Nada muere, todo se transforma (Ensayo)
Marcas dentro de mí
Me pasó que pasó
Heme aquí, sentada frente a un monitor que espera que llene de significados esa hoja virtual que me ha puesto enfrente, y mientras pienso en cuál de este millón de palabras que cosecho a diario he de usar para empezar a tejer sobre su inmaculado e infinito cuerpo tenebroso de vacíos, esa caja sin vida propia, me acosa sin mediar palabras, inmóvil, queriendo robarse lo que es mío, mis vivencias, mis recuerdos, mi yo profundo.
Y no es, sino bajo protesta, que le entrego lo que busca, de a poco y en un dar receloso, porque esto que me pasa y sólo es mío, ha de entregarlo a otros que quizá no lo entiendan ni valoren, o lo minimicen frente a su propia experiencia.
Me pone nerviosa con sus gritos desesperados (mientras finge que nada dice), me quita el aire (aunque busco su artilugio aspirador, no logro encontrarlo), me apremia con sus exigencias: ¡Dime qué pasó! ¡Cuéntame! ¡Lléname de vida con aquello que te inyectó el cambio!
¡Está bien! –le digo- voy a darte lo que quieres, voy a mostrarte este nuevo yo que aún desconozco, que se retuerce por salir y tomar el lugar que construí con tanto esfuerzo, que acecha mi morada y quiere hacerla suya por completo, que pretende que sea quien no era y abandone mi ayer, así, de repente, sin aviso. Se gestó de a poco, dentro mío, se alimentó de mis sueños, temores, ansias y esfuerzos, y ahora quiere dominarme, y quién sabe, sino también desaparecerme. No quiero perderme ni olvidarme, porque temo que si soy otra ya no sea yo.
Está bien, contaré ese secreto, pero lo haré en otra hoja, en una que yo elija, con la que me sienta cómoda.
Metamorfosis
Hubo una transformación en mi ser que se hizo evidente desde el momento mismo de la implementación del proyecto, y cuyas marcas se fueron acentuando a medida que pasaron los días. Pararme frente a los alumnos ese día, fue, nada más ni nada menos, que dar mi consentimiento implícito para que mi ser completo evolucionara hacia la próxima etapa, un período de reajuste de mis propósitos, y a partir de ellos, generar un cambio de actitud. A diferencia de la sucesión de decisiones y hechos ajenos a mí, que modificaron incontablemente mi realidad primera, mi ser virgen, esta vez era yo directamente responsable de este movimiento intrínseco que sacudiría mi yo ecuánime en su pobreza.
Esta buscada y esperada (aunque intimidante en tanto desconocida) evolución se vuelve notoria al dar una mirada hacia atrás y hacer un recorrido por lo que fue el proceso de diseño y formulación del proyecto para la implementación en la práctica docente. Este proceso comenzó en el mismo momento en que se planteó en qué consistiría el desarrollo de la materia durante el cuatrimestre de duración de la misma y las condiciones para aprobarla.
Si bien se habló en esta instancia de las actividades que se realizarían, éstas no tenían conexión (al menos en mi imaginación) con lo que en realidad pasaría. Lo que sí había quedado claro era que sería una tarea a realizar en grupos cuyos integrantes fuesen alumnos cursando el mismo profesorado, con lo que nos reunimos Gladys, Marisa y yo para darle forma a lo que habríamos de consumar en un futuro cercano.
Nuestras profesoras, Marisol Iturralde y Adriana Ávalos, nos dijeron que debíamos elegir entre tres temas para elaborar el proyecto en base al cual daríamos nuestra clase. Los temas eran: El Fuego, Las Ventanas y Los Viajes. No hubieron dudas al respecto, apenas hube escuchado las opciones supe que El Fuego era nuestro tema. Teníamos en nuestras manos un diamante en bruto, y lo que él fuese al final del proceso sería fruto de nuestra obra, de nuestro esfuerzo y compromiso. Debíamos idear, bosquejar, proponer métodos conforme a un propósito coherente y procurar los medios para la ejecución de este plan. Estaba emocionada y anhelante.
Debido a la polisemia de la palabra Fuego, estábamos frente a un abanico de posibilidades, con lo que debíamos hacer un recorte que nos permitiese preparar un tema específico, con sentido, y cuyos contenidos se relacionasen entre sí de forma lógica y solidaria.
Recortar no fue fácil, pero al fin llegamos a un consenso, mostraríamos dos aspectos importantes, pero haríamos hincapié en uno de ellos en el momento del cierre de la clase, para que quedase fresco en la memoria de los alumnos. El primero de los aspectos sería una pequeña muestra dentro de la pluralidad de significados del vocablo “fuego”, elegimos tres enfoques: desde su sentido simbólico (como fuente de pensamiento mágico y en su papel de representante de las pasiones humanas), como disparador de la evolución del hombre (a partir de su uso en la cocción de los alimentos, con lo que contribuyó a la evolución neuronal), y como puente entre el mundo natural y el humano (ya que es el punto clave del desarrollo tecnológico). Y el segundo aspecto, y más importante, sería el de la dualidad del fuego, ya que se trataría de mostrar los resultados (intencionales o no) de la manipulación de esta energía natural y poderosa.
A partir de esta selección de temas, creímos que todo estaba solucionado y nos pusimos a trabajar: encontramos rápidamente un título (El Fuego como energía vinculado a la evolución del hombre), construimos el marco teórico, establecimos los objetivos y las justificaciones de los mismos, seleccionamos cuidadosamente los contenidos, buscamos actividades que dieran a ese contenido un sentido de poiesis (tal como se nos había pedido), y escogimos los recursos didácticos que servirían de apoyo a nuestra clase. ¡Estábamos listas!
Pero como no todo lo que brilla es oro, al momento de la corrección de los proyectos, y sin anestesia de por medio, nos estampamos contra una pared. Tras un frío análisis recibimos por parte de Marisol una devolución que nos dejó por el suelo. El sentido de poiesis parecía no ser tanto, el título era de manual (realmente tecnológico), y las actividades no estaban debidamente justificadas. Me disgusté mucho y tuve ganas de pedirle a la profesora que me diera un manual de construcción de proyectos explicitando paso a paso lo que quería que hiciéramos, pero en lugar de eso me refresqué la cabeza y me enfoqué en la modificación de lo hecho a partir de las especificaciones que nos fueron dadas en la consulta posterior a las correcciones. Cambiar de actitud requirió cambiarlo todo, con lo que me vi desnuda, sólo cubierta por esa piel difícil de quitar, tejida de mis propios temores.
En un tono más poético nombramos nuestro trabajo (Con el Fuego se hace, con el fuego se deshace) al tiempo que conservamos la intencionalidad del título, realizamos los cambios y ajustes que nos fueron solicitados y nos presentamos nuevamente para la evaluación. Esta vez estuvo bien. Pudimos relajarnos y poner la mirada en los preparativos de la clase.
Marcada a fuego
Si pienso en las fuertes marcas que me definen como lo que soy hoy en este aspecto de mi vida (en lo relacionado con mi búsqueda en lo profesional, con mi construcción de futuro), he de comenzar con ese choque con la realidad que me hizo darme cuenta de que tengo que detenerme cada tanto a pensar en lo que quiero, y voltearme a ver si he recorrido el camino correcto. Una corrección de proyecto se transformó en una corrección de actitud en lo relativo a la vida misma.
¿Otra marca? Aquella que rasgó mi capullo permitiéndome asomar a un nuevo sentido de vida. La que obró en mí al momento de ingresar a la escuela Luis Roberto Barroso, ya que esta vez no fue en calidad de alumna o visitante, sino como practicante de docente, como alguien que sabe lo que quiere y lo construye con sus propias manos.
Cuando me paré frente a la clase, me constituí en lo que hoy soy, tuve que hacerlo, era parte silenciosa y obligada del proceso de práctica docente, ser aquello que el otro espera que seamos. La voz que susurraba en mi interior se dejó oír, y quien murmuraba detrás de mi cubierta externa salió por fin a ser de una vez y para siempre.
Aquellos seres abstractos para los que planeamos la clase se transformaron en personas reales, con nombre y apellido, con un rostro distintivo y con la capacidad de obrar cambios en mí con su sola presencia, de tocarme con sus palabras y sacudirme con sus actos. Ellos me situaron en una plataforma nueva dentro de este amplio universo de vivencias, y me proporcionaron así una nueva vista, un nuevo punto de referencia.
Me sentí feliz, fui a construir y resulté siendo construida, modelada. Entregué y recibí en un mismo acto de amor, en un acto inducido, no natural, pero no menos humano ni menos pleno. Aún hoy sigo descubriendo el resultado de aquella experiencia, viendo los cambios, reconociéndome.
Nada muere, todo se transforma
Introducción
El objetivo de este ensayo, es presentar mi primer práctica docente como la experiencia que produjo el estallido de aquella persona que fui, y la reconstrucción a partir de las partes resultantes, dando como consecuencia quien hoy soy, la misma en esencia, pero diferente, un yo evolucionado, modificado en forma consciente e inconsciente, a partir del hacer para otros, con otros y por mí misma.
¿Y qué es el aprendizaje sino el fruto mismo de una experiencia, de una práctica? ¿Y no es acaso el fruto un producto del desarrollo del ovario de una flor después de la fecundación? ¿No sería entonces el aprendizaje el producto del desarrollo de aquello que evoluciona dejando de ser lo que es para convertirse en otra cosa?
Así es como voy a definir mi experiencia, como un aprendizaje, y para defender mi postura me valdré de la palabra de Jorge Larrosa en “Experiencia y alteridad en educación”, y de Estanislao Antelo en varios de sus escritos.
Encuentros cercanos
Fui al encuentro de la práctica, mi primera práctica docente, y resultó que ella me encontró a mí, y en ese punto de colisión estallaron las emociones que tiñeron de colores a esa Patricia que vivía dentro de mí como un boceto en blanco y negro de aquello que podía ser. Esa parte de mí que permanecía latente entre las sombras, tomó control de mi ser y cambió el rumbo de mi vida. Es en estas situaciones en las que nos damos cuenta de que no estamos preparados para enfrentar lo que aún no ocurrió, sin importar cuánto nos hayamos preparado para un momento en especial, no somos robots programados para enfrentar la realidad de la práctica docente ni vamos con un Manual de instrucciones para la práctica y solución de situaciones problemáticas entregado por el IFDC.
Fui consciente en este punto de que la práctica no era algo etéreo, intangible, sino que muy por el contrario, tenía cuerpo y forma, fue capaz de toparse conmigo y llenarme de sensaciones, de hacerme sentir, de sacudirme. Como dice Larrosa, la experiencia no es eso que pasa, sino “eso que me pasa”, “… el lugar de la experiencia soy yo. Es en mí (o en mis palabras, o en mis ideas, o en mis presentaciones, o en mis sentimientos, o en mis proyectos, o en mis intensiones, o en mi saber, o en mi poder, o en mi voluntad) donde se da la experiencia, donde la experiencia tiene lugar.”[1]
Al momento de la implementación estaba tan preocupada por lo que pasaba, que no me daba cuenta aún de lo que me pasaba. Estaba dando a luz lo que se gestó durante mi preparación previa y no me daba cuenta de ello.
Pasé de actuar como alumna a actuar como docente, y en ese ritual de paso desarrollado en la práctica que implica formalidad, se constituyó y afirmó el nuevo yo, en ese acto dotado de un significado propio y fuerte. Bien dice Larrosa que la experiencia supone una salida de sí hacia otra cosa. No sabía hacia donde me dirigía hasta que hube llegado, y me gustó, me sentí orgullosa de mi propia construcción, de lo que logré a partir de aquello tomé y dejé de entre lo que me habían dado.
A eso que me pasa, que tiene lugar en mí misma, Larrosa lo llama “principio de transformación”, ya que dice que el sujeto no sólo hace la experiencia de algo, sino que hace la experiencia de su propia transformación. Al alejarme de la experiencia y mirar hacia atrás, pude verme como una mariposa emergiendo de su capullo, única, plena, feliz, llena de múltiples colores en armonía. Y el saber resultó tener sabor a triunfo, a realización, a la dulce afirmación de aquello que intuía, pero el sabor no se limitaba a ello, y como el aprendizaje es del orden del sabor, del sabor del encuentro[2] (según nos dice Antelo), fue también eso lo que saboree: el encuentro. La experiencia me obsequió la confirmación de aquello que creía oír cuando mi voz interior susurraba dándome pistas que me guiaban a mi propio encuentro. Y como la experiencia es una aventura que como tal se alimenta de incertidumbre y supone un riesgo, una situación de peligro, invertí, corrí el riesgo, aposté, ya que como dice Antelo “… eso que llamamos destino, es del orden del juego, de la apuesta, de los dados.”[3]
Al aventurarme en esta experiencia tan temprana, me probé y probé. Me probé porque exploré y experimenté mis cualidades de educador, ya que la práctica es la única manera de encontrarse con lo íntimo para permitirse ver qué hay de lo que necesitamos y de lo que no queremos, para tras la mirada, realizar los ajustes que nos acerquen lo más posible a esa medida a la que queremos llegar. Al probarme probé, degusté una pequeña ración de ese encuentro que se da en el acto educativo, saboreé y estaba bien de sal, me resultó exquisito, con sabor a más.
En mis muchas lecturas he viajado a lugares impensados, y navegado en mares de sentimientos encontrados. Kahlil Gibran me elevó a los cielos, Stephen King me arrojó a los infiernos, y Michel Foucault me plantó firme en la tierra, en ese punto intermedio entre el reino celestial y el infernal, que fusiona a ambos en este mundo humano. Pero ninguno de ellos hizo por mí lo que la práctica docente y la lectura que luego realicé de ella, yo, que por primera vez me encontré de pie frente a mi universo personal y fui consciente de mis propios demonios (no lo de alguien más) y pude divisar mi cielo, y de hecho estuve muy cerca de tocarlo. Si como dice Kafka, citado por Larrosa, “Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro”, la lectura de lo que me pasó revela que la experiencia que viví es igual a un enorme pico de hielo con alma de fuego, que rompió mi mar congelado y luego me incendió por completo. El eso de “eso que me pasa”, que tiene que ver con un sentido de exterioridad, y que es distinto a todo lo que conozco, me permite leerlo y reflexionar, y en ese punto de reflexión, de apertura a lo que tiene para darme, para decirme, es donde ocurre la transformación.
Por fin logré hacer una lectura de mí misma, y viajar a mi propio mundo interno, con volcanes de emociones y mares de sueños. Aquello que viví arremetió contra mí y derribó las barreras que había levantado ante el temor de encontrarme conmigo misma y de que no me gustase aquello que viera.
Fue esta experiencia tan significativa, tan fuerte, que inyectó de energía a ese ser aletargado, esa parte de mí que parecía inerte, fue una descarga eléctrica directo al alma. Sé que a partir de esta práctica voy a seguir construyéndome en lo que quiero lograr, poniendo mucho cuidado en lo que deseo resaltar y en lo que hay que eliminar o modificar. Me siento obligada a atesorar cada experiencia para poder establecer una relación de significado entre las distintas etapas de la vida integrando subjetivamente al conjunto, para de esta manera brindar continuidad subjetiva a la experiencia a lo largo del tiempo.
Pero no puedo dejar de pensar en que pienso lo que pienso y como pienso, y siento lo que siento y como siento, como resultado de la preparación previa, de lo que he heredado, de lo que me pasaron, de la acumulación de saberes y del haber aprendido en algún punto de mi vida a saborear cada texto, digerirlo, y transformarlo en algo nuevo, provechoso, significativo. Pude saber que algo me pasaba porque mi mirada se volvió capaz de escudriñar y atravesar capas superficiales llegando más allá.
Lo que pasó me pasó porque además de poder, quise tomarlo, porque decidí apropiarme de aquello y usarlo para mi provecho, para alimentar mi ser. Decidí aprehender aquello que sucedía a mi alrededor e interactuar con ello para que lo que pasara también me pasase, para que mi interior se modificase y me permitiera aprender, quise tomar para tener, saborear para sentir. Como dice Antelo: “Éste es el sentido de entender a la educación como un arte que no se restringe a una pura adquisición de conocimientos, sino que atañe a la transformación del ser”[4]. “Hoy hay que procurar que la enseñanza tenga lugar. Y dedicarse a esta procuración también forma parte del cómo hacerlo.”[5]
Construir, construirse
Si hemos de pensar la educación a partir de la experiencia, será mejor que comencemos a prepararnos para ser capaces de construir un algo, que de tocar al otro, le diga mucho más que las palabras, y lo transforme desde lo íntimo. El acto educativo es una experiencia montada por sus protagonistas, donde las partes circulan saberes que obran de forma inmaterial, pero que sin embargo modifican todo aquello que tocan (porque de una forma u otra alcanzan al otro) sin atender a nuestra voluntad. En esa construcción íntima del otro es que el educador se construye a sí mismo. Para que eso sea posible, debemos pensar la experiencia educativa no sólo como un pasar de conocimientos, sino también como un abordaje al alma, al ser sensible, único, un acto de pasión que queme y deje huellas, que como el fuego, transforme definitivamente todo lo que toque.
Quiero seguir incendiándome y reconstruyéndome, evolucionando. Quiero seguir acumulando marcas, escribiendo libros en mi alma (con los que luego pueda deleitarme en la lectura). Quiero, en fin, continuar mi aprendizaje en la enseñanza.
Patricia Viviana Barroso
[1] Jorge Larrosa: Experiencia y alteridad en educación, clase Nº 1, FLACSO.
[2] Estanislao Antelo: Sabor a mí. Enseñar, saborear, encontrar
[3] Estanislao Antelo: El oficio de educar
[4] Estanislao Antelo: ¿Qué quiere usted de mí?
[5] Estanislao Antelo, Andrea Alliaud: Iniciarse a la docencia. Los gajes del oficio de enseñar,I Congreso Internacional sobre Profesorado Principiante e Inserción Profesional a la Docencia, Sevilla, 2008
Lcda. en Educacion Integral
6 añosExcelente.. muy inspirador y motivador..
Personal docente en Ministerio de Educación sonia marbella dugarte bolaño
6 añosMe parece una producción constructiva sobre la educación que merece un análisis y todo se transforma en la practica educativa en el entorno social que se realice
Presidente del Parlamento Mundial de Educación.
6 añosMÁS QUE ENSAYO, ME PARECE UNA PIEZA CONSTRUCTIVA SOBRE LA EDUCACIÓN. DESTACO "NADA MUERE, TODO SE TRANSFORMA", JUSTAMENTE EL PARLAMENTO YA NO QUIERE CAMBIOS, SINO LA TRANSFORMACIÓN DE LA EDUCACIÓN. M IS FELKICITACIONES. DR. GABRIEL PIRATO MAZZA. PARLAMENTO MUNDIAL DE EDUCACIÓN. PRESIDENTE.