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La disposición a crear tiene algo de religión. Hay quien se encomienda a los santos. Otros, con más fe en un ente exterior que en sí mismos, rezan entre labios como ventrílocuos de la vergüenza. El punto es que sin ánimos de divinidad, el espíritu de la originalidad pasa por estados demasiado cercanos al trance, y gana quien reconozca su oportunidad para perderse en ello hasta encontrar el rastro de arena que lleva a una idea. Crear es encender velas.