¿Quién se ha llevado mi juventud?

¿Quién se ha llevado mi juventud?

Hoy escribo desde un futuro imaginado, desde la barrera de los 80 años, para explorar cómo los jardines terapéuticos no solo embellecen, sino que transforman vidas.

Hay también datos más técnicos que intentan ayudar a situarnos en ese momento futuro de nuestra vida y en consecuencia comprender mejor a nuestros adultos mayores.

Y digo “nuestros” como integrante de una sociedad que los respeta y valora.

Debo de confesarte que el título no es completamente original porque está inspirado en el libro "¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson que utiliza una fábula corta para transmitir lecciones importantes sobre el cambio y cómo adaptarse a él. Cuya moraleja principal es que debe aceptarse y abrazar el cambio, en lugar de resistirlo. El libro también enseña que el cambio es inevitable en la vida personal y profesional. Que las personas exitosas se anticipan al cambio, no se aferran a lo familiar por miedo, que mantienen una actitud positiva y proactiva frente a las nuevas circunstancias y por supuesto, que están dispuestas a salir de su zona de confort para tomar decisiones.

Con ello, el texto que sigue a continuación, espero que te invite a reflexionar sobre el paso del tiempo, tu tiempo, y el de tus seres queridos, y tal vez en utilizar proactivamente la naturaleza y sus beneficios.


Mis manos ya no son las mismas.

Estas manos que durante décadas han moldeado la tierra, podado rosales y diseñado jardines, ahora tiemblan ligeramente al sostener las tijeras de podar. Sin embargo, conservan la sabiduría que solo otorgan los años: reconocen la textura exacta que debe tener la tierra para cada tipo de planta, sienten la tensión precisa en una rama que necesita ser podada, identifican al tacto la salud de una hoja ya que mi vista no es la de antes.

El tiempo, ese jardinero implacable, ha venido podando mis capacidades como yo antes podaba mis setos: con precisión metódica, sin prisa, pero sin pausa.

Mi cerebro, ese jardín interior de cien mil millones de neuronas, experimenta su propia poda estacional.

Los científicos determinaron hace tiempo que con cada década después de los cuarenta años perdemos aproximadamente un cinco por ciento de nuestro volumen cerebral y yo me resisto a pensar que hay cerca de un 20% menos en el mío. Es como ver cómo un jardín antiguo ve sus senderos desdibujarse lentamente, mientras otros se fortalecen creando nuevos caminos a medida que los transitamos.

He aprendido que mi corteza prefrontal, esa ejecutiva en jefe que supervisa mis decisiones, se reduce casi un uno por ciento cada año, como un arbusto que necesita poda constante.

El hipocampo, ese archivador personal de memorias que todos llevamos dentro, puede perder hasta un veinte por ciento de sus neuronas cuando hemos llegado a los ochenta. Pero como todo buen jardinero sabe, la naturaleza siempre encuentra el camino: nuestro cerebro, como un jardín resiliente, desarrolla nuevas conexiones, nuevos senderos neuronales que compensan los que se han perdido.

Pero hay algo que el tiempo todavía no ha podido llevarse completamente; mi olfato. Es curioso cómo funciona la memoria olfativa. El aroma del jazmín me transporta instantáneamente a aquellos veranos de mi juventud en el jardín de la casa de mis futuros suegros y mi etapa de noviazgo. Los neurocientíficos explican que esto se debe a la conexión directa entre el sistema olfativo y el sistema límbico, responsable de las emociones y la memoria. Es fascinante cómo, mientras mis neurotransmisores de dopamina y serotonina disminuyen con cada década, mis recuerdos aromáticos permanecen intactos, como flores preservadas en el herbario de mi memoria.

Cuando diseñaba estos espacios sanadores, cada elemento que incorporaba tenía un propósito. Las lavandas no estaban allí solo por su belleza púrpura; sus propiedades ansiolíticas están respaldadas por estudios científicos que demuestran cómo su aroma reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Los senderos amplios y las bancas estratégicamente ubicadas no son solo por estética; son parte de un diseño universal que considera las necesidades de movilidad reducida que muchos experimentamos con esta edad. Cada elemento estaba pensado para estimular diferentes áreas cerebrales, como un ejercicio mental que fortalece nuestras conexiones neuronales.

Los jardines sensoriales que diseñaba son más que espacios verdes; son santuarios donde el tiempo parece ralentizarse. La investigación en neurociencia ambiental hace mucho que ha demostrado que pasar tiempo en espacios verdes puede mejorar la función cognitiva, reducir la inflamación sistémica y fortalecer el sistema inmunológico.

Yo no me enfermo con facilidad, así que creo que allí está la respuesta. Además, también los años de investigación demostraron que la exposición a la naturaleza reduce el estrés oxidativo cerebral, actuando como un protector natural contra el deterioro cognitivo. Para aquellos que, como yo, sienten el peso de los años, estos jardines ofrecen algo más que belleza, son una forma de terapia natural que alimenta nuestro jardín neuronal.

Mis nuevos recuerdos ya no se graban con la misma nitidez que antes; son como huellas en la arena que la marea va desdibujando suavemente. Mi memoria episódica, la que guarda los eventos específicos, se ha vuelto más selectiva, como un jardín que elige qué flores conservar. Sin embargo, mi memoria semántica, esa que guarda los conocimientos acumulados durante décadas de trabajo con las plantas, se mantiene firme como un roble centenario. Y mi memoria procedimental, la que me permite podar, plantar y cuidar mis jardines, permanece intacta, resistente al paso del tiempo como las raíces profundas de un árbol antiguo.

He descubierto que el jardín es más que un espacio de sanación individual; es un lugar de encuentro donde mis conexiones sociales florecen y espero que sigan alejando el riesgo de demencia en ese 50% que determinaron para personas que, como yo, pasan mucho tiempo en el jardín.

Por eso, mis jardines incluían espacios para actividades grupales, lugares donde las personas mayores pueden socializar mientras disfrutan de la naturaleza. Como las plantas que crecen mejor en comunidad, nuestros cerebros también prosperan en la compañía de otros.

¿Quién se ha llevado mi juventud? Tal vez la misma fuerza que hace que las flores se marchiten y los árboles pierdan sus hojas en otoño. Pero como todo buen jardinero sabe, el fin de un ciclo es solo el comienzo de otro.

¿Quién se ha llevado mi juventud? Tal vez nadie, porque cada planta, cada aroma y cada rincón de estos jardines devuelve pequeñas piezas de lo que creímos perdido. En estos espacios, todos podemos reencontrarnos con fragmentos de vitalidad que nunca se fueron, solo estaban esperando florecer.

Como un jardín bien cuidado, nuestro cerebro puede mantener su belleza y funcionalidad durante muchos años, siempre que le demos la atención y el cuidado que merece.



Para terminar, una pequeña reflexión: La vejez puede sentirse como una pérdida de uno mismo, una especie de despedida gradual. Pero no tiene por qué ser así. A través del paisajismo, es posible crear espacios que no solo atenúen los efectos del envejecimiento, sino que también celebren la vida en todas sus etapas. La naturaleza ofrece un consuelo silencioso, un recordatorio de que, aunque el tiempo pase, siempre hay belleza y significado por descubrir.

El cambio es inevitable, pero la forma en que nos adaptamos define nuestra calidad de vida. Invertir en jardines sanadores y terapéuticos es invertir en la resiliencia de nuestra sociedad. La juventud no es algo que podamos recuperar, pero sí podemos crear espacios que devuelvan vitalidad, propósito y conexión. Tal vez no podamos detener el tiempo, pero sí podemos diseñar entornos que lo hagan más amable.


Palabras claves: #jardinessanadores #jardinesterapeuticos #jardinesinclusivos #geriatría #gerontología #accesibilidad

Raúl Rodríguez Mauna

Director de Expansión Comercial y Desarrollo Sostenible en “INDOMUS Viviendas Universales” - Guío a inversores en el sector inmobiliario hacia modelos de negocio rentables y sostenibles en el ámbito de la vivienda

3 semanas

Querido Claudio, Tu artículo me ha emocionado profundamente. A mis 78 años, comparto tu reflexión sobre cómo el tiempo nos poda, pero también permite que florezcan nuevas conexiones. Como mendocino, entiendo la fuerza de los recuerdos ligados a la naturaleza: el aroma de los duraznos siempre me lleva a los veranos de infancia. Tu visión de los jardines terapéuticos como espacios de sanación y encuentro es inspiradora. Diseñar lugares que acompañen todas las etapas de la vida no solo embellece, sino que también da propósito y vitalidad. Gracias por recordarnos que la vejez no es un fin, sino un nuevo comienzo lleno de oportunidades, así lo pienso...así lo vivo Un fuerte abrazo , mi admiración y felicitaciones por hacerme "viajar" en el tiempo, Raúl

Rosa Aizpurua González

Cofundadora y Analista de Entornos en el Estudio de Arquitectura “INDOMUS Viviendas Universales” l Consultora de Accesibilidad Turística

3 semanas

Claudio, muy interesante tu reflexión sobre el paso del tiempo. La conexión entre la naturaleza y nuestra salud es realmente poderosa. ¡Un verdadero homenaje a la naturaleza y a la vida!

Feliciano Filgueira Caro

Contador Digital Independiente. Integrante de Comisión Tributaria del Colegio Contadores de Chile. CEO y Fundador de Impulsaprende SpA. Docente en Indep del Colegio de Contadores de Chile.

4 semanas

Bien dicho, Claudio un abrazo !!!

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