Pitágoras según Diógenes Laercio
(...) El nunca decepcionante Diógenes Laercio “Vidas de los más ilustres filósofos griegos” nos informa (Libro VIII, 2) y avisa que, según el libro (perdido) de Anfitón, Pitágoras viajó a Egipto y también aprendió de los caldeos y los magos. Con Epiménides[1] el cretense bajó a una cueva del monte Ida donde se guardaban secretos de los dioses que conoció por los relatos de tres brujas infernales: eran las Erinnias quienes les revelaron la ciencia secreta.
Enseñó que el vino es la pernicie del entendimiento. También que fue el que introdujo en Grecia las pesas y medidas en los mercados. Y que había enseñado a sus discípulos lucanos, pícenes, mesapios y romanos que “después de 207 años había regresado del Infierno a los hombres”.
Gracias a Filolao, que la escribió, su doctrina fue conocida por todos.
Muchas de sus enseñanzas se mantienen en el eclipse de las dudas: No herir el fuego con la espada, No pasar por encima de la balanza, Ayudar a llevar una carga y no imponerla, No llevar la efigie divina en un anillo, No orinar de cara al sol, No criar aves de uñas corvas, No volver a la patria quien se ausente de ella. El siempre atento Diógenes Laercio (Vidas…, Libro 8, 11) viene en nuestro socorro aclarando las frases sibilinas. “No herir el fuego con la espada” significaría no tentar la ira de los poderosos. “No pasar por encima de la balanza” significa no ignorar la justicia, cuyo símbolo es la balanza. La traducción de la última frase es la más enigmática: no volver el que se ausenta quiere decir no apegarse en exceso a esta vida terrenal, al punto de querer regresar después de la muerte.
Enseñó también, según un tal Jerónimo al que cita Learcio (no puede ser el santo de Estridón que nació recién en el año 340 D. de C.) que habiendo descendido al Hades (Infierno) vio el alma del poeta Hesíodo atada a una columna de bronce y rechinando de dolor; y la de Homero colgada de un árbol y rodeada de víboras por haber ambos calumniado a los dioses. Aristipo de Cirene en su Fisiología asegura que Pitágoras siempre decía la verdad, como lo hacía Apolo. Recomendaba que las conversaciones deberían ser tales que no se nos hagan enemigos los amigos, sino amigos los enemigos. Enseñaba también que nada debería creerse propio de cada cual, ya que las desventuras del destino pueden arrasar con todo. Aconsejaba ejercitar la memoria, abstenerse de decir o hacer algo estando furioso.
Según los pitagóricos, el maestro enseñó que el principio de todas las cosas es la unidad que después generó una dualidad indefinida. Después, de los números procedieron los puntos; de los puntos, las líneas; de las líneas, las figuras y así hasta llegar a los cuerpos sólidos. Que el alma no es igual a la vida, porque ésta perece mientras aquella es inmortal porque fue tomada de algo inmortal.
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[1] Hay que tener cuidado con prestarle crédito a Epiménides: de su cultivo de la mentira surgió la paradoja del cretense que funciona así “Todo lo que digo es mentira” afirma Epiménides el cretense, pero como los cretenses y especialmente Epiménides son tenidos por embusteros, ese juicio podría ser falso y enuncia una mentira, pero si enuncia una mentira en su contenido significa que es verdad, entonces deberíamos concluir que lo que dice es verdad, y la verdad mentida nos dice que es una mentira, y es verdad y es mentira...nunca podríamos salir de la trampa.