Mallows Bay, el último reducto de la "flota fantasma"
A lo largo de los milenios, la relación del hombre con los mares ha dado pie a algunos de los relatos y sucesos más fascinantes, extraños y longevos de los que se tiene constancia. Naufragios trágicos, desapariciones inexplicables, avistamientos de supuestas criaturas imposibles... Bastaría con dedicar un poco de tiempo a bucear en las historias que las aguas de todo el Globo ocultan para que cualquier literato, guionista de cine o artista de toda clase sintiese el fluir de la inspiración y la llegada de un aluvión incontenible de magníficas ideas.
Uno de tales hechos náuticos, del que he tenido conocimiento hace pocos días, es el que deseo compartir hoy por medio de estas líneas. Para quienes lo ignoren, como era mi caso, el icónico río Potomac, a su paso por el estado de Maryland, sito en la costa atlántica estadounidense, esconde una verdadera "flota fantasma". Así, en el lecho fangoso de Mallows Bay descansan los cascos, ya podridos y de aspecto fantasmagórico, de cientos de barcos que, durante la Primera Guerra Mundial, fueron construidos para tratar de suplir las pérdidas que los submarinos alemanes causaban en la flota mercante que comerciaba con las potencias aliadas.
Estos buques, que nunca llegaron a ser utilizados, fueron, en su inmensa mayoría, naves de madera propulsadas por motores de vapor, fruto del afán ahorrador de la Administración del momento. Una política que, lejos de merecer críticas y censura, resulta comprensible si se considera el estado de guerra que el país atravesaba en aquellos años. Sin embargo, las necesidades cambiantes del conflicto pronto convirtieron a esta flota en un activo obsoleto. Tras años inmovilizados y sin que se tomasen decisiones claras acerca de su futuro, en 1925 los barcos fueron remolcados desde el río James hasta Mallows Bay, donde yacen hasta la fecha, convertidos en el mayor cementerio náutico del hemisferio occidental.
En la actualidad, las aguas de Mallows Bay, protegidas por las autoridades del Gobierno estadounidense, pueden ser recorridas por los curiosos. Los restos de aquellos otrora imponentes barcos son perfectamente visibles, cubiertos de vegetación y en avanzado estado de descomposición. Como si de un antiguo osario vikingo se tratase, este tributo a la creatividad naval se ha transformado, con el correr de las décadas, no solo en una pieza imprescindible de la historia del siglo XX, sino también en un genuino lugar de inspiración artística que, espero, algún día no muy lejano sea debidamente aprovechado.
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