Prohibir la inteligencia
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Prohibir la inteligencia

Ayer me compartieron una comunicación de una organización en la que prohibían el uso de herramientas de inteligencia artificial generativa, por los graves riesgos para la seguridad que representan y me quedé un poco triste por el mensaje que se está enviando.

Vivimos en una época de transformación. El siglo XXI toca nuestra puerta trayendo retos a los que, en general, nunca soñamos enfrentarnos o al menos no de manera frecuente. Bien lo dice Yuval Noah Harari, que probablemente estemos enfrentándonos a la irrelevancia en el desarrollo tecnológico y económico, y para mi es obvio que las respuestas básicas y naturales podrían llevarnos al abismo de la irrelevancia más rápido de lo que quisiéramos ¿es el prohibicionismo la mejor respuesta ante una situación de riesgos?¿correr o escondernos es mejor que entender a lo que nos enfrentamos?

Según datos recientes, se estima que ChatGPT, la inteligencia artificial generativa desarrollada por OpenAI, ha interactuado y respondido a más de 10 mil millones de consultas de usuarios en todo el mundo. Esta cifra representa una cantidad impresionante de interacciones humanas simuladas por la IA, demostrando su impacto y alcance en la forma en que las personas obtienen información y se comunican en la era digital.

Mucho se ha hablado en el mundo organizacional de la transformación como lo hago hoy; de hecho, todos aplaudimos los gurús de la transformación digital y cultural que lideran discusiones pertinentes para nuestra realidad. Entonces enviar un mensaje tal como en la época de la dinastía Qin o la quema de libros en la inquisición, contrasta con todos los valores y discusiones que estamos planteando al día de hoy.

Las herramientas con ia generativa favorecen la creatividad y la productividad de las personas, con la ventaja de que la interacción con el usuario se hace realmente mucho más fácil y esto trae una posibilidad de masificación que para algunos es aterradora.

Hasta que punto están dispuestas a perder las organizaciones toda la posibilidad de generar valor con estas herramientas por el temor de unos riesgos que aún no dimensionan completamente.

Es cierto que hay riesgos. La calidad y la precisión del contenido siempre va a depender del entrenamiento que tenga la herramienta. La divulgación de información confidencial, la dependencia o el mal uso que puedan darle los colaboradores a las herramientas son problemas que se deben poner sobre la mesa y generar un plan de acción para evitarlos o mitigar las consecuencias.

Me quedé pensando que lo mejor que podemos hacer es extender la invitación a discutir estos temas, a entender y comunicar los riesgos, a enseñar formas seguras de interactuar con estas herramientas, a plantear políticas de acceso y supervisión. Quedarnos lejos de la revolución tecnológica no nos va a mantener seguros sino tal vez más expuestos.

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