"Number-crunching" judicial

"Number-crunching" judicial

Además de la intolerancia a ver sangre, lo que nos suele llevar a anotarnos en una escuela de derecho es nuestra mala relación con los números. Preferimos los más dóciles adjetivos. La vida nos enseña después, y a las trompadas, que lo que no se mide bien no se gestiona bien.

Mi médico sabe que estoy gordo apenas me ve entrar, pero igual me sube a su repugnante balanza para sugerirme determinado plan. Podría pesarme yo solo, pero es él quien conoce el significado de los números que lee por todas partes. Si me dejara la tarea a mí, que soy abogado, yo aplicaría ciertos principios sobre la manera de procesar la información numérica:

  • Para que los números confiesen lo que sea, solamente hace falta torturarlos lo suficiente.
  • La mayor causa de los accidentes de tránsito es el consumo de soda, porque antes de estrellarse alguna gente tomó vino y soda, otra whisky con soda, otra vodka con soda...
  • Es triste que la mitad de la población gane menos que la mediana de los salarios (a pesar de que ese indicador se define por eso mismo).
  • Un estadístico es alguien que tiene una vaga expectativa de conseguir un caballo, cree vislumbrar un burro y celebra haber encontrado una mula.
  • ¡Qué bonito diente tiene usted, señorita, uno solo pero muy bonito!

Los jueces de la Corte Suprema argentina se pelean públicamente en una especie de reality show tribunalicio. Tirios y troyanos abollan números para usarlos tanto para un barrido como para un fregado. Se ha sumado el gobierno, que no parece saber nada de cómo deberían ser esas cosas, y demasiado de cómo son. Por si hiciera falta aclarar mi opinión, me parece que no solucionará nada de esto poner en la Corte a un juez de primera instancia que levanta un revuelo inconcebible y que hace veintiún años que no manifiesta ningún interés en ascender (en cualquier organización que pudiera hacerlo habría sido despedido nada más que por ese otro número que revela, en este caso, un extraño gusto por la inmovilidad).

Umberto Eco, que algo sabía sobre cómo nos comunicamos los humanos, explicó en De la estupidez a la locura que las distintas maneras de plantearnos lo que sustancialmente es la misma pregunta condiciona nuestras respuestas: un dominico que le había preguntado a su superior si podía fumar mientras rezaba obtuvo un rotundo rechazo a semejante petición, pero a un jesuita que preguntó si estaba permitido “rezar mientras uno fuma” su jefe le dijo que a Dios lo pone muy contento que se comuniquen con él en todas las ocasiones. Digo esto porque he escuchado a más de un analista celebrar que según el Índice de Confianza en la Justicia “solamente” el 28% de las personas no acudiría a un tribunal si tuviera un problema. Yo lo leo al revés: casi un tercio de la gente prefiere descartar la vía civilizada (y monopólica) para arreglar sus entuertos. Además de elevar plegarias, los caminos alternativos no son muchos: no hacer nada, trabajar en la informalidad, contratar matones, incendiarle la casa a alguien, que todo eso leemos que ocurre a menudo entre nosotros.

El presidente de la Corte dijo a mediados de diciembre de 2024 que el tribunal había tomado diecinueve mil decisiones en el año. Diez días después la Corte publicó que “cerrará el año con un récord histórico de sentencias dictadas: ya superó los 12.250 fallos, alcanzando más de 20.200 causas resueltas”. Vaya uno a saber si los periodistas anotan bien lo que escuchan, pero alguien debería explicar si "decisiones", "sentencias" y "fallos" vendrían a ser lo mismo.

Si las decisiones y las causas resueltas fueran lo mismo, entre 19.000 y 20.200 la diferencia es de un nada despreciable 6,3% (cualquier gerente de una organización rigurosa perdería su bono anual si no alcanzara el objetivo de ventas por esa diferencia). Pero aceptemos resignadamente ese “masomenismo de pulgar chupado y puesto al viento” y juntemos suposiciones descabelladas: imaginemos que durante diez meses y medio[1], considerando generosamente que hay 21 días hábiles cada mes (no descontamos la excesiva cantidad de días festivos que tiene el país, ni las huelgas, ni las ferias extraordinarias “por pintura”, ni los días en que el sistema de gestión se cae, e via dicendo) los jueces supremos dedican cual oficinistas ejemplares todo el horario oficial de 7:30 a 13:30 a revisar y firmar proyectos de “decisiones”, que dejan para la tarde todo lo institucional, político, administrativo, protocolar y académico, que viajan solamente después de almorzar (serían sólo viajes brevísimos, digamos, ida y vuelta en avión a Córdoba, o en auto a lo sumo hasta Gualeguaychú), que jamás publican un libro ni se ocupan de escribir un nuevo código civil, que durante toda la mañana sus esfínteres no los reclaman ni una vez y que nadie los llama desde sus casas para decirles primero que se ha pinchado un caño y después que el plomero ha terminado el trabajo (a mí eso me pasa todo el tiempo). En ese escenario absurdo, los cuatro jueces deberían revisar y firmar una decisión cada 3:56 minutos. Una productividad que envidiaría el chief operating officer de McDonald’s, pero que debería poner algo inquieto, por ejemplo, a un preso.

Alguno me ha acusado a mí de manipular los números, porque muchas de las sentencias se hacen copiando otras de casos idénticos, o consisten en decidir en dos renglones que el tribunal no se ocupará de ese caso. Yo tiendo a pensar que para tomar esas decisiones primero hay que ver de qué trata el asunto. Antes de decirme que no tengo nada, un médico por lo menos me mide la presión arterial. Tal vez por eso el finado juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos Antonin Scalia exigía revisar personalmente la montaña de recursos que llegaban cada miércoles para decidir cuáles serían los poquitos que merecerían la atención del tribunal (alrededor de un centenar cada año entre varios miles)[2]. Había entendido que, en cualquier organización, dedicarse a algo es tan importante como la decisión de no hacer otras cosas.

-Ω-


[1] No sé si la Corte tiene, además de ferias oficiales, otras virtuales. Cualquier abogado ha escuchado a mediados de diciembre “por favor, doctor, vuelva en febrero, que estamos como locos antes de la feria”, como si lo de enero fuera un fenómeno inesperado. Pero dos semanas antes del descanso veraniego la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil informó que el Ministerio Público de la defensa no recibiría expedientes hasta el próximo 3 de febrero. (Se adelantó la feria, Diario Judicial, 19/12/2024). Otro número que sería útil conocer es cuánto dura la feria de verdad. 

[2] Kevin Ring (ed.), Scalia's Court: A Legacy of Landmark Opinions and Dissents, Washington, Regnery Publishing, 2016.

Magnifico, profundo y agudo, como siempre. Estoy seguro que somos muchos quienes queremos un libro ya de esa misma privilegiada pluma. Un libro ya!!!

Sandra Picchiello

Florida Supreme Court Certified Family and County Mediator (USA) and Attorney at Law (Argentina)

1 semana

Excelente Marcelo! Ahora que trabajo para la Justicia americana, del estado de Florida particularmente, me sonrío cuando recuerdo “la feria judicial de Enero” y “la feria corta de Julio” Aquí las ferias no existen. Si el 15° Circuito Judicial de Florida (Condado de Palm Beach) cerrase sus puertas a litigantes y letrados durante 30 días creo que tardaríamos el resto del año en recuperarnos. Dos días por un huracán generan un atraso que nos lleva varias semanas poner al día.

Rodrigo Lema

Socio en Bulit Goñi | Lema Abogados

1 semana

Excelente Marcelo. Se publica cuánto se resolvió y no lo que está pendiente, ni cuánto se tardó en resolver. Hay una frase que me encanta que dice algo así como "Usa las estadísticas como un borracho utiliza las farolas: para apoyarse, cuando deberían usarse para iluminar"

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