, en California o Nueva York.

Esto son ideas para España que también, de manera adaptada y creativa, podrían servir en otros países: en el estudio hablamos de cuentas nocionales, inversión en educación, o fortalecer las alianzas público-privadas en la creación de vivienda. Lo tenéis todo, con sus cientos de datos, aquí.

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