¿Por qué los hombres somos generalmente mas exitosos que las mujeres?

¿Por qué los hombres somos generalmente mas exitosos que las mujeres?

Un estudio historico y antropologico sobre la superioridad masculina

13 mil años atrás nos diferenciábamos poco, en cuanto a bienes se refiere, de nuestros primos animales, deambulando por la tierra en busca de presas de caza, frutas y semillas o caracoles. La riqueza no existía ya que las necesidades se cubrían con el trasegar de cada día, no había viviendas ni palacios y todo era más o menos improvisado para pasar un día, a lo mejor una semana o en todo caso, una corta temporada. Nos movilizábamos en grupos, con mujeres, hombres y niños, repartiéndonos las tareas cotidianas sin el más mínimo deseo por generar riqueza. Repartíamos todo, alimentos y techo con una fraternidad familiar sin límites, amenazada solo de vez en cuando por la presencia de animales bravos, tribus rivales, lluvias o rayos, pero nada serio. Dos o tres horas diarias de recolección y caza nos arreglaba el día y luego, tomar el sol, dormitar en la cueva, jugar con los niños, tener sexo en la cueva. Las mujeres y los hombres compartían sus habilidades: Las redes de pesca, artesanales y pequeñas, la podía hacer cualquiera; tomar los frutos de los árboles y recoger semillas era una tarea comunitaria donde podían participar hasta los niños. Hasta allí, todos fuimos iguales hasta que llegó el día en que los hombres nos volvimos mejores que las mujeres

El momento en que los hombres empezamos a ser mejores

Los hombres nos empezamos a destacar cuando descubrimos la agricultura. En primer lugar, nos establecimos en un hogar y esoo hizo necesario la propiedad de un edificio y de una tierra. En segundo lugar, por primera vez en nuestra historia generamos riqueza: los excedentes de grano, ya fuera este arroz, maíz o trigo podían almacenarse sin ningún límite conocido hasta ahora. Solucionado el problema del alimento, que antes nos agobiaba cada día apareció la necesidad de cuidar esa riqueza.

La tarea del cultivo era ruda y exigía músculo. Las mujeres, menos dotadas físicamente y además sin conocer aún los métodos de planificación pasaban mucho de su tiempo productivo gestando o alimentando su prole mientras los hombres, mucho más agresivos y con una ligera ventaja muscular, se dedicaron a cuidar sus recientes adquisiciones. Pudo usar parte de su grano para pagar a otros hombres a que ayudaran en la tarea de vigilancia. Esos otros, los primeros guardas de seguridad, debían ser hombres: más fieros y agresivos que las mujeres y además no complicados con bebes y niños que alimentar. Los hombres empezaron a ser guerreros a sueldo, fuerzas armadas con lanzas, arcos y flechas cuidando la riqueza propia o ajena.

Así, fueron los hombres los responsables de cultivar el grano (ya fuera arroz, trigo o maíz) y el almacenamiento más allá de las necesidades básicas dio origen a la riqueza y con esta última, el poder político. El poder político y económico siempre van ligados, tomados de la mano.

Con los hombres cultivando el grano, cuidándolo, cargándolo de un sitio a otro, fueron relegando a las mujeres a las tareas de esa construcción que antes no se conocía llamada casa, luego la riqueza y el poder se tornaron en asuntos de hombres.

¿Quien aprendió matemáticas para llevar las cuentas del comercio? Los hombres, que cargaban los pesados bultos.

¿Quién empezó a comerciar con el grano cosechado? Los hombres, los mismos que hacían los surcos bajo el sol, los que cargaban los bultos, los que vigilaban los graneros.

Es posible que, en los primeros momentos, las mujeres exigieran su participación en la economía, en la riqueza`, en las decisiones, entonces el hombre debió esforzarse para, además del poder del grano, crear historias que nos dieran el poder real que nos pertenece sobre la tierra. Poder sobre todos los bienes terrenales incluidos el oro, el grano y todas las criaturas, incluidas las mujeres.

Los hombres acudimos entonces, a crear historias que demostraran y dejaran claro por qué somos mejores

Cuando estábamos en el proceso de creación de la primera deidad, tiramos una moneda y en suerte nos correspondió a los hombres ser dioses. No se pueden las mujeres quejar. Por puros hechos casuales, los doce apóstoles, todos, también fueron hombres. Jesús, Buda y Ala, igual.

El Dios de los Aztecas, Huitzilopochtli y el de los Mayas, Hunab Ku también nacieron hombres.

¿Qué dudas quedan que el rol principal de esta sociedad ha sido y será de los hombres?

La religión cristiana no solo creó a dioses, apóstoles y santos hombres, sino que también demostró que no se necesitó a la mujer en la creación de las personas. La mujer nació de una costilla de Adán, lo que borra de tajo a la mujer en el papel de la creación y, para colmo de males, fue precisamente Eva, la nacida de un simple hueso de Adán, la culpable del sufrimiento humano que todos llevamos encima. Fue ella y solo ella la que sucumbió primero a la tentación de la serpiente y luego engatusó a Adán. Por la lujuria de una mujer nació el pecado.

¿Aún quedan dudas de la sapiencia de los hombres y la volatilidad original de las mujeres?

Entonces por razón justificada y en justicia divina el Papa, los obispos, los cardenales y los curas han sido y son todos hombres. Las mujeres solo destacaron en la iglesia dentro de los claustros, ocupadas de dar de comer a los curas, cuidando los enfermos y adoctrinando los niños.

Otro caso diferente son los Ángeles. Se discutió por mucho tiempo si debían ser hombres o mujeres, por lo divinos. Al final de las discusiones bizantinas se decidió que no tendrían sexo, pero, de todas maneras, si por las dudas, se le dejó el pronombre masculino. Siempre serán los Ángeles y hasta ahora nadie se ha atrevido a decir “las angelas”.

¿Los tres Reyes Magos? ¡Hombres!

¿La trinidad divina, Padre, Hijo y Espíritu Santo? ¡Hombres! Hasta la representación del mal, Lucifer, Satán o El Diablo son todos masculinos.

Son hombres la casi totalidad de filósofos griegos y todos los emperadores Romanos. También son casi todos hombres los que aparecen en la lista Forbes como las personas más ricas del mudo.

Los premios Nobel se han entregado hasta ahora a 901 hombres, 63 mujeres y 43 entidades asexuales (organizaciones).

¿Queda alguna duda entonces de que los hombres somos más exitosos que las mujeres?

Con el pasar del tiempo, cuando la sociedad se preguntó por qué hay tan pocas mujeres en cargos importantes, la respuesta se volvió sencilla: porque son mujeres.

Cuando la mujer intentó experimentar con hierbas y magia a lo sumo llegaron a brujas, enviadas luego a la hoguera. Cuando los hombres intentaron lo mismo se volvieron curanderos o chamanes, respetados en su comunidad.

En un solo sitio las mujeres han sido las que llevan el cetro y la corona mientras los hombres somos meros espectadores: en los reinados de belleza. 176 países de todo el mundo le dan el lugar que se merece a la mujer enviando a la agraciada elegida a tan magno certamen. Cada año, 500 millones de espectadores se agolpan frente al televisor, nerviosos y fanáticos, haciendo fuerza por su majestad, la reina, elegida de acuerdo a cánones de belleza elegidos a partir del gusto de los hombres.

¿Pero entonces cual fue la causa, real y definitiva para que los hombres seamos mejores que las mujeres?

La respuesta real es ninguna. No hay razón alguna para ello.

Si indagamos las causas para esta notoria arbitrariedad social, me puedo aventurar por lo menos a dos, las más evidentes:

1. En el proceso productivo y económico que surgió después de la agricultura el hombre sacó ventaja de su leve superioridad muscular para someter a la mujer. Además, el estado vulnerable que implica la gestación y la maternidad fue imprudentemente aprovechada para asumir los roles de liderazgo. A esto contribuyó el hecho de que antes de las maquinas (en tiempos evolutivos hace un respiro), la riqueza y el poder estaba basado en la productividad de los músculos, propios o ajenos. De allí que el poder se asumiera también como la propiedad de músculos ajenos para trabajar la tierra, periodo llamado esclavitud.

2. Para mantener y propagar esta supremacía ficticia sin usar casi violencia, el hombre explotó el poder de las historias para favorecer y reproducir esta desigualdad. Las instituciones del matrimonio, de la fidelidad, de la religión, el don de la virginidad, entre otros, fueron todos a la medida para favorecer el rol principal como masculino.

A las mujeres en la historia del mundo les pasó lo mismo que a los negros en América. En 1863 se abolió la esclavitud, pero en la práctica las escuelas, los cargos públicos y los beneficios sociales solo siguieron siendo accesibles a los blancos, dejando excluidos a los negros de toda posibilidad de progreso social. Cien años después las personas veían el resultado de esta despreciable segregación como una causa, no como el efecto del racismo. Los negros vivían en los barrios pobres, no veías negros médicos, ni profesores, ni alcaldes. ¿La causa? A los negros les gusta vivir hacinados, no les gusta el progreso, ni el estudio. Están hechos para los trabajos que los blancos no hacen. La realidad es que esta situación reflejaba los efectos de cien años de racismo y hablaba más de la gestión social de los blancos que de los ricos solo en melanina.

Las mujeres, como los africanos en épocas del esclavismo, llegaron al punto de perder casi su libertad. En España, por ejemplo, no podían abrir una cuenta bancaria a su nombre si no estaba la firma de su esposo o tutor, hecho que solo cambió hace relativamente poco, en mayo de 1975. Hasta 1979 no se adoptó en Europa una directiva de igualdad de trato en el empleo que abordó la discriminación de género en el ámbito laboral. Todavía hoy es frecuente encontrar el apellido del esposo en los apellidos de ella, bajo la proposición “de” que denota posesión y pertenencia: Susanita Correa de Mendoza.

Si vemos anuncios comerciales de los años 60 y 70, veremos arquetipos de mujeres orgullosas del trabajo doméstico y de la buena atención, casi monárquica, a su marido.

Los hombres, como género, nos aprovechamos de un hecho económico y social como el surgimiento de la agricultura para asumir artificialmente un liderazgo que no existe más que en una historia que de la misma manera como se construyó, se puede derrumbar. Y se está haciendo. A partir de la leve ventaja muscular se forjó una narrativa que empezó y se forjó con el papel de los músculos en la economía y después se diseminó por todos los demás derechos sociales.

La economía del siglo XXI no es de músculos

Hoy la economía corre por flujos electrónicos de información y los trabajos pesados están automatizados así que es tarde para devolver a la mujer a su lugar. El Homo sapiens con útero es idéntico al Homo sapiens con gónadas, salvo las diferencias normales para el hecho reproductivo, no para las funciones superiores.

La maternidad y el cuidado de los niños supone una barrera para la prosperidad personal de la mujer en la sociedad actual. Por ello cada día más mujeres se niegan el derecho a la maternidad para que esta no interfiera en sus logros y aspiraciones personales y profesionales. Esto explica la composición demográfica de los países desarrollados, con pocos niños y muchos ancianos.

En algunos países de Europa se han propuesto incentivos económicos y exención de impuestos a las mujeres que tengan hijos. En realidad, sería más justo que el tiempo que la madre pasa dedicada exclusivamente al cuidado de sus hijos, por lo menos 5 años por cada niño, recibiera salario y ese tiempo contara como tiempo activo para su jubilación.

Como un reclamo silencioso y una huelga no manifiesta las mujeres han dejado de tener niños. Están empezando a reemplazarlos por perros y gatos. En España, por ejemplo, se estima que hay nueve millones de perros y unos seis millones de gatos. En contraste, solo existen 6.5 millones de niños entre 0-14 años.

Mientras el poder esté en manos de los hombres será difícil lograr, o por lo menos será más lento y doloroso el cambio a la igualdad. Los agricultores europeos y españoles acaban de parar sus tractores para presionar mejoras sociales; Se me ocurre que vendría bien un cese absoluto de actividad gestacional en los úteros. Así, lo que los imperios de los hombres han labrado en 13 mil años, caerá lánguido y redondo en apenas diez o veinte años. O se equiparan los roles sociales en todos los aspectos o se termina la humanidad. Iguales salarios, iguales derechos sexuales y reproductivos, equidad en los estamentos de poder.

Que los hombres tenemos el planeta recalentado, repleto de bombas atómicas, tanques de guerra y metralletas. Un planeta seco, infértil, con mala distribución de la riqueza.

Necesitamos entregarle a la mujer su rol de igual a igual y que pueda participar de la administración de este planeta y de la humanidad entera. Si somos responsables no podemos dejar que las mujeres luchen solas a brazo abierto por conseguirlo. Debemos, juntos, como especie, derribar las barreras que nosotros mismo construimos, todas ficticias, para mantener una ilusoria superioridad.


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