Mi experiencia con Patas y Letras

Viernes 04 de Marzo

Recibí la invitación de parte de Daniella Rampinelli para visitar la sede de “Juntos por la Niñez” (SENAME) en una residencia de alta especialidad, con el objetivo de poder conocer más en profundidad una iniciativa de la Fundación Patas y Letras. Esta iniciativa busca que estos pequeños puedan generar aprendizajes de diversas temáticas y vínculos afectivos mediante sesiones de entrenamiento para mascotas ya previamente entrenadas. De este modo los niños pueden interactuar con las mascotas aprendiendo ciertas reglas, generando vínculos de afecto y creando momentos de esparcimiento y sana diversión. Y digo sana diversión porque, aunque no lo crean, es un concepto que si bien, es lenguaje común para muchos, lamentablemente no es un concepto conocido por todos los niños de este país.

Me subí a la aventura porque creo firmemente que quien tengas enfrente tocando tu puerta pidiendo ayuda es alguien que no solo merece tu atención, sino que además siempre tendrá como regalo un aprendizaje.

Al ingresar al sector nos saludan dos niños: Amelie de 11 años y Ariel de 6, ambos felices de recibirnos y de participar en la sesión semanal de “Entrenar a tu mascota”. Son simplemente niños en edad de disfrutar juegos y vivir momentos plenos de seguridad, sin embargo sus historias diferían totalmente. A sus cortas edades ambos ya habían sido vulnerados en sus derechos de niños, debieron enfrentar realidades tan fuertes que la justicia debió mediar resolviendo que su bienestar estaba fuera de un entorno familiar, y ese es el por qué están aquí hoy. 

La sesión comienza y Donna (la mascota) entra en acción, durante la sesión se escucha: “Donna gira, gira”, “Donna ven a jugar con la pelota”, “Donna ven toma agua”. Los niños esperaban su turno con la poca paciencia que un niño de esa edad puede tener, sin embargo las tías los ayudaban a controlar esa ansiedad y se escuchaba decir: “Niños a todos les va a tocar”, “Niños respeten sus turnos”. No está demás esta decir que el manejo de control de impulso y la tolerancia a la frustración son herramientas totalmente necesarias para vivir en sociedad, y que desarrollar estas habilidades en forma temprana y de una manera asistida les permitirá a ellos tomar mejores decisiones en el futuro.

Fueron aproximadamente 60 minutos, 60 mágicos minutos en que estos niños olvidaron su propia verdad y pudieron vivir como niños durante esos breves momentos. “¡Soy bueno entrenando!” “¡Déjame darle un abrazo!”, son algunas de las frases que escuche durante la sesión.

La jornada finaliza pidiéndole a los niños que le traigan agüita y comida a Donna, favoreciendo así tanto la empatía como el agradecimiento y el cariño por el momento vivido.

Los vi disfrutar y correr, hasta que  escucho un “Ya, nos vamos. Nos tenemos que ir”. La sesión había terminado, el tiempo pasó muchísimo más rápido de lo que me pude percatar. Los vi moverse y ordenar rápidamente, y ahí me doy cuenta que el respiro no sólo fue para ellos, el oasis también había sido para mí.

Tras la despedida pude experimentar la sensación de abandono en sus miradas, y escuche un “Tía no se vaya todavía”, y más fuerte y profundo aún un “Tía, pero ¿va a volver? ¿y cuando va a volver? ¿me lo promete?”. Pensé bien en que contestar, porque una promesa más incumplida para ellos es una más en una larga lista de expectativas que en su entorno no podrá cumplir, una larga lista de intentos de ser acogidos. Y mientras mi mente divagaba en sus realidades, y con el ímpetu de entender que esos niños me habían dado una tremenda lección al dejarme compartir con ellos parte de su tiempo y muestras de cariño, hasta incluso un abrazo de despedida, desde  mi corazón salió un “Ameli, yo si volveré, te lo prometo…”