Qué hay de nuevo, viejo?

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Leibniz y la teoría de la gravedad cuántica de bucle

La gravedad cuántica de bucles es una de las principales áreas actuales de la ciencia básica en física. La teoría intenta reconciliar dos modelos diferentes: las ecuaciones de la teoría general de la relatividad de Albert Einstein y los resultados de investigación de la física cuántica.

Este intento de mediación no es de ninguna manera evidente: el propio Einstein formuló objeciones a los pioneros de la física cuántica, quienes exploraron el comportamiento de la energía de las partículas diminutas, los cuantos. Niels Bohr, Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger y Louis de Broglie hicieron numerosos descubrimientos en la década de 1920 que llevaron al uso civil y militar de la energía nuclear. Einstein elogió estas obras, pero consideró que la teoría subyacente era inmadura y que finalmente "Dios no juega a los dados". Además, su interpretación de la gravitación como curvatura del espacio-tiempo encajaba mal en el marco de la teoría cuántica. La teoría de la gravedad cuántica de bucles ahora reúne la mejor teoría existente del cosmos (la de Einstein) y la mejor teoría de las partículas existente (el físico cuántico). Un hallazgo clave es que el espacio no es un contenedor vacío en el que se colocan los objetos, ni se subdivide infinitamente, sino que consiste en pequeños granos o "átomos del espacio" que son miles de millones de veces más pequeños que los núcleos atómicos. Los representantes de la gravedad cuántica de bucle viven en un mundo que no es liso sino granulado, si el universo fuera un contenedor dentro habría arroz con leche y no leche sola.

Efectivamente, esta nueva teoría suena a la "vieja" teoría de la monadología. Para Leibniz (1646-1716) las mónadas son formas sustanciales dotadas de una determinación interna cuya génesis se halla en Dios, la mónada primigenia, creadora de las infinitas otras mónadas que conforman el mundo. Entre mónadas. Leibniz creía que cada pedazo de materia no es sólo divisible infinitamente, sino que está dividido sin fin en más partes, cada una de las cuales posee un movimiento propio. En la parte más minúscula de materia hay un mundo de criaturas, de seres vivos, animales, entelequias, almas. Cada pedazo de naturaleza puede ser concebido como un jardín repleto de plantas y como un estanque lleno de peces en perpetua transformación y ese continuo fluir es expresión del anhelo de las mónadas.



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