Mi mejor recuerdo de ETA
Esta semana se cumple una década sin el plomo de ETA. Comienzo a cruzarme en mi vida profesional con jóvenes que carecen de la vivencia de mi generación, del recuerdo infame del telediario enseñando el humo y los cascotes de un chantaje. Si les preguntas por la Goma-2, creen que debe ser un chicle.
Durante años trabaje en la sección de Nacional de Diario16. Al hacer memoria se entremezclan las imágenes de los atentados que cubrí, su caos, sus sirenas, sus hierros retorcidos, la barrera improvisada con una cinta de plástico que todos respetábamos sacramentalmente y el canutazo del político de turno que se acercaba a contar y condenar. Era como la misa del domingo. Todas distintas. Todas iguales. El recuerdo que de verdad todavía me eriza la piel no es el de un atentado. Es el del no atentado. Me recuerdo a mi mismo una mañana imprecisa y soleada aparcando el coche antes de entrar en la redacción y asaltarme el siguiente pensamiento: "Hace ya semana y media que no hay atentado, hoy se complicará el cierre". Así eran los años de plomo. Mi peor recuerdo es el de mi piel de acero, insensible. ETA logró brutalizarnos, normalizar su violencia como parte del paisaje cotidiano.
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Mi mejor recuerdo es el no recuerdo. Sí recuerdo que uno de los secuestradores de Ortega Lara inició una huelga de hambre, una estrategia común entre los presos etarras, que se iban turnando hasta que el cuerpo aguantase, como si de una carrera de relevos se tratase. Escribí una crónica explicando que había sido incapaz de perder los mismos kilos que su secuestrado. Pero ya no recuerdo si fue Egin o Gara el medio que me señaló con una recensión de mi crónica que concluía: "Recomendamos a Pavel Gómez más prudencia en sus informaciones". Sí recuerdo que pasé los siguientes seis meses de mi vida mirando cada mañana los bajos del coche, tras un rápido cursillo por parte de un miembro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Y que deje de hacerlo una mañana, harto de genuflexionar, de hincar la rodilla. Recuerdo que pensé: "Vivo en Valdemoro, no tenéis cojones". Pero mi mejor recuerdo es el no recuerdo. Me he dado cuenta de que ya no recuerdo el nombre de aquel secuestrador de Ortega Lara. No pienso buscarlo en Google ni rebuscar en mi trastero, donde guardo las crónicas de aquellos años.
Sé que tengo mucha suerte y que por eso puedo permitirme existencialmente el olvido. Que hay miles de personas en España que han perdido a padres, hermanos, cónyuges o compañeros. Miles de vidas truncadas para siempre. Si algo logró ETA fue unir en su repudio a un país de querencia cainita. Nada más. Pero llegará el día, cuando la biología se lleve por delante a todos los que vimos el resultado de sus actos sin dejar de comernos la sopa, en que ETA será apenas una frase en los libros de historia escolar de España. Y ni siquiera caerá en el examen. Porque su huella en la historia de este país habrá sido irrelevante.
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3 añosEnhorabuena por el artículo Pavel Gómez del Castillo que buen enfoque¡
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3 añosGracias, Pavel.
Feliz de ser Post Woman
3 añosGuau! 😍
Marketing ferial. Creación literaria.
3 añosImpresionado por tu testimonio Pavel. Todos atesoramos imágenes y recuerdos de como el terror se normalizó. Menos mal que supieron pararles tras la T-4.
Desarrollo Personal | Acompaño a personas y empresas a transformar el mundo | Speaker | Mentor | Autor de La revolución individual (Plataforma Ed)
3 añosRecuerdo las explosiones desde el patio del colegio. Las ventanas de casa vibrar. Mis compañeros explicando cómo alguno de sus padres miraba los bajos del coche con un espejo. Lo pienso y, a día de hoy, me parece surrealista. Bendita La Paz amigo Pavel