¿Te jalo (desapruebo) o no te jalo?
En mi época de profesor activo una pregunta daba vueltas en mi cabeza: "las evaluaciones a los alumnos, ¿son meras constataciones de 'su nivel' o son herramientas de mejora?".
No ha sido fácil encontrar la respuesta; de hecho hasta hoy sigo perfilándola para lograr una visión más clara del rol de las calificaciones en el proceso formativo; y por formativo entiendo la educación primaria, media y superior; pero no sólo: también podría extenderse -con matices- a la vida profesional.
Sobre el tema, no sólo elaboraba mis propias ideas sino que acudía a algunos colegas y cuasicolegas profesores para conocer las suyas. Quiero ahora fijarme en lo que me decían dos de ellos, porque representan los extremos del espectro de respuestas.
Un colega -y amigo de muchos años- me respondió escuetamente: "tú explicas, ellos estudian, tú pones el examen, ellos lo resuelven, tú sumas su puntaje y pones la nota; no hay más que hacer: el que sabe, sabe; y el que no, no. No cabe hacer ninguna pregunta más sobre la evaluación".
El otro extremo lo encarnaba otro personaje muy preocupado por sus alumnos. Invariablemente diseñaba un examen en el que había muy pocos desaprobados; luego lo resolvía en clase para que todos aprendieran; posteriormente diseñaba un examen de recuperación muy sencillo, y finalmente un pequeño trabajo para los pocos desaprobados; en resumen: a fuerza de ir bajando el nivel, todos o casi todos aprobaban.
Volviendo a mis reflexiones: ninguna de estas actitudes o formas de proceder respondían satisfactoriamente a mi cuestión sobre el rol de las evaluaciones. Tenía que ser algo más que sólo constatar cómo está el alumno, o reducirle la exigencia, a través de una pseudoherramienta de mejora, para que se vaya feliz de haber pasado.
Lo primera opción no me gusta porque implica una fría relación con el alumno: toma tu número y adiós. Echo en falta la oportunidad de dar un feedback profundo; en primer lugar a través de unas anotaciones con concretos consejos de mejora, y luego a través de una conversación que ayude a precisar los términos de cómo prepararse mejor.
La segunda, aunque pueda parecer una caricatura, es real. Es real cuando equivocamos el objetivo y no formamos sino que facilitamos la vida. De estos casos voy oyendo cada vez más, aunque aún nada alarmante.
Mi opinión es que la evaluación puede usarse como herramienta de mejora personal si se la sabe usar con cautela. Me explico: aunque la evaluación sirve para constatar el nivel de un alumno en determinada materia, puede servir también para identificar los puntos fuertes y flacos del alumno, para reafirmar unos y corregir otros.
Centrándose en los puntos flacos hay que definir qué debe corregir, mejorar o comprender y cómo podría hacerlo. Si bien las notas en el examen dan una cierta pista, lo mejor es una conversación en persona, como ya mencioné. Hechas así las cosas, la evaluación es ya una herramienta de mejora.
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Quiero tratar a continuación el delicado asunto de la discrecionalidad del profesor. Me refiero a que si el profesor puede o debe, a su criterio y sin intenciones torcidas o retribuciones turbias, tener cierta flexibilidad con las calificaciones.
Y no me refiero al caso del profesor aquel, mencionado arriba, que iba bajando la exigencia para que todos pasen, una forma disimulada de flexibilizar sistemáticamente las notas. Me refiero, por ejemplo, a calificar muy eventualmente, a una persona con gran potencial pero que tuvo un desliz, con uno o dos puntos más para que no pierda el examen de recuperación.
Menciono dos ejemplos hipotéticos muy concretos que ilustran mejor la cuestión.
Primero: Un alumno de la facultad de matemáticas iba muy mal en su primer año de carrera. Aunque era conocido del profesor de análisis matemático básico, eso no era obstáculo para que estuviera desaprobado en el curso. Un día el alumno se acerca al profesor y le dice: "esta carrera no es lo mío; si estoy acá es por dar gusto a mi padre, pero no puedo más. Si apruebo tu curso, puedo hacer mi traslado directo a la facultad de literatura; pero si no lo apruebo, tendré que empezar todo de nuevo. Para aprobar tu curso debo sacar 12 en el final; tengo 11". El profesor le dijo: "presenta tu solicitud de revisión".
Segundo: El profesor revisaba los informes de caso que los alumnos habían presentado; ya casi terminaba. Pero una campanilla sonaba en su cabeza: "hay palabras que escuchas 4 ó 5 veces en tu vida, pero hoy he leído dos veces una de esas raras palabras..." En efecto, dos trabajos la tenían y no por casualidad: era una copia en toda regla. "¿Qué hago? -pensó el profesor. Uno de los alumnos es muy bueno, va con el perfil que buscamos; el otro no tanto, pero también es bueno. El reglamento dice expulsión inmediata". Con no poca inquietud, el profesor se planteó dos opciones: a. Los expulso como dice el reglamento; o b. Les desapruebo el informe, les hago ver que han cometido una tontería, exijo tolerancia cero a partir de ahora, pero les dejo claro que pueden seguir contando conmigo para todo lo que necesiten".
No hay final para ninguna de las historias. ¿Qué hubieras hecho tú en cada caso?
¿Qué opinas de las calificaciones?; ¿se trata de que la gente se vaya feliz?; ¿se debe dedicar tiempo individual a cada alumno, o es una pérdida de tiempo?; ¿la vida es dura, si jalaste, mala suerte, o mereces algo más? ¿Cuál es tu experiencia?
Apreciaré leer distintas opiniones