Mirada sobre el arte de los 80

LA EDAD DEL ENTUSIASMO

Esta introducción al ensayo que Juan Carlos Martínez Manzano nos entrega, con evidentes ecos aleixandrianos en el título, y que la Fundación Málaga ha tenido el acierto de publicar, serán de gran utilidad a los lectores que no tuvieron la oportunidad de vivir aquellos años. Por otra parte, aunque a Málaga la denominó el insigne poeta como “Ciudad del Paraíso”, me parece que hace tiempo que dejó de serlo para coger sobre sus hombros otro tópico: el de cosmopolita. Si bien es cierto que en épocas pasadas ambos calificativos eran adecuados a la Málaga pretérita, hoy en día la aseveración no es tan exacta, o no es tan taxativa. Lo cual no resulta en modo alguno negativo, simplemente es la constatación, o la apreciación particular de una opinión. En los años de la pintura malagueña que se analiza en El paraíso recobrado, refiriéndose a los años ochenta, no deja de ser incierto que hubiera un paraíso recobrado –de alguna manera–, pero, sobre todo, aquellos años se definieron por el entusiasmo, y se caracterizaron por un gran número de exposiciones y actividades le dieron a Málaga su propia voz.

A esta década la definí en el texto del catálogo Nadador en la tormenta, que el Ministerio de Asuntos Exteriores editó en 2004, al artista José María Larrondo: “con la instauración de la democracia se origina un cambio significativo en el panorama español, por su afán de homologarse con Europa, especialmente en el arte contemporáneo que ilustrará la anhelada imagen moderna de España. De esta manera el país va situándose en un contexto internacional, donde el protagonismo de la imagen es indiscutible, con su deseo de seducción, su pluralidad de interpretaciones y su efecto de distanciamiento”. Sigo opinando de igual manera, pero es que, además y paralelamente, se abren nuevas galerías que dan otra impronta al arte contemporáneo y salen a escena protagonistas con otras connotaciones (el ejemplo paradigmático es Miquel Barceló, con la invitación a que participe en la Documenta 7) y, hecho crucial, la inauguración de ARCO, capitaneado por Juana de Aizpuru, que definitivamente va situarnos en los circuitos internacionales.

La capital de Málaga y su provincia, en estos años ochenta, supusieron un gran escaparate a través de sus actividades culturales y la incipiente estructuración del sector, aunque en la mayoría de las ocasiones eran más opciones personales que no tenía un efectivo apoyo institucional. No obstante, en esa década, se pusieron las bases de lo que hoy podemos disfrutar en la ciudad: una cantidad “ingente” de museos y salas de exposiciones, y un tejido vital creativo de alta repercusión. En aquellos tiempos se decía “hay que situar a Málaga en el mapa”, y creo que de alguna manera lo hemos logrado, con matices claro. Pero lo que más caracterizó los años que se analizan en el presente ensayo, son esas opciones personales y privadas en las que se proyectó un gran entusiasmo. Todos deseábamos “ser modernos” pero teníamos unos objetivos claros y una profesionalidad en ciernes, suplida con enormes dosis de atrevimiento.

Hay que dar la enhorabuena a Martínez Manzano por entregarnos este texto. Que yo recuerde es el primero de su género, y en él se analiza científicamente todo un periodo que estaba sólo en la memoria de los protagonistas. Toma como hilo conductor su tesis doctoral –brillantemente defendida hace pocos meses– y titulada El posicionamiento de la pintura figurativa malagueña de la década de los 80. Pero este ensayo tiene otro carácter, sin perder el rigor, se centra más en hacer una difusión de lo que aconteció en aquellos años, de dibujar un paisaje sintético de una etapa, que incluso se puede calificar de dorada para el arte contemporáneo malagueño.

La estructuración de los capítulos incide en la idea antes comentada de difusión, quedando –incluso visualmente– accesible y asequible para un lector que no domine el tema tratado. Además, servirá de guía a neófitos y consulta de especialistas, que quieran saber lo que sucedió en los años ochenta en Málaga, referido –claro está– a la pintura.

Una de las cuestiones que me parece interesante evidenciar es las relaciones que se establecen entre los distintos artistas. No tratar aisladamente la obra de cada uno de ellos provoca que se detecten las imbricaciones y comunicaciones –y fueron muchas– que existieron entre los autores. Además, la contextualización nacional e internacional de los pintores malagueños es de agradecer pues sitúa aquella realidad en su verdadera dimensión. Como bien dice el autor hubo galerías en Madrid (Buades, Vandrés, Seiquer, Mar Estrada…) que sirvieron de conexión y portavoz del arte malagueño. Asimismo con algunos artistas citados como Chema Cobo o Guillermo Pérez Villalta, especialmente éste último, se produjeron vasos comunicantes de alto contenido plástico y teórico. Además, hay que tener en cuenta, en el texto que nos ocupa: El paraíso recobrado, el acierto de hacer hincapié en la arquitectura, tanto como arquitectura “pintada” como lugar de referencia, ya que esa iconografía malagueña supuso una seña de identidad en la pintura de la época.

En el texto se realiza un estudio pormenorizado de los artistas troncales de la Nueva Figuración Malagueña (donde cobra un papel principal Joaquín de Molina, por su obra, sus conversaciones y como “agitador”). E insisto, todo ello contextualizado con el ambiente cultural de aquellos artistas-pintores que configuraron la vuelta a la pintura desde los supuestos de la figuración –lo que el autor denomina la “pintura de caballete”–, (que en el caso concreto de Madrid se unió a la famosa movida). Por ello también es reseñable que se apunte en el ensayo las vinculaciones con la música, la “banda sonora” eran grupos españoles como Alaska, Héroes del Silencio, La Unión o Duncan Dhu (y los malacitanos: El Correo del Zar, Generación Mishima, Factoría Ribbentrop o Requiem); sin olvidar las publicaciones que informaban y conformaban el panorama como Imágenes Alteradas o Bulevar. Queda clara la gran avidez de los protagonistas por cualquier manifestación cultural; un tutto revoluto, en el buen sentido, en el que se mezclaban incipientes actores, músicos, cineastas, galeristas, y un largo etcétera. Y como agora, divertida y distendida, los bares (a la manera de los clubes ingleses, pero a nuestra manera), recordemos algunos de esos locales en los que la conversación fluía y las ideas estallaban: Casablanca, Beat Verdi, Blondie, Terral, Corto-Corto y La Medina.

También hay que destacar que en el ensayo se nombren y sitúen las exposiciones que fueron importantes y fundadoras de lo que podemos decir una nueva Málaga; tales como Línea de Costa, Vida Moderna y Málaga Este, entre otras. Pues ello hace percatarnos de la “agitación” en la que todos estábamos comprometidos que, por otra parte, fue el caldo de cultivo para posteriores ensayos y para disfrutar del panorama que goza en la actualidad el arte contemporáneo en nuestra ciudad.

Efectivamente después de la época tratada y los artistas analizados en este ensayo, Málaga dio un golpe de timón, olvidando los “oscuros” años precedentes, oscuros en el sentido de un arte no vital y vitalista, muy sujeto aún a cierto realismo, aunque fuese de extracción surreal. Y cito “…donde el placer por la ruina, la percepción del paso del tiempo o la contemplación de lo perecedero, es un vehículo de expresión fundamental… un catálogo iconográfico que se renueva y toma brío”. Y unida a esta vitalidad de los creadores, este tiempo al que he llamado la Edad del Entusiasmo –que no de la inocencia– estaban los espacios expositivos y sus mentores: el Colegio de Arquitectos, con Tecla Lumbreras; el ateneo, con Andrés García Cubo; la Diputación, con Joaquín Abenza; y yo mismo con mis colegas galeristas Carmen de Julián y José Manuel García Agüera.

En definitiva fue  la Edad del Entusiasmo, pues sobre todo poníamos muchísimo entusiasmo, con unos medios más bien precarios, pero con una impronta que hizo que Málaga se la pudiera llamar cosmopolita y “casi” ciudad del paraíso.

Pedro Pizarro. Málaga, enero de 2011. Prólogo al libro El paraíso recobrado de Juan Carlos Martínez Manzano. Publicado por la Fundación Málaga

 

 

 

 

 

 

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