¿Primero trabajadores/as y después humanos/as?

¿Primero trabajadores/as y después humanos/as?

Recuerdo una de las tantas veces que estaba en el trabajo con demasiadas cosas que hacer (como siempre) y, además, debía entregar un informe urgente. Por alguna razón yo no lograba concentrarme y avanzar al ritmo que quería y necesitaba.

La razón la conocía bien: en la mañana de ese día, había discutido con mi hijo de 8 años (seguro por una sonsera) y cuando lo dejé en el colegio, nos despedimos molestos los dos. Para colmo, sabía que ese día él tenía un partido de fútbol importante al cual yo no podría asistir porque no quería pedir permiso, ya que “tenía muchas cosas que hacer”. Consecuencia de ello, todo ese día me sentí culpable por la discusión, porque no nos despedimos bien y porque no iba a poder ir al partido. Y yo no dejaba de pensar en lo mala madre que era, en cómo estaba afectando a mi hijo al no estar presente en momentos importantes y en que no podía concentrarme para avanzar todo a la vez, es decir, mi mente estaba en rumeo puro y duro. 

Por la tarde, mi jefe me llama porque quería hablar sobre algo, y yo pensé: “¿qué otra cosa más me va a pedir? Seguro me voy a tener que quedar hasta tarde otra vez y voy a llegar a la casa cuando Sebas esté dormido”. Me observa unos segundos y me pregunta: “¿Qué te pasa? Hoy te noto desconcentrada”. 

Para qué me preguntó eso… Yo, que había estado usando todas mis fuerzas para aguantar el llanto de culpabilidad todo el día, no resistí y rompí a llorar. Le conté que había discutido con Sebas y me sentía mal por eso y que, para colmo, no iba a poder verlo en su partido y que creía que eso le afectaba a los niños porque sus padres no estaban presentes para apoyarlos. 

En ese momento, mi jefe debió haber estado aplicando la atención plena (o lo agarré en su momento bondadoso) porque se dio cuenta que algo me pasaba y se atrevió a preguntarme qué era. Y para mí fue inevitable mostrarme vulnerable al compartir lo que sentía, algo que no solía hacer para nada, ya que siempre quería mostrarme perfecta y que tenía todo “bajo control”. 

Mi jefe, entendiendo lo que me pasaba, me dijo que me daba todo el permiso para ir a ver a Sebas y estuviera con él en ese momento. No podía creer lo que me decía, ya que él no solía tener ese tipo de gestos; salí corriendo para llegar a tiempo y pude ver el partido completo. Felicité a Sebas y le dije que lo amaba mucho y que nos veíamos más tarde en la casa. Obvio sentí su felicidad al verme ahí y yo también estaba feliz porque pude acompañarlo.

Cuando regresé al trabajo, esa misma tarde, era otra persona; ya no cargaba con ese sentimiento de culpa y mi mente ya no estaba ocupada rumiando en lo mala madre que era por haber discutido con mi hijo y no apoyarlo en el deporte que le gusta. Mi productividad se disparó (o regresó a la normalidad), logré concentrarme y terminar el informe urgente y avanzar con lo que tenía pendiente. 

No sé si mi jefe fue consciente o no de que eso iba a pasar pero creo que tomó una gran decisión al ser espontáneo y mostrarse empático con lo que le compartí.

Mientras leía el libro “Mindfulness” de la serie “Inteligencia Emocional” de HBR, recordé este episodio y me hizo pensar en las tantas veces que he sentido un torbellino en la cabeza y no he logrado tener el desempeño que hubiera querido obtener en el momento. Por supuesto que no todas las veces (diría que muy pocas) he tenido un/a jefe/a que se ha mostrado empático/a con lo que sentía, como se mostró el jefe de esta anécdota. Por eso, me gustaría compartir dos lecciones que he ido aprendiendo en el camino de “mirar hacia adentro” y que me permiten tener una nueva perspectiva de la situación. La primera lección es muy importante y la segunda aún más.

La primera lección que me llevo es reconocer y reconfirmar la importancia de tener a un/a líder que se muestre genuinamente atento/a y realmente comprensivo/a con lo que le pasa a su equipo. Sabemos que, en el día a día, las responsabilidades no nos permiten prestar más atención que a solo nuestras tareas pero ¿se imaginan cómo sería tener a un/a jefe/a que sea capaz de prestarle atención al estado de ánimo de su colaborador/a y atreverse a preguntar qué le pasa sin asumir nada malo o personal? ¿Existen jefes/as así en las empresas? ¿Se dan cuenta del rol tan importante que desempeñan en la productividad de su equipo? 

Parece que aún seguimos pensando que primero somos trabajadores/as antes que humanos/as y eso no es correcto. Al ser humanos/as, vamos a pasar por momentos de preocupación que pueden impactar en nuestra productividad de manera inconsciente (como me pasaba a mi) y eso no significa que seamos malos/as trabajadores/as o que no nos guste lo que hacemos o que queremos renunciar. Simplemente, significa que desearíamos que esto lo puedan entender mejor nuestros/as jefes/as, sin etiquetas ni calificativos ni “tachas”. Aun así, no olvidemos que nuestros jefes/as también son humanos/as y no son infalibles, tienen una historia detrás.

Y esto me lleva a la segunda lección, la cual me parece la más importante: No podemos depender de tener un buen líder para que se encargue de solucionarnos el problema cuando nos vea “distraídos/as” o “desmotivados/as”. ¿Qué pasa si no corremos con esa suerte? Estaríamos cayendo en culpar al otro porque no nos motiva lo suficiente o no nos da el permiso suficiente o no nos entiende lo suficiente. Lo que debemos empezar a interiorizar es que nosotros/as somos los/las responsables de aprender a manejar mejor esos momentos de preocupación, de rumeo de la mente, de ansiedad con el objetivo de mantener nuestra productividad en el trabajo y/o la estabilidad en nuestra vida personal. 

Hace 7 años, yo no sabía cómo manejar esa preocupación y esa inestabilidad, lo cual me llevaba a tomar decisiones poco inteligentes emocionalmente. Hace un año y un poco más que vengo aprendiendo diferentes estrategias, que me han llevado a tomar otro tipo de decisiones que deseo compartir:

  1. Conversar con mi jefe/a y contarle lo importante para mí de estar presente en algún evento de mi hijo y pedirle permiso, independientemente de cuál sea la respuesta que me brinde. Y no solo tiene que ser sobre este aspecto, puede ser que conversemos sobre cierta actitud que nos genera incomodidad, sobre cierta situación familiar que nos demanda tiempo, etc. Lo importante es compartir esa preocupación, lo que nos hace sentir vulnerables, lo cual significa que es importante para nosotros/as. 
  2. Al darme cuenta que no puedo concentrarme porque mi mente no deja de rumiar (pensar una y otra vez en algo negativo -pensamiento compulsivo-), hago un stop y aplico ejercicios de respiración por unos minutos para que mi mente se calme y regrese a concentrarse plenamente en lo que estoy haciendo. 
Ojo: es importante estar atentos/as cuando estamos rumiando, esta acción nos podría llevar a la ansiedad o depresión; lo comento por experiencia propia.
  1. En un momento de tranquilidad, me doy la libertad de conectar con esos pensamientos y emociones para ahondar en lo que me tratan de decir y poder tomar una acción pensada y consciente. Esa culpabilidad que sentía y las ganas de ser la mamá perfecta (y la profesional perfecta y la amiga perfecta, etc) me estaban tratando de dar un mensaje. Después de mucho tiempo, cuando empecé mi viaje para “mirarme de frente”, logré entender a qué se debían y, hoy, ya no me “atormentan” como antes (aunque igual están presentes).

Recuerden que, antes de cualquier rol, siempre vamos a ser humanos/as. Y los/las humanos/as no somos perfectos/as, nos vamos a equivocar, nos vamos a preocupar, nos vamos a agotar. Así como también nos vamos a recargar de energía, vamos a buscar conexiones y relaciones significativas, vamos a buscar dar lo mejor de nosotros/as.

Primero somos humanos y, cuando nosotros/as y las empresas, empecemos a entender esto seguro los niveles de satisfacción personal y, por ende, nuestra productividad en el trabajo van a tener un impacto positivo. 

Es inevitable no preocuparse, no sentir ansiedad; no obstante, podemos trabajar en nosotros/as mismos/as, aplicando diferentes herramientas, para lograr sacar nuestro mejor y mayor potencial.

Javier Zapata Martínez

Realizador Audiovisual, especializado en Dirección y Edición. Docente Universitario.

3 años

Buena reflexión. Un buen ejemplo que demuestra que la empatía puede influir positivamente en la productividad y mejorar las relaciones personales en el trabajo.

María Isabel (Mari) Huasasquiche

Lead Strategic Designer, Trainer & Community Builder | Social Impact, Innovation & Change Management

3 años

Qué lindo leerte, Nadia! No puedo estar más de acuerdo con tus consejos 👏

Diego Ramírez Figueroa

MBA Candidate 24/25 | Senior Consultant | Headhunter | B2B Sales | Sales & Marketing

3 años

¡Qué buenos consejos! Gracias por compartir Naddia.

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