¿Para qué vienes a la escuela? Emoción y actitud
Durante diversas charlas y conversaciones, en clases y en otros momentos de encuentro, he tenido la oportunidad de escuchar la respuesta que brindan las y los estudiantes a la pregunta: ¿Para qué vienes a la escuela? Por supuesto, antes del confinamiento por la pandemia el sentido de tal pregunta era literal, porque estudiantes y docentes nos desplazábamos al lugar en el cual se ubica la institución; hoy en día, la pregunta es la misma, salvo que “ir a la escuela” ocurre en una modalidad de escolarización a distancia, en ambientes virtuales. En ambos casos, el sentido de la pregunta es el mismo: conocer qué les motiva para seguir formando parte de la matrícula escolar.
El cuestionamiento tiene una intencionalidad: mover a cada estudiante a darse cuenta de su actitud ante el estudio y sus deseos de continuar o no, de perseverar o desistir. Por supuesto que las conversaciones se van configurando en anécdotas diversas, algunas muy divertidas, otras con una tremenda carga emocional, otras resultan muy clarificadoras sobre cómo actúan y por qué lo hacen así, otras nos llevan a platicar sobre la utopía. He aquí algunos ejemplos que recuerdo en charlas con estudiantes de secundaria: “Mire profe, la verdad es que a mí me mandan mis papás…”, “porque hay que venir –a continuación imagine usted el sonido daaaaaaa–”,“para tener amigos”, “para ser alguien en la vida”, “para sacar diez”, “porque aquí está mi novio(a)”, “porque quiero ir a la universidad”, “para tener un buen trabajo”, “para que mi papá/mamá me regale el celular que quiero”, “para que me den permiso de salir”; sin faltar respuestas como “para continuar estudiando”, “para aprender”.
En el contexto de universidad, las respuestas van desde “para tener un buen trabajo”, “para ganar dinero”, “porque es la carrera me gusta”, “para llevarle el título…–a continuación imagine usted una frase subida de tono–”, hasta respuestas como “para aprender”, “para conocer más, como más culto”, “para trabajar en lo que estoy estudiando”, “para trabajar, ganar dinero y viajar”, “para tener mi propio negocio”; incluso respuestas como “para pasar el rato”, “para darle gusto a mi mamá/papá”, “pasar”, “sacar diez”, “que vean que puedo”.
La lista es indicativa, dejo a su imaginación otras posibles respuestas. Cualquiera que ésta sea, lo importante es la charla con cada estudiante para discernir cuáles son sus motivos para “ser estudiante”, o al menos los que ella o él pueden discernir, lo cual permite configurar el acompañamiento que necesita para permanecer en la escuela, perseverar y concluir sus estudios, cualquiera que sea el nivel educativo.
La literatura sobre los motivos de los estudiantes para asistir a la escuela refiere a las metas académicas. Carlos Dweck afirma que constituyen las razones o motivos individuales que persigue una persona cuando decide estudiar. En uno de sus libros sobre mindset o mentalidad de crecimiento, la autora dice que para el estudiante es fundamental lo que se dice a sí mismo porque desde lo que dice, desde cómo se ve a sí mismo, desde su autopercepción, adopta una postura en su actitud: ¿puedo?, ¿quiero?, ¿debo? Aquí es donde la persona adulta, llámese mamá, papá, maestra, maestro, pueden ayudar al estudiante, de modo particular si es menor de edad, a discernir los diversos motivos que los impulsan para querer o no ir a la escuela, para querer o no hacer lo necesario para permanecer en la escuela, para querer o no concluir cada ciclo escolar.
Las metas académicas se pueden clasificar en tres escenarios: Primero, metas de dominio, es decir, el estudiante sabe que va a la escuela para realizar las actividades y trabajos académicos, y lo hace porque quiere aprender y, sobre todo, porque se dice “yo puedo”. Segundo: metas de rendimiento, esto es, el estudiante sabe que va la escuela para acreditar las materias, y lo hace porque quiere que alguien “vea que yo puedo”, ese alguien puede ser mamá, papá, maestra, maestro, novia, novio, la persona que le da dinero, etcétera. Tercero: metas de evitación, es decir, el estudiante sabe cómo moverse para aparentar que hace las actividades y trabajos académicos, sin comprometerse del todo, porque quiere que alguien “me vea y vea que lo intento”, o bien “vean que no puedo” y ya no se lo piden; en este tercer escenario, el problema de fondo es que el estudiante adopta la postura de evitar, antes de esforzarse, y en ciertos casos lo hace porque, en efecto, piensa que no puede, quizá porque en otros momentos, en otros espacios, alguien se ha encargado de hacerle sentir que no puede.
Imagine usted las emociones que suelen acompañar la actitud de las y los estudiantes en cada uno de los tres escenarios: en el primero, el de las metas de dominio, están presentes la alegría y la sorpresa, fortaleciendo la postura de seguridad, de querer, de comprometerse, este es el escenario deseable para cualquier estudiante. En el segundo escenario, el de las metas de rendimiento, está la emoción de la alegría, aunque alimentando una actitud de orgullo, de querer sobresalir, con énfasis en cuidar más la calificación que el aprendizaje real en cada materia o asignatura; en este caso el estudiante corre el riesgo de asumir una actitud de soberbia por su insistencia en que otros vean que puede, y si no logra la calificación deseada, la que cree que merece, desencadena la emoción del disgusto, frustración e ira. En el tercer escenario, el de las metas de evitación, el estudiante suele vivenciar las emociones de disgusto, miedo e ira, con una actitud frecuente de inseguridad, de no querer porque cree no poder, incluso dice a otros que no le importa lo que digan, cuando sí le importa y eso lo frustra.
Entendamos que cada estudiante puede vivir su experiencia escolar en un movimiento entre uno y otro escenario, las posturas, las actitudes pueden cambiar, lo deseable es que cambien con buen rumbo, tendiendo al primer escenario. Aquí es donde tienen un campo de influencia todas y todos los docentes, movilizando a los estudiantes hacia una actitud de seguridad, de querer, de compromiso, una postura de crecimiento. Vale la pena acompañar a cada estudiante en su travesía escolar, guiándolos para discernir en cuál escenario se encuentra y hacia cuál quiere movilizarse, hacia dónde quiere orientar el cambio de actitud. Carol Dweck afirma “el cambio puede ser difícil, pero nunca he oído decir que no valió la pena”. Coincido con ella, ¿y usted, hacia dónde quisiera orientar el cambio?
| Gestor Educación Superior | Logística y Gestión Académica | Gestor de Servicios Académicos | Administradora de Empresas | Facilitadora | Capacitadora | Orientada a las IES | Sector Educativo Universitario |
3 añosGracias Nora Valenzuela por compartir y esa es una gran pregunta con diversas respuestas de parte del docente o del estudiante, más aún cobra relevancia su efecto y las acciones generadas. Te lamentas, te molesta o generas acciones de cambio donde sea dínamica y significativa la experiencia de enseñar y aprender, reflexión valiosa.