Paco, el del mercado, un “influencer” pionero
A continuación, procedo a relatar mi primer contacto con eso que ahora se da en denominar un “influencer”, influyente en román paladino. Se llamaba Paco –en realidad no recuerdo su nombre- y era el dueño de la cafetería del Mercado Tirso de Molina, ubicado en el barrio de Madrid donde nací.
El tal Paco leía cada mañana el diario ABC y con esta lectura desencadenaba un proceso de comunicación que discurría de esta manera: él comentaba en la barra los sucesos del día enriqueciéndolos con su opinión, las amas de casa le escuchaban atentas y, al salir del mercado, en el carrito, junto a las verduras, carnes y pescados, transportaban a casa un cargamento de ideología.
Esta cesta abarrotada de ideas deslavazadas generaba discusiones en las casas del barrio que, con cierta frecuencia, se zanjaban con un “eso es así porque dice Paco que lo dice ABC”. Y, poco a poco, comentario a comentario, churro a porra, creo que Paco consiguió que todo un barrio obrero abrazara una ideología conservadora y monárquica.
Pasado un tiempo, empecé a trabajar en el periódico ABC, algo que Paco anunció a gritos cierto día que acompañaba a mi madre a comprar. “David, que he visto tu firma en el periódicooooo”, fue la señal para que las cabezas de todas las amas de casa que mojaban su bollo en el café se volvieran, admiradas, hacia mí. Y así, inopinadamente, me convertí en una celebridad doméstica.
La consecuencia más dolorosa de mi recién estrenada celebridad fue el abandono de una fea pero satisfactoria costumbre que arrastraba desde la adolescencia: robar al frutero alguna mandarina o plátano aprovechando sus descuidos. Con su descubrimiento, Paco hizo que “el niño de la Kety” (apelativo cosmopolita de mi madre, Enriqueta) se transformara en “el periodista de ABC” y eso me obligaba a limar las aristas más vergonzantes de la proyección pública de mi carácter.
Y eso que por aquel entonces nada hacía prever que llegaría algo llamado internet y una forma de relacionarse más líquida, en la que los pacos y los abecés perderían su influencia como creadores de opinión frente a otros sujetos, anónimos o no, que, por arte de birlibirloque y mor de la tecnología, son hoy los nuevos “influencers”.
Tampoco imaginaba que mi pequeño hurto, en el futuro, podría ser grabado por decenas de cámaras para ser compartido en el panóptico digital y hacer de mí pasto de esos voraces algoritmos que avivan el fuego que hace arder, en monótona dinámica, las redes sociales. Incendios cotidianos que arden mucho y, en la mayoría de las ocasiones, queman poco.
En fin, que quizás Paco grabaría hoy vídeos en TikTok, X o Instagram y el barrio interactuaría con él a través de una pantalla y no en la barra de la cafetería del mercado, convertido hoy en un "mercado gastro". Y sería un rostro más de los que aparece en nuestro móvil cuando hacemos "scroll". Y dejaría de ser Paco para ser otro Paco más en un océano de Pacos.