Proyecto de tesis de maestría “Geopolítica, autonomía e integración regional. La UNASUR: estrategia de los países suramericanos”
FORMULACIÓN Y DELIMITACIÓN DEL PROBLEMA/TEMA
A comienzos del siglo XXI la mayoría de los analistas internacionales coincidían en un diagnóstico: la distribución de poder mundial parecía perfilarse hacia un tipo de configuración multi-polar. Con el correr de los años, el nuevo ciclo que inauguró la caída del muro de Berlín puso en evidencia que Estados Unidos tenía un poder global militar inigualable pero no era capaz de sostener un liderazgo uni-lateral por la vía del reduccionismo militar.
Algunas tendencias estructurales daban forma a estos argumentos: el desplazamiento del núcleo económico mundial desde el Atlántico Norte hacia el Asia Pacifico, que comenzó hacia fines del siglo xx con el despegue de los países asiáticos y se sostuvo durante el nuevo milenio con China liderando ese proceso; el fracaso de la proyección militar norteamericana en Medio Oriente tras los atentados a las torres gemelas (Afganistán e Irak inicialmente, luego Siria); la crisis financiera global del 2008 que puso en cuestión el funcionamiento del capitalismo especulativo basado en el supuesto de la auto-regulación de los mercados; la reformulación de los organismos internacionales (como la manifiesta necesidad de ampliar el G7, reemplazado luego por el G20, o las modificaciones dentro del FMI para darle mayor poder a las potencias emergentes en detrimento de Europa); la gestación de proyectos alternativos como los BRICS y en su interior el Nuevo Banco de Desarrollo, que desafían abiertamente la primacía del dólar y apuntan a superar las instituciones económicas que cristalizaron la hegemonía estadounidense/occidental durante buena parte del siglo XX.
Estas dinámicas tuvieron su impacto en la región suramericana. El espectacular auge de la demanda y el precio de las materias primas motorizado por la creciente industrialización china impulsaron un crecimiento económico en la mayoría de los países de la región, que empezaron a tender lazos con potencias emergentes extra-continentales para financiar su desarrollo. Coincidió también con un relativo desinterés por parte de Estados Unidos en la región, que concentró sus fuerzas en la lucha contra el terrorismo global luego de los atentados del 2001 y priorizó otras zonas de influencia en su estrategia de seguridad nacional.
Sin embargo, algunos acontecimientos recientes indican que esa marcha hacia la multipolaridad no se ha detenido pero tampoco se ha consolidado. La recuperación de Estados Unidos y la desaceleración que experimenta China expresan síntomas de reacomodamiento en el plano económico, que vienen acompañados por nuevas estrategias de las potencias centrales que sacuden vertiginosamente el tablero político internacional. Desde su arribo al poder en 2016, Trump puso en práctica una política exterior claramente disruptiva, que cuestiona al multilateralismo como forma de responder a los desafíos globales, y utiliza mecanismos proteccionistas para alentar la recuperación económica, amenazando seriamente las bases del libre comercio internacional. En la misma sintonía se encuentra el fenómeno del Brexit, que produjo un cisma inesperado en otro actor de peso internacional, la Unión Europa, y resucitó viejos fantasmas nacionalistas y separatistas en la región, que se agravan con la crisis de refugiados provenientes de medio oriente y África.
Nuevamente, los efectos en Suramérica se hicieron sentir rápidamente. El fin del ciclo de auge de las materias primas, la reorientación de la economía china hacia un modelo de crecimiento basado fundamentalmente en el mercado interno, la recuperación productiva de Estados Unidos con su consecuente atracción de capitales, generaron un escenario de alta volatilidad financiera y un aumento del endeudamiento público en la región, que expresa la fragilidad de estas economías orientadas hacia la exportación de commodities.
En este marco es posible considerar que existe una estrecha relación entre la dinámica global y regional, que se expresa en términos de oportunidades y restricciones para los países que ocupan una posición periférica en el sistema internacional. Los roles y funciones están bien delimitados: los países centrales se encargan de formular las directrices principales que regulan las relaciones inter-estatales, conformando así un establishment internacional favorable a sus intereses, mientras que los periféricos proveen bienes y servicios de menor valor y tienen poca capacidad para influir en el curso del sistema internacional.
En este contexto, es indispensable para estos últimos contar con una estrategia geopolítica que tienda a controlar la influencia de los procesos externos, y ganar así márgenes de autonomía para modificar progresivamente su estatus dependiente. El análisis de las condiciones estructurales (geográficas, históricas y culturales) es fundamental a la hora de trazar una política exterior a largo plazo que pueda sortear las vicisitudes que impone la coyuntura mundial.
Este trabajo de investigación sostiene como hipótesis central que la UNASUR, en su etapa de mayor resplandor (2008-2015) representó la posibilidad de construir esa estrategia geopolítica autonómica para los países suramericanos. En sus bases doctrinarias se puede apreciar la influencia del “continentalismo”, una línea de pensamiento geopolítico que aparece parcialmente en el proyecto bolivariano de crear una confederación hispanoamericana, y luego se expresa claramente en la concepción que impulsó el ABC en 1952. En el actual contexto, con las tendencias hacia la multipolaridad descriptas anteriormente, estas ideas recobran vigor y alcanzan su punto de maduración más alto con la UNASUR.
Aquí se sostiene que estas iniciativas fueron sumamente subestimadas por amplios sectores políticos y académicos, que tienden a reducirlas a meras aspiraciones hegemónicas por parte de determinados países o a recursos discursivos de ciertos gobiernos para afianzar su legitimidad interna, y no tienen en cuenta el análisis de las condiciones estructurales que dan sustento a estas proyecciones.
Como marco teórico se utilizarán los estudios geopolíticos clásicos de Ratzel, Kjellen, Mahan, Mackinder, Haushofer, Spykman y Wiegert, junto con los análisis contemporáneos de Brzezinski, Huntington y Dugin, que brindan una perspectiva actualizada de la distribución espacial del poder en el mundo de la pos-guerra fría.
Con este trabajo intentamos generar un aporte para la construcción de un pensamiento geopolítico autóctono, requisito fundamental para tener una política exterior independiente y un sistema de defensa sólido y soberano.
ANTECEDENTES DEL PROBLEMA
La literatura académica sobre cooperación regional es abundante y muy prolífera en los países suramericanos, fundamentalmente a partir de la recuperación de la democracia, el fin de los gobiernos militares y con ello el progresivo abandono de las hipótesis de conflicto intra-regionales, que no fueron definitivamente sepultadas pero dejaron de tener centralidad.
Sin embargo, hay una línea poco explorada en la comunidad académica, que es el estudio de la unidad regional a través de una perspectiva geopolítica, que aborde la interpretación de los eventos políticos en su realidad espacial, para brindar herramientas útiles a la hora de formular lineamientos generales de política interna y externa de los Estados, de acuerdo con sus particularidades geográficas, históricas y culturales. Se trata de una disciplina relegada y por mucho tiempo confinada en los círculos militares, que tenían una visión estado-céntrica de carácter eminentemente nacional, que chocaba de lleno con las ideas integracionistas. De esta manera, el desencuentro entre geopolítica e integración regional fue una constante en las elites políticas y militares que tomaban las decisiones estratégicas de los países suramericanos.
Alberto Methol Ferré es uno de los geopolitólogos más destacados de nuestra región, no solo por la profundidad de sus estudios sobre las condiciones estructurales que hacen posible la integración regional, sino por su empeño en formular una estrategia pragmática que trascienda las contingencias históricas.
El autor uruguayo divide la región latinoamericana en dos ámbitos principales, por un lado la zona norte que comprende a México, Centroamérica y las Antillas, que se encuentra en el área de influencia directa de Estados Unidos desde la segunda mitad del siglo XIX. Tras el triunfo del norte industrial en la guerra de secesión, la potencia anglosajona comienza un ciclo acelerado de industrialización que fue acompañado por una agresiva expansión territorial hacia las fronteras del sur y el oeste, y una fuerte proyección marítima que les proporcionó un dominio estratégico en Puerto Rico, Cuba (luego de la guerra hispanoamericana) y posteriormente en Panamá, para cerrar un circuito de comunicación inmediata entre sus dos litorales y una presencia efectiva en ambos océanos. Por otro lado, la zona austral que abarca a los países ubicados en el extremo sur del hemisferio continental, América del Sur, que tiene dos rostros básicos: el hispanoamericano y el lusitano. Son dos mundos, que tienen en conjunto recursos, población y extensión similares, pero uno es un solo país y el otro son nueve: Argentina, Colombia, Venezuela, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Paraguay y Uruguay[1], siendo el primero de ellos el más importante por su PBI, y por la acumulación intelectual, cultural, política y social en términos históricos (Methol Ferre, 1967; 1991).
El centro del bloque es Brasil, no solo por superioridad en términos de poder nacional, sino también por su estratégica ubicación central. Comprender sus fronteras es pensar al conjunto suramericano, ya que solo quedan fuera de su alcance Ecuador y Chile. El gigantesco territorio brasilero linda hacia el norte y el oeste con los países de la región andina (Venezuela, Colombia y Perú) que están fuertemente atravesados por la incomunicación que generan las zonas montañosas de los Andes y el Amazonas. Se trata entonces de una frontera trazada por la naturaleza y no por el ser humano, cuyas condiciones geográficas dificultan sumamente la integración. En cambio, hacia el Sur se encuentra la Cuenca del Plata, un sitio de encuentro entre el mundo luso-mestizo y el hispano-mestizo que contiene al Río de la Plata, y esta sí constituye una frontera viviente, ya que es un centro de articulación real, de intercambio comercial, humano, cultural y simbólico. En efecto, el Plata es el núcleo de conexión principal de América del Sur, porque liga a las dos potencias regionales, cuya asociación es imprescindible para la integración del conjunto: Brasil y Argentina (Methol Ferré, 1992; 1996; 2002)
Bajo esta perspectiva, el autor realiza un análisis histórico de las políticas de unidad en la Cuenca del Plata y destaca especialmente la estrategia geopolítica que se encontraba detrás del intento por relanzar el ABC (pacto entre Argentina, Brasil y Chile) en 1951. Quien fuera su principal ideólogo, el entonces presidente argentino Juan Perón, afirmaba que la humanidad estaba transitando el paso desde el “nacionalismo” hacia el “continentalismo”, antes de llegar a la etapa final del “mundialismo”. En un contexto internacional atravesado por el enfrentamiento entre dos súper-potencias que cada vez dejaban menos espacio para la neutralidad, el general argentino propuso una “tercera posición” que agrupara a todos los países periféricos dispuestos a no participar de ninguno de los dos bandos. Pero para tomar esa desafiante postura era necesario tener un grado de autonomía muy alto, que difícilmente iban a alcanzar de manera individual, por eso aquellas naciones tenían que “confederarse”. Dentro de este panorama general, los países latinoamericanos debían avanzar hacia la unificación empezando por su “núcleo básico de aglutinación”, esto es, Argentina y Brasil (Perón, 1951). En esta demarcación regional que acotaba los márgenes de integración dentro de América del Sur y no en Latinoamérica se puede ver la influencia del padre de la geopolítica brasilera, Mario Travassos, cuyo clásico libro “Proyección continental de Brasil” publicado en 1930 tuvo varias ediciones argentinas realizadas por el Circulo Militar en aquellos años.
Ambos militares suramericanos formaron su visión “continentalista” a través de la obra de uno de los primeros grandes exponentes de la geopolítica, Friedrich Ratzel. Este geógrafo alemán advirtió tempranamente el fin de la hegemonía europea en la política internacional y el declive de los Estados-Nación como unidades de poder dominantes.
En su visita a Estados Unidos durante la década de 1870, observó los avances tecnológicos contemporáneos pero en dimensiones gigantescas, como por ejemplo los ferrocarriles con líneas trans-continentales que unen los dos océanos, con locomotoras más potentes que las alemanas capaces de arrastrar varios vagones. Esa experiencia le sirvió como fuente de inspiración para elaborar el concepto rector de su obra intelectual, el denominado “espacio vital”, que posteriormente fue utilizado por el nazismo para justificar su proyecto imperial. Para el autor alemán, la geografía es un factor fundamental en la construcción de relaciones de dominación social, porque los espacios se pueden transformar en poder si son poblados y organizados políticamente. A diferencia de los grandes imperios antiguos, escasamente integrados y comunicados, los Estados modernos tienen herramientas tecnológicas más sofisticadas para unificar culturalmente las poblaciones. La relación establecida entre espacio/poder le permitió llegar a una conclusión sorprendentemente visionaria: si durante el siglo XIX los protagonistas de la historia fueron los “Estados nación industriales”, el próximo siglo va a ser la etapa de los “Estados continentales industriales” (Methol Ferré, 1996). Un anticipo de la “guerra fría”, aquel marco de relacionamiento estratégico que tuvo el mundo durante casi medio siglo con el enfrentamiento entre dos Estados continentales industriales, Estados Unidos y la URSS.
Con el derrumbe de la URSS en 1991 comienza una nueva etapa geopolítica. Partiendo desde una perspectiva cultural, Huntington afirma que ya no se puede pensar más en un protagonismo único de la civilización occidental, porque aquellas entidades culturales que se han “occidentalizado” como producto de la globalización, fueron totalmente asimiladas hasta perder sus rasgos originarios y por ende destruidas, o por el contrario, se pudieron adaptar al entorno potenciando fuertemente sus identidades, como por ejemplo Japón, China, India, etc. El geo-estratega estadounidense intenta advertir que las políticas de dominación de las potencias centrales que no tengan en cuenta estos aspectos van a fracasar porque no se puede transpolar sociedades de una civilización a otra. Por el contrario, existe una tendencia hacia la cooperación en los grupos sociales que tienen lazos culturales en común, y bajo ciertas circunstancias, los países pueden agruparse en torno a “Estados nucleares civilizatorios” (Huntington, 1997).
Tomando estas consideraciones teóricas, Methol Ferré afirma que existen nueve bloques culturales en el planeta tierra. En Occidente se encuentran cuatro: Europa Occidental, Rusia, Estados Unidos/Canadá y América Latina; en Oriente otros cuatro: China, India, Japón, Sudeste Asiático; y en el medio un mundo gigantesco que penetra en ambas direcciones: el Musulmán. Que cada uno de estos círculos históricos/culturales pase a tener su Estado nuclear civilizatorio depende del éxito que consiga a la hora de insertarse colectivamente en el orden global, sin perder sus identidades esenciales. Así como las unidades nacionales y luego las continentales, los bloques culturales pasibles de ser transformados en Estados nucleares civilizatorios van a ser los actores principales del sistema político mundial en este complejo y dinámico siglo XXI (Methol Ferré, 1991).
Otro autor de gran utilidad a los fines de nuestro trabajo es el jurista argentino Juan Carlos Puig. Si bien sus estudios se encuadran en el ámbito disciplinar de las relaciones internacionales, tienen una gran conexión con los aportes geopolíticos del teórico uruguayo mencionados anteriormente.
La centralidad de su obra gira en torno al concepto de autonomía, concebida como la búsqueda de márgenes de maniobra en el marco de la inserción al régimen internacional, y a su vez, como instrumento válido para romper con la subordinación que padecen los países dependientes. En sus trabajos traza un modelo de progreso hacia la autonomía, con diferentes estadios: en primer lugar se encuentra la “dependencia para-colonial”, con un Estado que posee formalmente un gobierno soberano pero que “constituye un apéndice del aparato gubernativo y de la estructura del poder real de otro Estado”; en segundo lugar la “dependencia nacional”, que se produce cuando los grupos que detentan el poder real “racionalizan la dependencia”, aceptando la situación dependiente pero tratando de sacar el mayor provecho de ella; el tercer estadio se denomina “autonomía heterodoxa”, y se caracteriza por la aceptación del liderazgo estratégico de la potencia dominante, pero con ciertas reservas en asuntos vitales para los países periféricos como puede ser la gestión del modelo de desarrollo interno o las vinculaciones internacionales que no sean globalmente estratégicas. Por último, se llega a la “autonomía secesionista”, donde el país dependiente corta definitivamente los vínculos que lo unen a la potencia central, estrategia sumamente riesgosa según las consideraciones de Puig (Puig, 1980).
El autor agrega otro nivel que se vincula directamente con nuestro tema de estudio, denominado “viabilidad, autonomía e integración”. El transcurso de la “dependencia” a la “autonomía” sólo puede producirse en la medida en que los países consoliden su propia viabilidad, es decir, tener recursos suficientes y contar con elites decididas a emprender el camino de la autonomización. Por su parte, la integración tiene un carácter instrumental, pues su sentido dependerá del objetivo que fijen sus miembros, y según el autor existe bajo dos formas: una comercialista, que tiene un enfoque exclusivamente económico y en consecuencia, refuerza las asimetrías entre sus socios y consolida el régimen internacional; y otra solidaria, con un fuerte acento político y cultural, que busca lograr autonomía sobre la base de un mismo estatus o valores. Puig se inclina definitivamente por esta última variante, considerando que la gran apuesta de los esfuerzos integracionistas es lograr “el transcurso del Estado-nación al Estado-región”, y para eso recomendaba avanzar selectivamente en el gran campo de unidad latinoamericana, impulsando acuerdos sectoriales entre países suramericanos que sirvan como base de sustentación para una unidad más amplia (Puig, 1981).
El sociólogo brasileño Helio Jaguaribe se inscribe en esta corriente de pensamiento y utiliza categorías similares para analizar la realidad internacional. Divide el mundo entre Estados desarrollados del Norte-Centro y dependientes del Sur-Periferia, siendo los primeros los únicos portadores de autonomía real en materia de política exterior. Para alcanzar ese estatus, el autor establece dos requisitos indispensables: los países tienen que tener “viabilidad nacional” y “permisibilidad internacional”. El primer término se refiere a la existencia de recursos humanos y sociales adecuados, a la capacidad de inserción internacional y al grado de cohesión sociocultural dentro de las fronteras nacionales. El segundo concepto se relaciona con la capacidad de neutralizar las amenazas externas, y depende de recursos económicos y militares, pero también de alianzas con otros países (Jaguaribe, 1979).
Al igual que Puig, Jaguaribe no recomienda la ruptura integral con las potencias centrales, porque considera que dentro de su relacionamiento estratégico se puede lograr diferentes grados de autonomía, especialmente en algunos sectores claves. En ese sentido, destaca la autonomía tecnológica y empresarial como factores fundamentales para impulsar un programa de desarrollo nacional y fortalecimiento de las capacidades estatales.
Marcelo Gullo retoma gran parte de estos postulados teóricos, forjados en el contexto de un mundo bi-polar en desarrollo o en transición, y los actualiza al calor de los acontecimientos del siglo XXI. En sus obras realiza una descripción del sistema internacional que continúa la línea de análisis de los autores aquí mencionados, con Estados subordinantes y subordinados, pero introduce un elemento innovador con la distinción entre aquellos Estados que alcanzaron el “umbral de resistencia” de aquellos que lograron el “umbral de poder”. En el primer caso, se trata de Estados que tienen la capacidad de poder determinar soberanamente hacia dentro de su territorio y resistir así los intentos de subordinación por parte de las potencias hegemónicas, mientras que en el segundo se trata de aquellos que están en condiciones de participar activamente en la construcción del orden político internacional. De esta manera, la división está dada entre protagonistas y espectadores del sistema político internacional.
A través de un profundo análisis histórico del surgimiento de las potencias mundiales, el politólogo argentino concluye que son dos los recursos fundamentales para abandonar la situación de dependencia: realizar una insubordinación ideológica, que consiste en romper con las concepciones de las potencias que explican el orden internacional desde sus propios intereses y estrategias, generando así una visión crítica y autóctona desde la periferia; y por otro lado, acompañar esta postura con un adecuado impulso estatal, adoptando políticas autonómicas con respecto a los centros de poder mundial para desarrollar capacidades propias y soberanas.
En cuanto a la UNASUR, fueron múltiples y variados los análisis que realizaron los académicos especializados. Las altas expectativas que se generaron con la creación de este organismo en 2008 dieron curso a extensas y prolíferas investigaciones por parte de estudiosos locales y extranjeros.
Para Sanahuja la UNASUR, junto con otros proyectos como el ALBA, constituye una expresión de lo que llama “regionalismo pos-liberal”, que se caracteriza por:
a. La primacía de la agenda política, y una menor atención a la agenda económica y comercial, promovida fundamentalmente por los distintos gobiernos de izquierda o nacionalistas que llegaron al poder a principios de siglo, entre los cuales se encontraban Venezuela y Brasil, con intenciones de ejercer un liderazgo regional.
b. El retorno de la “agenda de desarrollo”, con políticas que pretenden distanciarse de las estrategias del regionalismo abierto de la década del ´90, centradas en la liberalización comercial.
c. Un mayor papel de los actores estatales, frente al protagonismo de los actores privados y las fuerzas del mercado.
d. Un énfasis mayor en la agenda “positiva” de la integración, centrada en la creación de instituciones y políticas comunes y en una cooperación más intensa en ámbitos no comerciales, lo que ha dado lugar a la ampliación de los mecanismos de cooperación sur-sur.
e. Mayor preocupación por las dimensiones sociales y las asimetrías en cuanto a niveles de desarrollo, y la vinculación entre la integración regional y la reducción de la pobreza y la desigualdad, en un contexto político en el que la justicia social ha adquirido mayor peso en la agenda política de la región.
f. Mayor preocupación por las carencias de la infraestructura regional y la falta de seguridad energética.
g. La búsqueda de fórmulas para promover una mayor participación y la legitimación social de los procesos de integración. (Sanahuja, 2009).
Andres Serbin coincide con la caracterización de la UNASUR como un tipo de “regionalismo pos-liberal” y lo sintetiza como los tres grandes retornos: el retorno del Estado, la política y la agenda de desarrollo. El venezolano agrega que la UNASUR rescata el capital acumulado de las experiencias comercialistas desarrolladas en el marco del regionalismo abierto (en su estatuto reconoce el legado del MERCOSUR y la Comunidad Andina de Naciones) y las pone en función de una mirada productivista y fundamentalmente política, que permite incrementar los niveles de autonomía de los países de la región frente a los Estados Unidos y diversificar sus vínculos a nivel internacional en un contexto multi-polar (Serbin, 2011).
Por otro lado, Riggirozzi prefiere caracterizar a UNASUR como una expresión del “regionalismo pos-hegemónico”, basada en el planteo de Acharya (2009) sobre el fin de la hegemonía estadounidense y el surgimiento de “hegemonías regionales” como resultado. Para la autora, a diferencia del “regionalismo abierto” de los ´90, que fue un mecanismo defensivo frente a la globalización, el “regionalismo pos-hegemónico” intenta ser algo más que una herramienta defensiva, para pasar a ser un espacio de contestación y resistencia al neo-liberalismo y la hegemonía norteamericana. En su visión, este regionalismo es una forma de gobernanza que abarca múltiples dimensiones comerciales, políticas, militares, de infra-estructura y ofrece varios caminos que no se agotan solo en el enfrentamiento con Estados Unidos (Riggirozzi, 2012).
Briceño Ruiz coincide con esta caracterización “pos-hegemónica”, porque al reconocer la existencia de una nueva narrativa más allá del comercio y la apertura comercial, permite comprender el complejo proceso de construcción de un regionalismo suramericano desde aquella propuesta comercial de crear un “área de libre comercio sudamericana” presentada por el presidente brasileño Franco en 1993 hasta la creación de UNASUR en 2008 (Briceño Ruiz, 2014). Prieto y Betancourt también abonan a esta visión, porque tanto el ALBA como UNASUR tienen la intención de restringir la influencia de Estados Unidos en los asuntos regionales, pero sobre todo en el direccionamiento del regionalismo. Para los autores, es en la dimensión de seguridad y defensa donde más se expresa el carácter pos-hegemónico de la UNASUR, cristalizado en la creación del Consejo de Defensa Suramericano en 2008 (Prieto y Betancourt, 2014).
Como vemos, hay una clara disociación disciplinar entre los estudios que analizan el fenómeno de la integración regional. Los trabajos realizados por los especialistas en Relaciones Internacionales abundan, en Geopolítica no tanto, pero no hay diálogo ni intercambio entre ellos, a pesar de sus notables coincidencias y puntos en común. Esta inquietud inicial motivó el tratar de articular los estudios de Methol Ferré, como marco de interpretación de la realidad suramericana a través de las principales nociones geopolíticas, con los teóricos de la autonomía como Puig y Jaguaribe, que fundaron una tradición epistemológica situada en el ámbito de las Relaciones Internacionales, para finalmente conectarlos con los principales analistas contemporáneos de la UNASUR.
DISEÑO DE INVESTIGACIÓN
Este proyecto de investigación es de índole explicativa, dado que intenta explicar el carácter estratégico y autonómico que tuvo la UNASUR desde una perspectiva geopolítica.
Los datos y el conocimiento sobre el tema a investigar se obtendrán a partir de una revisión bibliográfica de fuentes secundarias disponibles, el análisis de discursos de líderes regionales y documentos oficiales de organismos de integración.
Se utilizará un diseño de investigación cualitativo. En primer lugar, se realizará una revisión bibliográfica del estado del arte; en segundo lugar, se establecerá el marco teórico desde el cual se pretende investigar la temática; en tercer lugar, se explicarán las razones que nos llevaron a afirmar que la UNASUR representó la posibilidad de construir una estrategia geopolítica autonómica para los países suramericanos; para finalmente arribar a algunas conclusiones en la etapa final del trabajo.
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[1] Surinam y las Guyanas quedan excluidas del análisis por evidentes diferencias identitarias.