Nuestra implicación

Nuestra implicación

Desde hace varios años me interesa profundizar en la relación que establecemos los consultores con nuestros clientes: dilemas éticos a los que nos puede llevar su actividad, el dinero (al fin y al cabo se trata de una prestación profesional), la pretendida neutralidad que debemos sostener cuando son varios socios o parientes, la distancia que nos permita reflexionar, entre otros.

Hoy quiero avanzar en esta distancia: sabemos que el consultor debe lograr una distancia óptima del consultante y de su planteo. Es decir, el consultor no debe estar tan lejos que no entienda el planteo del consultante, ni tan cerca que quede atrapado, sin espacio para reflexionar y proponer un movimiento útil.

En general, consultor y consultante pertenecemos al mismo ámbito socio cultural, es decir, formamos parte del mismo entramado de instituciones, entendiendo por éstas al conjunto de prácticas regulares aceptadas por todos los que integramos una sociedad: pertenecemos a familias, intercambiamos dinero por los servicios que prestamos, nos saludamos al encontrarnos, tal vez vivimos en una misma ciudad, fuimos a la escuela cuando éramos chicos, eventualmente a la misma escuela, etc.

Podríamos postular que cuantas más instituciones tengamos en común, menor será la distancia que nos separe de nuestros consultantes, y, así, a la hora de tratar de comprender cómo ciertos hábitos alimentan a la situación problemática, podremos estar maniatados, presos de esos mismos hábitos. Y vale la inversa: cuantas menos instituciones compartamos, mayor será la dificultad para comprender lo que les pasa.

Por otro lado, los servicios que prestamos son influenciados por nuestras propias experiencias de vida (por ejemplo, muchos somos consultores de empresas familiares porque provenimos de una familia empresaria, hemos trabajado en la empresa familiar, y hemos “sufrido” los tópicos de la cuestión: suceder al padre fundador, tener que dirigir la empresa con los hermanos, lidiar con parientes políticos, etc.).

En este caso podemos postular que cuanto más cercanos sean el planteo de nuestro consultante a nuestra experiencia, y menos trabajada la tengamos, más próximos estaremos de un punto ciego, es decir, de un punto donde no podremos intervenir en lo que se plantea. Por ejemplo, el haber tenido una relación espinosa con nuestro padre, fundador de la empresa, ¿interfiere en el trabajo con la familia que es hoy nuestro cliente? Los hermanos que discuten delante nuestro, y primarizan sus argumentos “me estás haciendo lo mismo que cuando éramos chicos, y no me prestabas los juguetes”, ¿resuenan en las discusiones con nuestros hermanos y nos provocan fastidio o nos aburren?

¿Cómo trabajar la distancia? A veces las cuestiones no son tan evidentes… Las sentimos apenas como pequeños ruidos, afectaciones, incomodidades, impaciencias, exasperaciones, y puede no terminar de darse cuenta de qué es lo que está pasando. Nos inclinamos sin darnos cuenta por las posturas de tal o cual socio, o tendemos a rechazar sistemáticamente las del otro…

Entonces, ¿qué podemos hacer? Primero, tener esta cuestión en cuenta, como parte de nuestro método. Y para esto, lo primero, es analizar lo que se llama la implicación, es decir, indagar y elucidar la forma en que estamos capturados por las determinaciones institucionales: sociales, de clase, ideológicas, religiosas, relacionales, etc. Según la definición de Lourau, un analista institucional: “la implicación es el conjunto de relaciones, conscientes o no, que existen entre el actor y el sistema institucional”.

En castellano la implicación no es una palabra muy feliz, porque nos trae de la mano la idea de compromiso: “estoy súper implicado en este proyecto”. Y acá la implicación no tiene nada que ver con nuestra voluntad: por el contrario, estamos implicados porque formamos parte, el cliente y nosotros, de un tejido social, y cuanto más compartimos, menos podremos ver.

Veamos una nota que tomamos de una consulta: “A lo largo de la reunión: el ser tano, la familia tana, la familia primero sometida al padre, y luego al primogénito, el origen calabrés, la guerra, vivir todas las familias en una misma cuadra, todas las familias construyendo las casas de todos, trabajar sábados y domingos en estas obras, nunca tener tiempo libre para jugar al futbol con los muchachos del barrio, tener que trabajar horas extra para compensar las que demandaba ir a la facultad, …” ¿Cómo me afecta a mí, en tanto consultor, si yo también vengo de una familia italiana? ¿Qué resonancias me trae esta situación de mi propia familia? ¿Cómo podrían afectar estas resonancias a mi tarea?

Algunos tips para analizar nuestra implicación:

- Registremos las afectaciones que nos van ocurriendo durante los encuentros. Las afectaciones son buenas pistas hacia las implicaciones. “Me empecé a sentir fastidiado, me hacía acordar a….”

- En la medida en que seamos un equipo el que se encuentra con el cliente, mejor: la implicación es muy personal, y trabajarla entre varios ayuda a elucidar los atrapamientos o los puntos ciegos.

- En la medida en que podamos elegir consultor o cliente, tener cierta distancia en el espacio socio cultural. Es bueno compartir escuela, club, religión, clase, porque se gana tiempo al relevar la situación, porque ya hay un tendido de confianza, pero esa misma distancia puede ser la que falte para apreciar la situación críticamente, con libertad intelectual.

- Sistemáticamente, como parte del método, es decir, del proceso de consultoría, analizar la propia implicación, solo, o, mejor, con otros.

El análisis de las propias implicaciones es tan rico como la tarea con el consultante o cliente; es un viaje al conocimiento de nosotros mismos, y, desde ahí, a ser mejores consultores.

João Prates

Gestão da Sucessão | Governança Familiar | Corporativa | Societária Desenvolvimento Individual | Famílias Empresárias | Empresas Familiares

2 años

Muy interesante reflexion Diego Bercovich! Abrazo!

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