NUESTROS ALIMENTOS…
Que la comida sea tu alimento y el alimento tu medicina.
HIPÓCRATES
Entre los diferentes factores que influyen directamente en nuestro desarrollo y nuestra salud están los alimentos. Éstos, aunque provienen del exterior (medio ambiente), su procesamiento y utilización dependerá de la integridad interna del cuerpo; es decir, de los procesos metabólicos de la persona. Sin embargo, es curioso que a pesar de la importancia que tienen los alimentos en nuestro bienestar, parece que la naturalidad de este hábito, obligado para el mantenimiento de la vida, no le damos la suficiente importancia y solemnidad en cuanto a su significado y consecuencias. Los hábitos alimentarios solo adquieren protagonismo cuando se ha desencadenado algún tipo de disfunción o daño, no pocas veces irreversible.
Los alimentos aportan todos los nutrientes que requiere el ser humano para llevar a cabo sus funciones tanto biológicas como de relación con sus pares. Éstos, además, deben resultar agradables desde el punto de vista organoléptico y es así como a través del tiempo, el hábito de “comer” ha resultado ser una actividad placentera por si misma. Sin embargo, esto no es suficiente, los alimentos deben proveer los nutrientes adecuados tanto en cantidad como en calidad, para conservar y asegurar el estado de salud de la persona. Los efectos nocivos de una mala alimentación no solo se producen por defecto, sino que también por exceso. El cuerpo necesita una fuente de energía para conservar los procesos normales de la vida y cubrir las necesidades de actividad y crecimiento. Las necesidades calóricas dependen principalmente de las dimensiones corporales, metabolismo basal, actividad física, edad, sexo y temperatura ambiental. Sin embargo, no podemos quedarnos con la errónea idea que todo se basa en energía, de cuantas calorías se ingiere día a día y cuántas se “gastan”. También es de suma relevancia el tipo de alimentos y nutrientes ingeridos. Hay una serie de enfermedades que son el resultado de una dieta carencial (escorbuto, pelagra o raquitismo), otras que están relacionadas con ella (bocio endémico y algunas anemias). Un tercer grupo son las intoxicaciones agudas o crónicas provocadas por el consumo de ciertos alimentos. Por todo, una alimentación defectuosa, desequilibrada o monótona puede causar daños en órganos o sistemas muy diferentes sin que, a veces, exista evidencia de que hayan sido causados por la alimentación.
Muchas enfermedades que hoy son problemas de salud pública tienen sus orígenes en nuestra inadecuada forma de alimentarnos y en los diferentes errores que cometemos día a día en nuestros estilos de vida. En este sentido podemos afirmar que nuestra alimentación no está cumpliendo su rol natural, limitándose a permitir el aporte cuantitativo de ciertos tipos de nutrientes y calorías, sin considerar muchas otras variables hoy conocidas gracias al surgimiento de nuevas áreas de cocimiento (ej., epigenética). A esto se agregan los comportamientos de riesgo, como el consumo de tabaco y la inactividad física, que modifican el resultado final, habitualmente para mal. Aún esta pendiente, como problema de salud pública, la incidencia y prevalencia de las enfermedades no contagiosas de carácter crónico (ej., obesidad, hipertensión y diabetes mellitus tipo II). Así por ejemplo, las correlaciones entre la obesidad y los resultados cognitivos en los seres humanos, junto con las pruebas de que la ingesta excesiva de alimentos perjudica la plasticidad sináptica y la cognición en los modelos animales, sugiere que el retorno a patrones de alimentación intermitente más normales desde el punto de vista evolutivo podría mejorar la neuroplasticidad y la cognición. Hallazgos recientes apoyan esta posibilidad.
En 1985, el doctor S. Boyd Eaton publicó un artículo titulado “Paleolithic Nutrition” [1] en New England Journal of Medicine, en el que sugería que la dieta ideal se encontraría en las prácticas nutricionales de nuestros antepasados. Si bien unos cuantos médicos, científicos y antropólogos ya tenían conocimiento de esta idea, fue el escrito del doctor Eaton el que la puso en el centro del escenario.
Sin embargo, debemos tener claro que no podemos hablar de una alimentación paleolítica única, dado que los alimentos ingeridos dependían de la región donde se vivía y la estación del año en la que se encontraban las personas. Lo que parece ser claro es que en la gran mayoría de las veces la dieta era rica en proteínas y grasa, siendo pobre en carbohidratos de elevado índice y carga glucémica. Además, por la escasez de alimentos, todos silvestres (no domesticados y no seleccionados), la “nutrición paleolítica” debía ser variada, es decir basada en diferentes tipos de alimentos que cambiaban de acuerdo a la estación del año y la región donde se vivía, cosa muy diferente de lo que ocurre en la actualidad. Desde una perspectiva bioenergética, una importante adaptación conservada a la escasez de alimentos fue el cambio metabólico de la utilización de la glucosa derivada del hígado a un estado cetogénico, en el que los ácidos grasos y las cetonas derivadas de las células adiposas son utilizados por las neuronas y las células musculares como combustibles celulares para sostener el rendimiento cognitivo y la resistencia física, respectivamente. Tal cambio metabólico también estimula las vías de señalización neuronal que refuerzan la cognición.[2] Los estudios en humanos han demostrado que la cognición y los logros intelectuales pueden mejorarse mediante el ejercicio y la restricción energética.[3]
Agrego, existe evidencia que apoya la noción de que las capacidades cognitivas avanzadas de los el cerebro humano (creatividad, inteligencia social y lenguaje) originalmente evolucionaron, al menos en parte, como adaptaciones que permitieron la adquisición exitosa de alimentos: "Estas observaciones sugieren la posibilidad de que la información social y la información sobre los motivadores primarios como alimentos se traducen en un marco o moneda común que impulsa tanto el aprendizaje como la toma de decisiones".[4]
Para finalizar, no debemos olvidar que los alimentos que consumimos, en todas sus variedades culturales, definen en gran medida nuestra salud, crecimiento y desarrollo. Todo ello se inscribe en un ambiente histórico, social, cultural y económico que puede agravar la salud de las poblaciones a menos que se tomen medidas enérgicas para hacer que el ambiente sea favorable para la salud. Debemos aprender a combinar nuestros alimentos, de manera de lograr el disfrute de nuestro paladar, al mismo tiempo que obtengamos un bienestar que repercuta en toda nuestra vida, disminuyendo en lo posible la formación de sustancias que actúen como agentes estresores del organismo, y con ello bajando la incidencia de las enfermedades crónicas no transmisibles y afectando negativamente nuestro desarrollo como personas y como sociedad en general.
[1] EATON, S.B., Y KONNER, M. Paleolithic nutrition. A consideration of its nature and current implications. N. Engl. J. Med., 312, 1985, pp. 283-289.
[2] MATTSON, M.P. ET AL. Intermittent metabolic switching, neuroplasticity and brain health. Nat. Rev. Neurosci. 19, 63–80. 2018.
[3] FEDEWA, A.L. AND AHN, S. The effects of physical activity and physical fitness on children’s achievement and cognitive outcomes: a meta-analysis. Res. Q. Exerc. Sport 82, 521–535. 2011.
[4] CHANG, S.W. ET AL.Neuroethology of primate social behavior. Proc. Natl. Acad. Sci. U. S. A. 110, 10387–10394. 2013