Ortodoxos sí, pro rusos no.
El Papa Francisco (Ex Jorge Bergoglio) atacó recientemente al Patriarca Kiril I, máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Tuteándolo, como si estuviera en un barrio de Buenos Aires, lo llamó “monaguillo de Putin”, por bendecir la reciente invasión a Ucrania, que ya ha dejado un saldo de decenas de miles de muertos, heridos y refugiados.
Por ser argentino, se da a todos sus comentarios una gran trascendencia, y es así que, desde aquella condena, los medios nacionales hablan de una “pelea” entre católicos y ortodoxos. Enfocar la coyuntura desde este punto de vista muestra por un lado una gran ignorancia, pero lo peor es que engloba a todos los fieles ortodoxos del mundo en la misma categoría.
Mientras la estructura católica es piramidal, con un gran jerarca que es indiscutido al cual llaman “el representante de Dios”, la Fe ortodoxa es mucho más horizontal y realista. Sabemos que la religión es imperfecta porque el hombre es imperfecto, por lo cual decir que un hombre representa a Dios es una blasfemia.
Las parroquias católicas, en cualquier parte del mundo, responden al Vaticano, obedecen ciegamente todas y cada una de sus órdenes. Reciben de Roma la doctrina a difundir entre sus fieles, financiamiento, directivas en cuanto a sus dirigentes, y la “Santa Sede” actúa como tribunal de justicia en caso de ser necesario. Para dar un ejemplo, en estos días ha llegado a Salta una comisión papal para dirimir un litigio entre el Obispo de aquella arquidiócesis, Mario Cargnello, y un grupo de monjas que veneran a una santa no reconocida oficialmente.
La Iglesia Ortodoxa se divide por regiones, que en muchos casos coinciden con los límites de un estado, y en otros abarcan más de un país, dependiendo de la cantidad de seguidores. Pero no hay una sola Iglesia Ortodoxa, sino 15, manteniendo todas, con leves matices, los mismos lineamientos. Así, por ejemplo, está la Iglesia Ortodoxa Griega, Armenia, Rusa, Croata, etc. Y cada una tiene su sede, área de influencia, y en muchos casos arquidiócesis en lugares lejanos donde hubo diáspora de sus fieles. La Iglesia Ortodoxa Griega, con base en Atenas, a la cual pertenezco, posee Patriarcados en todo el mundo. Nuestro país es abarcado por la Arquidiócesis Ortodoxa de Buenos Aires y Sudamérica, compuesta no solo por la Argentina, sino también por Chile, Uruguay, y el sur de Brasil. Pero, a su vez, en las mismas regiones tienen jurisdicción otras Iglesias ortodoxas, como la rusa y la ucraniana, por haber venido aquí inmigración de aquellos países. Si bien el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, es considerado el representante honorífico de toda la Ortodoxia, en realidad su opinión vale lo mismo que el resto de los Arzobispos. Su importancia se da, principalmente, por estar bajo su órbita lugares de valor histórico por haber sido recorridos por el Apóstol Pablo. (Los católicos tienen por principal referente a San Pedro).
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Como se puede observar, decir que todos los ortodoxos somos lo mismo es, por lo menos, inexacto, aunque sí debo decir, a rigor de verdad, que, en muchos aspectos, la Iglesia Ortodoxa Rusa es muy relevante. Por un lado, tiene la mayor cantidad de feligreses, son actualmente 170 millones. Por el otro, al ser Rusia una potencia militar, muchas veces ha sido la protectora de otras iglesias. En ese sentido hay un agradecimiento incondicional y eterno. Pero la cosa cambia cuando, en 2009, asume en su cúpula Kiril I, que en castellano vendría a ser Cirilo I, y es porque viene medio flojito de papeles. Y, tal cual manifiesta el teorema, si el árbol está envenenado, sus frutos también lo estarán.
En la Iglesia Católica, el celibato es obligatorio para todos sus sacerdotes, mientras que para los ortodoxos hay variables y matices. Quien entra al seminario sin intención de llegar a ser obispo, puede casarse y tener hijos como cualquier ser humano, pero si uno aspira a ser cabeza de su arquidiócesis, debe mantenerse alejado de las chicas. En la práctica, todos comienzan diciendo que van a llegar a lo máximo en su carrera, pero después señora usted vio cómo es esto, la carne es débil, y los muchachos terminan cediendo y por lo tanto renuncian a llegar al podio. Muchas veces, cuando ya andan por los 35 o 40 años y ven que no tienen chances reales de llegar al obispado, ahí deciden formar familia. Y éste fue el caso de Cirilo. Llegó a la segunda línea de la Iglesia Ortodoxa Rusa y ahí se estancó, entonces pasó por el altar, le tiraron arroz, hizo fiesta y todo, como cualquiera de nosotros. Pero resulta que desde muy joven fue amigo y confidente de Vladimir Putin. Cuando éste último afianzo su poder en Moscú, a finales de la primera década del 2000, le dijo que lo quería como líder religioso. La cuestión era que ya se había casado, y eso era de público conocimiento. Tuvieron lugar entonces, un entramado de dictámenes y resoluciones eclesiásticas medias raras que lo habilitaron, siendo un caso único en la historia. Se divorció de su señora y listo, es como si no hubiera pasado nada.
Si bien, técnicamente, es el arzobispo de Moscú, moralmente, para el resto de las iglesias ortodoxas del mundo, es un farsante trepador advenedizo y puesto a dedo por un dictador. Imagínese señora que, para el resto de los ortodoxos, quedar pegados a él es una ofensa, incluso para los mismos rusos, pero ellos no lo pueden decir públicamente.
La Iglesia Ortodoxa Griega salió de inmediato a rechazar la invasión. La arquidiócesis de Buenos Aires, actualmente a cargo del Monseñor Iosif Bosch, lo hizo a las 72 horas que las tropas rusas entraran a territorio ucraniano. Y no por estar en contra de la guerra en sí, sino por ser ésta una guerra injusta y asimétrica, en la cual se enfrenta una de las mayores maquinarias bélicas del planeta contra una joven y débil nación. No debemos dejar de lado que la guerra por la Independencia de Grecia del Imperio Otomano (actual Turquía), surgió por iniciativa de la Iglesia Ortodoxa. El 25 de marzo de 1821, el Obispo Germanos I llamó a la guerra santa. Y los sacerdotes griegos no eran de decir “tomemos valor y vayan”, sino que estuvieron siempre, fusil y espada en mano, en la primera línea de la batalla. En 1922, durante la invasión turca a Esmirna, tanto la cúpula como los seminaristas del monasterio de aquella ciudad se negaron a dejar su lugar a los musulmanes. Fueron obligados a desfilar por las calles recién conquistadas por los árabes, para luego ser decapitados. Sus cabezas estuvieron casi un año colgadas del palacio municipal. No es cuestión de ser pacifistas a como dé lugar, pues en nuestro caso sería una hipocresía. Tomamos las armas cada vez que hizo falta, y lo seguiremos haciendo. Pero siempre y cuando haya una causa justa.
Dios me perdone por estar de acuerdo con el Papa Francisco. Pero escribo estas líneas para dejar en claro que no todos los ortodoxos estamos del lado de quien comete un genocidio, aunque compartamos la misma Fe.
CEO Antarpply Expeditions
2 añosUn lujo como siempre. Abrazo grande!!!