Mamás Koala
Con Dieguito, mi hijito menor de tres años, siempre jugamos a que él es bebé Koala y yo mamá Koala. Con una mano lo abrazo fuerte y con la otra traigo uno de sus muñecos de animales, usualmente la serpiente, quien viene a nosotros sigilosamente a atacarnos. La serpiente se acerca mucho a Diego con el propósito de picarlo. Bebé Koala abraza fuerte a mamá Koala y ella con el pecho inflado ahuyenta a la viperina a punta de ceño fruncido y gruñidos. Bebé Koala automáticamente toma valor, se desprotege de los brazos de la madre, se para delante de ella y gruñe también para estar alerta y vigilante ante un nuevo ataque. Bebé Koala está listo para combatir el mundo y buscar nuevos rumbos.
Soy Karenina Álvarez, soy una madre lesbiana de dos tiernos y pícaros niños, esposa de una increíble mujer, que guerrea conmigo en todas mis batallas.
Mi madre es uno de mis pilares. El nivel de protección que siento cuando estoy en sus brazos, es inexplicable. A ella le costó entender que mi homosexualidad era una realidad. Ahora, me hace sentir su orgullo y admiración por mí y por mi familia homoparental. Tener a tu madre de tu lado, hace que seas capaz de lograr lo inalcanzable, hace que nadie ni nada pueda dañarte ni juzgarte como se pretende, porque su apoyo te da la confianza, la personalidad, el autoestima para superarlo todo y ser feliz. Me he equivocado millones de veces, pero estoy segura que si ahora soy feliz, es porque mi madre ha estado ahí para mí. Eso pienso, quienes pertenecemos a una minoría, lo único que necesitamos sentir es que nuestra madre, el ser que más nos ama, con todos sus intentos y todos sus errores, sólo está de tu mano, fuerte, dándote aliento, amamantándote de vigor para buscar tu felicidad. Eso ya es suficiente para hacerte invencible y de acero frente a los que dañan.
Pero hay algo que mamá no puede hacer posible. Hay algo que a mamá le hace sufrir, le hace llorar, preocupar. Y es que tú no estés en la misma condición que el resto, que tú no tengas los mismos derechos, las mismas oportunidades, las mismas condiciones de los demás. Ese escenario no lo puede cambiar.
Si hay algo que a mamá le aterra, es que ni su acompañamiento pueda sanar nuestras más grandes tristezas. Mamá ahuyenta a las serpientes viperinas, pero mamá no puede evitar que el veneno esté regado por tu camino, no puede evitar que si te tragaste un poco de él, tu corazón pueda tornarse algo duro a veces, algo rajado, algo cansado, cargado de impotencia.
Hoy la palabra madre me trae sentimientos encontrados. Me trae sorprendentes alegrías, me enorgullece, me duele. Me entristece, me conmueve, me alienta, me da luces, me exacerba sensaciones de mujer justiciera, y a la vez de inevitable derrota.
Ser madres lesbianas orgullosas en mi país nos hace sentir valientes, porque fácil un 80% de la población es viperina, y Morita y yo nos hacemos visibles pese a ser juzgadas porque sabemos que es lo correcto y será un precedente para que otras familias se sumen y surjan los anhelados cambios. Pero también nos hace sentir impotentes, porque si no vemos cercanos derechos individuales para la comunidad LGBTIQ+, somos conscientes que el camino será aún más largo para hallar nuestros derechos como familia.
Sólo algunos de nuestros pesares son, que la madre que no es biológica, es invisible en la vida de sus hijos en todos los trámites; en sus registros, pasaportes, documentos de identidad, nidos, colegios, no se les puede ofrecer un seguro de salud, herencia, registros en clubes, talleres, no llevan su apellido, no podrían acompañarlos si surge alguna situación crítica de salud ni tomar decisiones de vida o muerte, que ante una situación de separación, el desamparo es brutal y uno queda devastado, herido, vacío, derrotado. Ningún niño merece pasar por ninguna de estas injusticias. Y siguen sin entender, que la falta de reconocimiento de derechos no sólo nos daña a nosotros los adultos, sino también a nuestros hijos, que quedan desprotegidos y vulnerables.
Zoe es mi hija mayor, tiene diez años. La amo tanto como a Dieguito. La tuve con mi expareja, la tengo los fines de semana por un acuerdo al que llegamos. Podría ser peor, pero uno debe ser agradecido con las migajas bajo las circunstancias. Soy su madre, no porque la tuve dentro, soy su madre porque la esperé con ilusión, la crío, le doy lo mejor de mí, no le falta nada ni emocional ni económicamente, la educo, le hablo con la verdad, la motivo, la corrijo, me preocupo y lloro muchas noches, pero también la hago muy feliz y le pido que respete y sea empática, le inculco cómo es el amor de hermanos y lo veo reflejado cuando juega con Dieguito, le enseño a valorar a las personas cercanas y a las no tan cercanas, la veo reir y amar a mi esposa Morita, y eso la hace desmitificar prejuicios. La he visto crecer y me he visto en ella millones de veces, la protegería de todas las serpientes y me pasaría limpiando el veneno de su camino si pudiese. Lo daría todo por ella. Y esta es la parte que más me cuesta. No despertar a su lado todas las mañanas o acostarla con un beso por las noches, pasar por su cuarto en mi casa y ver su cama tendida toda la semana, pasar por alto todas las veces que fui presentada como la tía o la amiga de la madre biológica, haberla bautizado teniendo que ocupar un papel de madrina cuando soy su madre, que su hermano deba esperar eufórico los sábados porque ya la recogemos y despedirse a llantos los domingos al dejarla, que cada salida del país en el aeropuerto sea una innecesaria explicación a los agentes de aerolíneas, migraciones, seguridad y terminen por leer a voz en cuello frente a mis hijos los permisos notariales donde “no hay padre” y “yo no soy la madre”, que no te dejen entrar a verla en sus clases de natación porque sólo puede entrar con la madre quien ya está dentro del establecimiento, que me tenga que turnar en el día de la madre para poder ir a su colegio a verla actuar, que tenga que estar en un colegio que yo no escogí, que tenga que darme por enterada de decisiones importantes en su vida sin posibilidad alguna de que mi opinión sea tomada en cuenta, que Zoom no me permita curarla si se siente mal o abrazarla si necesita consuelo, que no pueda firmar ni un papel para impedir que salga del país, que pueda perderla de un momento a otro, sin que nada pueda hacer en lo absoluto.
Lo cierto aquí, es que para el estado y muchos en la sociedad, somos completos extraños en la vida de nuestros hijos cuando no los parimos. Además de tener que bancarnos todos los malos ratos de comentarios desatinados de aquellos que ignoran todo el amor y valores que reciben nuestros hijos. Nadie puede quitarnos el derecho a ser madres, ni el derecho de nuestros hijos a tenernos como madres. ¿Quién eres tú para decirme a mí que yo no voy a criar bien a mis hijos ni a darles un buen ejemplo? Ojalá te cruzaras con nuestras madres, con nuestros hijos, con nuestros seres queridos y amigos, para que te enteres que existimos y que no somos extraterrestres, que nuestros hijos han sido sumamente deseados y que estamos haciendo un buen trabajo.
Mamás, no pretendo quitarle el feeling a nuestro día, no pretendía escribir algo duro o negativo, sólo espero poder mover fibras en ustedes, tocarles la puerta del corazón, que su amor se sienta identificado con el nuestro, porque es el mismo, para que así nos ayuden a despertar a los que no escuchan, a los que no sienten, a los que no entienden; las madres no podremos evitar que el camino esté lleno de veneno, pero sí podemos compartir la receta del antídoto.
Karenina Álvarez Johnson
Comunicadora y Growth Marketer | Revolucionando el mundo de las mascotas #frendlover
4 añosUn abrazo para ti y Morita! Uds inspiran, gracias 🥰🥰 La coherencia siempre viene con recompensas, fuerza💓