Poniendo el acento

Poniendo el acento

Poniendo el acento

(The accent poetry )

Ovidio Moré

Resumen: El acento es uno de los principales elementos constitutivos de la objetivación lingüística del ritmo en la lengua castellana y, por ende, en la versificación regular, aquella dotada de rima y métrica o, simplemente, de métrica (como es el caso del verso blanco), de ahí la importancia de su precisa utilización para dotar al verso, y al poema en su conjunto, del ritmo necesario.

Palabras claves: acento, ritmo, verso, métrica, endecasílabos.

(Abstract: The accent is one of the main constitutive elements of the linguistic objectification of rhythm in the Spanish language and, therefore, in regular versification, that endowed with rhyme and meter or, simply, meter (as is the case with white verse), hence the importance of its precise use to provide the verse, and the poem as a whole, with the necessary rhythm.)

(Keywords: accent, rhythm, verse, meter, hendecasyllables.)


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Siempre, cuando me deleito leyendo poesía, sobre todo poesía rimada del Siglo de Oro español o, más reciente, de los siglos XIX y XX, no deja de sorprenderme el esmerado trabajo de los poetas para alcanzar esa cadencia, ese ritmo perfecto que hace que el verso fluya como si fuera música. Gran culpa de ello la tienen los acentos, los cuales, colocados de manera estratégica, dotan al verso del ritmo necesario, aunque no son ellos los únicos, hay otros elementos constitutivos, que veremos más adelante, que también son parte de este fenómeno.  No obstante, son los acentos, atendiendo a su posición, los que determinarán el tipo de ritmo: trocaico (óo), yámbico (oó), dactílico (óoo), anfibráquico (oóo) o anapéstico (ooó), si utilizamos para su clasificación el sistema de cláusulas rítmicas de Andrés Bello. Este sistema de Bello se basa en la nomenclatura de la métrica grecolatina. La poesía grecolatina se regía por un sistema de cláusulas  (o pies) compuesto de sílabas largas y cortas, llamado cuantitativo, que poco tiene que ver con la versificación castellana, que es acentual. Aún así, algunos preceptistas y estudiosos han desarrollado diferentes métodos para analizar el ritmo tomando como referencia el sistema clásico grecolatino, de ahí estas cláusulas bisílabas y trisílabas (encerradas entre paréntesis que he mostrado arriba) de Andrés Bello.


Clasificar o analizar un verso atendiendo a su ritmo es algo complicado, al menos para mí, y eso que el sistema musical provisto de anacrusis, propuesto por Tomás Navarro Tomás, es quizás el menos farragoso, menos que el de análisis binario de Balbín y el de cláusulas rítmicas de Andrés Bello, ya explicado en el párrafo anterior. Aún así, no logro (de momento) hacerlo correctamente. Pero no es al poeta al que le corresponde hacer clasificaciones, para eso están los tratadistas, los estudiosos y teóricos, el poeta sólo ha de crear, eso sí, no a su libre albedrío (recuerden, estamos hablando del verso regular, el compuesto de rima y métrica, no del verso libre o irregular) y, para ello, hay que  regirse por las preceptivas ya instauradas, aquellas de las que dan fe, por ejemplo: Antonio Quilis en su Métrica Española, el ya mencionado Tomás Navarro Tomás en Arte del Verso o José Domínguez Caparrós en su Métrica Española, por sólo citar algunos ejemplos. Pero, a qué viene todo este prolegómeno, pues a razón de  que he observado que muchísima gente que se autodenomina poeta en las redes sociales, hace caso omiso del ritmo y del trabajo de “acentuación”,  y se dedica, simplemente, a rimar y a tener en cuenta, como segunda tarea (y a veces ni eso), un preciso conteo silábico, o sea, que son del criterio de que con lograr una métrica perfecta ya está todo logrado.  Y es una pena, porque sonetos y otras composiciones varias, que destacan por su calidad en cuanto a contenido: discurso, léxico, lirismo, imágenes, metáforas, etc. se ven mermadas en su forma por  un ritmo inestable y brusco, ya que el verso está desprovisto de cadencia alguna. Y aunque la estrofa o composición  a la que se haya recurrido para escribir el poema no fuera rimada pero, aún así, respondiera a un metro determinado, por ejemplo, como podría ser el caso de un soneto endecasílabo de verso blanco,  el trabajo con los acentos es igual de necesario. 


Eduardo Benot, ese gran hombre de letras gaditano, le daba una importancia capital al ritmo. En su Prosodia Castellana y Versificación sentenciaba: «El ritmo es condición de vida». Pero antes, en la misma página, se preguntaba: 


«¿Por qué  el divino Lope y el sentido Villegas, porqué prosodistas tan insignes como D. Juan Gualberto y D. Sinibaldo, por qué tantos otros como han querido aclimatar exámetros, pentámetros, sáficos y adónicos en nuestra lengua han engendrado monstruos de versificación?»

 

Y respondía: 


«Por haber olvidado que sin ritmo no hay, ni puede haber métrica ninguna»


Recuerdo que cuando no era muy ducho en lo de acentuar, lo hacía algunas veces de oído (si se me permite el término) y otras por imitación, y me funcionaba, pero no siempre, pues, por lo general,  algún acento me quedaba mal colocado. Fue en el foro poético Ultraversal donde me dieron las pautas para hacerlo correctamente, entonces, a partir de ahí, mis versos comenzaron  a fluir con la cadencia, la musicalidad y el ritmo que yo anhelaba (aunque aún no he logrado domarlos del todo); luego seguí estudiando, de manera autodidacta, estos recursos aprendidos en Ultraversal, recurriendo a la bibliografía: Quilis, Bello, Caparrós, Tomás, Torre, Benot, etc.


Y es que un poema con sus versos mal acentuados es un poema con un ritmo caótico, es como una carretera llena de baches y obstáculos, se transita por él a trompicones. O, es también, como me dijo una buena amiga y poeta una vez, un poema que chirría, que hace daño al oído.


El chileno Don Eduardo de La Barra Lastarria en Elementos de métrica castellana nos dice:


«Los versos más sonoros, más cadenciosos, más gratos al oído, son aquellos en que los acentos se distribuyen conforme a la ley del ritmo».


Pero, a todas estas, ¿qué es el ritmo?: «es la recurrencia seriada de un determinado intervalo de tiempo o grupo de intervalos de tiempo, señalada por sonidos, movimientos orgánicos, etc.» según Seymour Chatman, o, lo que es lo mismo, en voz de Andrés Bello: «una simetría de tiempos señalada por accidentes perceptibles al oído», como es el caso del acento.

 

¿Cuáles son los elementos constitutivos de la objetivación lingüística del ritmo en el idioma español, además del acento? Pues tal como hace constar Domínguez Caparrós, esta vez, en su Métrica española son: «... la pausa, el número de sílabas métricas y la correspondencia del timbre que llamamos rima.»


Para Pedro Henríquez Ureña, uno de los más grandes humanistas y estudiosos que ha dado Latinoamérica, en su ensayo En busca del verso puro, en un apartado refiriéndose al ritmo nos dice:


«El verso, en su esencia invariable a través de todos los idiomas y de todos los tiempos, como grupo de fonemas, como agrupación de sonidos, obedece sólo a una ley rítmica primaria: la de la repetición. El verso, es sencillez pura, es unidad rítmica porque se repite y forma series...»


En otro ensayo sobre poesía mexicana nos refiere Henríquez Ureña: «Siendo el ritmo la ley de la métrica, toda combinación de versos ha de someterse a esa ley.»


El acento es uno de los principales factores constitutivos de esa «ley métrica». Domínguez Caparrós en su Métrica Española afirma que: «El acento es elemento fundamental del ritmo del verso, hasta el punto que los factores que definen el esquema (el metro) de las principales clases de versos, como se verá, son el número de sílabas y el número y lugar de los acentos.» Y, por otro lado en su Diccionario de métrica española define el acento de la siguiente manera:


«acento. Energía articulatoria que hace que una sílaba resalte sobre las demás dentro de la palabra. En castellano, el elemento de sonido que acompaña a esta energía articulatoria consiste en un esfuerzo espiratorio o intensidad. Como elemento de la versificación castellana, el acento de intensidad es uno de los factores en que se basa el ritmo. V. acento métrico


Hemos de recordar, además, que son tres los tipos de acento en el verso: rítmico, extrarrítmico y antirrítmico.


Rítmico: Es aquel que exige el esquema métrico. Siempre será rítmico el acento final del verso en penúltima sílaba y aquellos acentos interiores que el patrón métrico escogido indique, por ejemplo, si es un endecasílabo sáfico ha de tener acentos obligados en cuarta, octava y, por ende, en décima sílaba.


Extrarrítmico: Es aquel que no está exigido por el modelo del verso y no está en posición inmediata al acento rítmico.


Antirrítmico: Es el que está situado inmediatamente a un acento rítmico.


En cualquier verso que esté sujeto a métrica es de vital importancia (sea la estrofa que sea) que conste de sus acentos  respectivos,  sobre todo en los de arte mayor.  


Y aunque no hay norma establecida  y no son “obligatorios” los acentos interiores en los versos de arte menor, no implica que, en este tipo de versos, no podamos jugar, si queremos, con las posibilidades rítmicas que los acentos nos proporcionan. 


Eduardo Benot decía en su Prosodia Castellana y Versificación, refiriéndose al verso octosílabo:


«Este metro ha de tener un acento constituyente en la 7ª sílaba y otro u otros supernumerarios, a voluntad del poeta, en las sílabas restantes, con excepción por supuesto de la 6ª, donde un supernumerario resultaría obstruccionista. Todo octosílabo, lo mismo que el endecasílabo, ha de concluir en tres sílabas, como sigue:


inacentuada

acentuada

inacentuada»   


Veamos este ejemplo de heptasílabos de Zorrilla en La azucena silvestre, extraído del libro Arte del Verso, de Tomás Navarro Tomás. Los acentos están colocados en las sílabas pares, segunda, cuarta y sexta, el ritmo es trocaico: o óo óo óo, si empleamos el sistema de clasificación, del propio Navarro Tomás, con anacrusis; si lo hiciéramos con el de Bello, la clasificación sería distinta.


Quedose el penitente                    

al borde de la roca,             

sentado, sin aliento,

sin voz ni voluntad,

sumido en amargura,

y por su mente loca

rodaban las ideas

en ronca tempestad.


Lo mismo en un octosílabo. Veamos este fragmento del romance Príncipe y rey, también de Zorrilla. Se trata de un octosílabo dactílico (según Navarro Tomás) de la variedad polirrítmica: óoo óoo óo. Acentos en primera, cuarta y séptima sílabas.


Es un estrecho camino

do entre la arena menuda

brota a pedazos un césped

que el caminar dificulta,

y por entrambos sus lindes

nacen sus ásperas puntas

zarzas que guardan con ellas

frutos que nunca maduran.



He querido poner un ejemplo de octosílabo ya que éste y el endecasílabo son los metros más representativos de la versificación española, los más populares y los más usados. El octosílabo es autóctono, el endecasílabo, por su parte, es importado de Italia


Veamos ahora un ejemplo de este último, de un verso endecasílabo, que es donde con más asiduidad he observado esas composiciones “chirriantes”. Lo tomo prestado, igualmente, del libro de Navarro Tomás; es un fragmento de Pórtico, de Rubén Darío. En este caso se trata de un endecasílabo dactílico, acentos en primera, cuarta, séptima y décima sílabas: óoo óoo óoo óo.


Libre la frente que el casco rehúsa,

casi desnuda en la gloria del día,

alza su tirso de rosas la musa

bajo el gran sol de la eterna Harmonía.


Existen una gran variedad de endecasílabos, unos con un mayor uso y otros con menos, pero todos tienen esa musicalidad especial y contagiosa que los hace comparables, desde este punto de vista, con los octosílabos. Son metros que, bien trabajados, nunca decepcionan, porque imprimen al verso ese compás rítmico tan agradable al oído. Pero recuerden, en el octosílabo ni en ningún otro metro de arte menor hay obligación de acentuar, esto queda al criterio del poeta. Estos metros de arte menor ya de por sí, por su brevedad, tienen un ritmo bastante marcado. En los de arte mayor, como es el caso del endecasílabo, sí que es de absoluta obligatoriedad el trabajo con los acentos. Ahora me gustaría ahondar un poquito más en este metro porque, como he dicho antes, es donde más problemas de ritmo he visto ya que,  precisamente, es el más usado.


Para Pedro Henríquez Ureña, que dedicó varios ensayos al endecasílabo, este era sin duda el verso clásico por excelencia en las literaturas castellana y portuguesa, tanto como lo era en la tierra natal de este metro, la italiana. Para él, el secreto del mismo estaba en ser el único verso mayor de ocho sílabas, de la lengua castellana, que «suena a nuestros oídos como simple, como unidad perfecta».

 

Dámaso Alonso también cantó a las bondades de este metro en su famoso ensayo Elogio del Endecasílabo:

:

«Y llegaba ahora, por fin, de Italia el endecasílabo, el instrumento de Guido Cavalcanti y de Lapo Gianni, de Dante y del Petrarca, criatura perfecta ya, y siempre virginal, cítara y arpa, dulce violín de musical madera conmovida. ¿Qué ángel matizó la sabia alternancia de los acentos, la grave voz recurrente de la sexta sílaba, o los dos golpes contrastados de la cuarta y la octava, en el modo sáfico?»


Existen una gran variedad de endecasílabos, pero, a pesar de esa gran variedad, para Pedro Henríquez Ureña, tal como para Dámaso Alonso o para Eduardo Benot,  dos únicas formas eran las  típicas, la yámbica (también llamada heroica) y la sáfica. La yámbica con su acento rítmico en la sílaba sexta, y el obligado en décima, y la sáfica con los acentos en cuarta, octava y, por supuesto, en décima. Aunque aceptaba de cierto modo el dactílico, el provenzal y las innovaciones métricas modernistas, etc. él creía que sólo estas dos formas eran las más importantes. Era del criterio de que ambas maneras sonaban igual al oído y se podían combinar perfectamente.


Muchos otros tratadistas y estudiosos  dan fe de hasta veintitantas formas de endecasílabos. Del blog Sobre arte poético, del poeta Elhi Delsue, y de su autoría, es la tabla clasificatoria de endecasílabos que anexamos al final de este trabajo. Tabla que está basada en la del filósofo, escritor y crítico literario chileno del siglo XVIII, don Eduardo de la Barra Lastarria (1839-1900), en ella aparecen, además de los heroicos y los sáficos, los dactílicos, los melódicos, los enfáticos, los de gaita gallega, por sólo citar algunos ejemplos, y la relación de compatibilidad rítmica entre los diferentes modelos.  Las denominaciones de los modelos, según nos hace constar Delsue en el artículo de su blog, corresponden a las que adoptan el «Manual de métrica española» de Varela Merino, Moíño Sánchez y Pablo Jauralde Pou, y el «Diccionario de métrica española» de José Domínguez Caparrós.


Estos son algunos de los endecasílabos considerados correctos extraídos de la tabla en cuestión.


Enfático puro, propio o dáctilo-trocaico 1ª, 6ª, 10ª

Heroico corto 2ª, 4ª, 6ª, 10ª

Heroico largo 2ª, 6ª, 8ª, 10ª

Heroico pleno 2ª, 4ª, 6ª, 8ª, 10ª

Heroico puro, propio, trocaico o yámbico 2ª, 6ª, 10ª

Melódico largo 3ª, 6ª, 8ª, 10ª

Melódico puro o propio clásico 3ª, 6ª, 10ª

Sáfico corto 4ª, 6ª, 10ª

Sáfico corto pleno 1ª, 4ª, 6ª, 10ª

Sáfico largo 4ª, 6ª, 8ª, 10ª

Sáfico largo pleno 2ª, 4ª, 8ª, 10ª

Sáfico pleno 1ª, 4ª, 6ª, 8ª, 10ª

Sáfico puro o impropio 4ª, 8ª, 10ª

Sáfico puro pleno 1ª, 4ª, 8ª, 10ª

Vacío largo 6ª, 8ª, 10ª

Vacío puro, propio, italiano o común 6ª, 10ª


Continuemos, ahora, con varias muestras de acentuación en diferentes metros de arte mayor, para comprobar cómo, al igual que en el endecasílabo, fluye el ritmo y el verso exuda cadencia por los cuatro costados.


Veamos primero ejemplos de decasílabos. El decasílabo puede ser simple o compuesto. El simple (1) se acentúa en la tercera, la sexta y la novena sílabas. El compuesto (2) consta de dos hemistiquios pentasílabos acentuados en cuarta sílaba cada uno y con cesura entre ambos, claro está.


(1) Simple.


Se acabaron los días divinos

de la danza delante del mar

y pasaron las siestas del viento

con aroma de polen y sal.


Gabriela Mistral


(2) Compuesto.


De orgullo olímpico // sois el resumen,

oh, blancas urnas // de la armonía.

Ebúrneas joyas // que anima un numen

con su celeste // melancolía.


Rubén Darío


(Recuerden que en los hemistiquios se aplica la ley de final de verso. En este caso, en el primer hemistiquio del primer verso, al acabar en palabra proparoxítona (esdrújula),  se resta una sílaba)


Veamos ahora un ejemplo de verso dodecasílabo. Entre sus diferentes variedades hemos escogido el de ritmo trocaico con hemistiquios hexasílabos. Acentos en primera y quinta sílabas de cada hemistiquio: óo oo óo // óo oo óo.


Sus curvados dedos // al mover ligeras

como leves armas // de traidores filos,

tejen las arañas // cual las hilanderas

sus hamacas tenues // de irisados hilos.


Salvador Rueda (Las arañas y las estrellas)



Por último veamos un alejandrino. Recurrimos a la archiconocida Sonatina de Rubén Darío. Es un alejandrino dactílico con dos hemistiquios heptasílabos acentuados en tercera y sexta sílaba de cada uno: oo ó oo óo // oo ó oo óo. También lo hemos tomado de Arte del verso de Navarro Tomás.


La princesa está triste // ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan // de su boca de fresa

que ha perdido la risa, // que ha perdido el color.

La princesa está pálida // en su silla de oro,

está mudo el teclado // de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada // se desmaya una flor.


Rubén Darío


Componer un soneto, un romance heroico, una cuaderna vía, un pareado, un sexteto encadenado, una décima endecasílaba o cualquier otra estrofa de la versificación castellana, no es solamente rimar, no es solamente cuidar la métrica, es también saber acentuar, para que el verso sea agradable al oído, para que sea música, para que tenga ritmo. Y, ya teniendo esto de la mano, también hay que conocer la preceptiva, y tener la capacidad de crear las metáforas e imágenes adecuadas que vistan de gala al verso y al poema. Tal como dice Esteban Torre en su El ritmo del verso:


«Un verso, para ser numeroso, cadencioso, rítmico, requiere algo más que la estricta observancia de la medida de sus sílabas. El verdadero poeta, el que llega a merecer el nombre “divino”, es aquel que sabe insuflar en sus versos esa gracia alada, ese espíritu que vivifica, que da vida a lo que escribe, y forma nuevas ideas, y se remonta hasta la cimas de los más altos presentimientos.»

Os toca ahora a vosotros versificar y poner el acento.

Bibliografía consultada y utilizada: 


  • Andres Bello, Principios de la ortología y métrica de la lengua castellana. Caracas 1844.
  • Antonio Quilis, Métrica Española. Ariel 2013.
  • Dámaso Alonso, Elogio del endecasílabo. Obras completas, Volumen II, Estudios y ensayos sobre literatura. Gredos 1972.
  • Eduardo Benot, Prosodia castellana y versificación.  Tomo Tercero, Métrica española. Juan Muñoz Sánchez Editor, 1892.
  • Eduardo de la Barra Lastarria, Elementos de métrica castellana. Imprenta Cervantes, Santiago de Chile 1887.
  • José Domínguez Caparrós, Métrica Española. Uned 2014
  • José Domínguez Caparrós, Diccionario de Métrica. Alianza Editorial 2016
  • Pedro Henríquez Ureña, Obras Completas, Tomo III, Estudios Métricos. Editora Nacional Secretaría de Estado y Cultura de República Dominicana 2003 
  • Tomás Navarro Tomás, El arte del verso. Visor de Libros 2004

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Anexo: Tabla de endecasílabos de Elhi Delsue basada en la de Don Eduardo de la Barra Lastarria

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