Madre en duelo

«Yo tenía que ser madre y enterrar a mi madre»

Anna se doctoró en psicopedagía en 2007, cum laude. En sus clases en la universidad hace brotar las historias de vida de generaciones medio olvidadas −de las abuelas−, regenera vínculos entre juventud y vejez y habla de la pérdida. Habla y escucha. Ha llegado el momento de que su historia también sea contada. 

«Fui un bebé triste»

Toda mi vida he escuchado con resignación y no sin cierto grado de rabia, que fui un bebé triste. Esta losa ha pesado en mi conciencia y he necesitado un gran trabajo personal para dejar de hacerle hueco en mi corazón. Pero como dice Anna, que aparte de doctora también es mi madre, para entender a alguien, hay que escuchar su historia de vida. Ésta nos habla de decisiones incomprensibles, de las raíces de sus discursos y, en definitiva, de su percepción del mundo. Para entender por qué esta mujer licenciada en educación social, investigadora de las emociones, con conocimientos de sobra para saber la huella que un comentario puede dejar, le dice a su hija que era un bebé triste, hay que remontarse a sus 22 años. 

Su madre, mi abuela, tenía un cáncer terminal cuando ella, mi madre, engendraba vida en su interior por segunda vez. Cuatro meses después del parto, mi abuela murió. Cuenta mi madre que mi abuela sólo pudo cogerme en dos ocasiones:

«Imagínate tú, tu madre se está muriendo, cáncer terminal, y no sabes si conocerá a tu hija. A ti te tuvo dos veces en brazos. La primera haciendo un gran esfuerzo, porque quería sostenerte de pie». 

Me cuenta que ella no se daba permiso para celebrar mi nacimiento y que el primer año yo lloraba mucho, que «era» una bebé triste. Como madre, ella no estaba disponible al cien por cien. Era capaz de realizar todos los cuidados pero con el corazón roto. Aunque lógicamente no lo recuerdo, siempre la imagino con cara de pena, cambiándome el pañal con media sonrisa, con la piel de las manos agrietadas por el estrés.

El cuadro que quedaba en la casa pairal era desolador, tres hermanos más aparte de ella sin madre, muy jóvenes. «Mi hermano pequeño tenía 12 años, y yo sabía que no le podía ayudar. Mi otra hermana tenía 18 años, decía que quería hacerse monja y se encerraba en su cuarto con la música a tope. La tercera, aplazó su juventud para hacer de madre del pequeño. Y el padre quería hacerlo todo él solo, no pidió ayuda. Cuidar cuando no hay una red de apoyo es muy duro, cuidar es el estrés del cuidador, las horas de vigilia. En esa época, tu abuelo tuvo dos accidentes de coche de lo cansado que iba, casi no dormía.» 

Saben los investigadores, y lo publican en los artículos sobre sus estudios, que el bienestar de la madre tiene efectos en el embarazo, en el parto y en el desarrollo cognitivo de la criatura. También saben que la red de apoyo es imprescindible, la crianza en soledad supone un desgaste psicoemocional y físico inmenso. También, que la maternidad muchas veces es duelo. Duelo cuando te dicen que no podrás ser madre. Duelo cuando decides abortar. Duelo cuando pares a tu criatura muerta. Duelo cuando se va alguien de tu entorno. Duelo que repercute en la salud del bebé y para el cual se necesita un entorno disponible y dispuesto a ayudar con los cuidados. 

En clase de psicología, te explican que elaborar el duelo es fundamental para la salud y el bienestar de la madre y la criatura. Tanto de inmediato como a la larga, dicen que será necesario incorporar el duelo en la propia trayectoria vital con tal de no cronificar los sentimientos de culpa, fracaso, tristeza, soledad, angustia y ansiedad que pueden surgir durante el proceso. 

A nivel psicoemocional, la palabra que usan los especialistas es ambivalencia, que es un estado de ánimo en el que conviven dos emociones opuestas: la alegría por albergar una vida con la contradicción de la tristeza que genera la pérdida.