¡Qué envidia!

Durante mucho tiempo he luchado en contra de emociones, sentimientos y pensamientos que culturalmente son considerados  inaceptables. Sentir remotamente un atisbo de ellos solía llenarme de remordimiento y vergüenza.  Muchas veces hoy  sigo manteniendo conversaciones conmigo para aclarar mi postura frente a lo que estoy experimentando. Una de esas emociones es la “envidia”.

Sentir envidia se relaciona con creencias religiosas profundas, pecado, vergüenza, ira… Mencionar sentir envidia es censurado, nos  avergüenza. La envidia, de manera general,  se refiere a un sentimiento de desagrado por lo que posee el otro, ya sea material o emocional.  La envidia es una energía  que lleva a desear con fuerza lo que el otro posee, que genera enojo, amargura, infelicidad, inclusive violencia.

También la envidia podría ser un motor que nos impulsa  a salir de nuestro “status quo” al mirar lo que otros han logrado. Es casi imposible dejar de compararnos, usamos estudios de mercado para mirar otras empresas, sus  servicios y resultados. Una firma lanza un  producto exitoso y otras lo imitan… Alguien se compra un vehículo nuevo, se va de vacaciones o remodela su casa, otros lo miran y desean aquello también. Mundo de envidiosos, podríamos decir… quizás sí. Sin embargo ¿Qué en realidad muestra la envidia? ¿Algo que no tengo y deseo? ¿Algo que no sabía que deseaba? ¡Yo también quisiera sentir eso! ¡Yo también quiero tener eso! Y vaya que puede ser una fuerza poderosa que nos impulsa a alcanzar algo...

Estoy seguro que existen múltiples respuestas a estas preguntas y sin duda todas ellas son válidas desde la perspectiva individual de cada persona. Yo pienso que la envidia muestra una carencia de algún tipo: afectiva, de reconocimiento, de valoración, de aceptación personal. Cualquiera que sea esa carencia nos podría plantear algunas reflexiones.

En lo que respecta a mí, la envidia me ha mostrado, en ocasiones, que no he hecho lo necesario para alcanzar aquello que me propuse; sin embargo, en más de una vez fue necesario estar atento y observar a mí alrededor. Cuando siento la presencia de mi esposa, la alegría de mi hijo, los seres en los que se han convertido mis hijas, la gente que conozco, el trabajo que realizo, los geranios de mi jardín… siento una profunda gratitud hacia la vida. Entonces, en ese momento lo que envidio se hace pequeño, insignificante, innecesario.

Hace algún tiempo tuve la oportunidad de escuchar a alguien que mencionaba que la verdadera felicidad radica en aprender a ser felices en el lugar económico en el que nos encontramos. Está a nuestro alcance, decía,  ser felices con nuestra pareja, nuestros hijos, nuestro barrio, nuestra casa. Resistir la tentación a la que nos empuja la presión del consumo y de la comparación, en donde todo   es renovable  y mientras más rápido mejor. En donde el mensaje subliminal que se respira parece ser “mientras más juguetes consigas en la vida,  más feliz eres”. Es allí, en ese lugar,  cuando pienso que  la gran carencia que nos hace sentir envidia es la falta de claridad sobre lo verdaderamente valioso en nuestras vidas. Esa misma persona decía “no importan todos los juguetes que consigas en la vida… cuando mueras no te vas a llevar ninguno”.

No podemos evitar que nuestras emociones y pensamientos surjan. Si podemos prestarle atención a lo que significan, a lo que nos quieren decir. La envidia podría ser  una voz interior que nos invita a reflexionar sobre aquello que consideramos  importante en la vida.