Los peligros de comprometerse

No pocas personas adquirimos compromisos con mucha facilidad cuando, en nuestras vidas, nos encontramos con algo que creemos que puede ayudarnos en la insostenible situación que vivimos. Esos nuevos propósitos pueden surgir a raíz de un curso, de un taller, de una sesión de coaching, de un vídeo…

Seguramente es algo natural. Llevamos mucho tiempo inmersos en una situación indeseable, que tiene para nosotros unos costes muy elevados, y queremos cambiarla. Puede tratarse de perder peso, de empezar a hacer algún tipo de deporte, de pasar más tiempo con la familia, de relacionarnos más empáticamente con los colaboradores o de tener a cero la bandeja de entrada del correo electrónico.

Sin embargo, la mayoría de esas declaraciones no pasan de ser meras intenciones. Y al tratarse de eso, de solamente una intención, nuestro propósito está condenado al fracaso. Los demás lo saben ya en cuanto nos escuchan iniciar nuestros supuestos compromisos con frases tales como “Voy a intentar…”, “Miraré de hacer…”, “Voy a procurar a partir de ahora…”.

Necesitaríamos darnos cuenta de que así no vamos a conseguir nada. Porque nadie consiguió nunca nada intentándolo. Para lograr poner en marcha un hábito o un nuevo comportamiento, por pequeño que sea, necesitamos ir a por todas. Desde el primer momento.

De lo que tampoco nos percatamos es del mayor peligro que tiene no cumplir nuestros compromisos, del riesgo de no poner en marcha o de fallar en los acuerdos que hemos hecho con nosotros mismos. Ese peligro consiste en que nuestra autoestima queda muy, muy tocada.

Y, claro está, con una autoestima debilitada nos resultará mucho más difícil afrontar con garantías otros nuevos futuros compromisos que decidamos adquirir.