NO QUIERO APRENDER MÁS...!
... Porque es lo que llevo haciendo desde hace casi setenta años, o al menos desde que tengo uso de razón y empecé a ser consciente de qué era aprender. Toda la vida obligado a ello. A aprender los nombres, las letras, las fechas; a aprender el significado de lo que me rodeaba. A aprender lo ya pasado para lidiar con el futuro. Aprender a amar y a odiar y a asumir que los demás hacen lo mismo contigo.
Aprender a acumular el tiempo sin que te pese demasiado. Aprender a prepararse para cuando llegue el momento en el que ya no tengas nada que aprender o, sencillamente, no quieras seguir haciéndolo.
Yo ya no quiero continuar aprendiendo. No por creer saberlo todo, ni mucho menos, sino porque he aprendido que la ignorancia también enseña pero sin estar obligado a observar, retener, entender y demostrar.
No quiero.... Y no quiero aprender más para tener tiempo de reflexionar sobre lo aprendido. Debo limpiar y ordenar el trastero de los conocimientos amontonados a veces sin ton ni son. Tendré que tirar muchos al olvido; otros quizá merezcan la oportunidad de la reflexión. Algunos encontrarán un nuevo espacio y el resto quedarán simplemente expuestos ante mi vista y mi curiosidad, preparados para ser desentrañados, descubiertos, desmenuzados o a lo mejor reconocidos de antaño y revividos con cariño. Será la ocasión de escudriñar lo aprendido porque me habré negado a aprender más.
Habrá quien diga que mi pretensión es propia de un iluso e ignorante que desconoce que aprender es algo orgánico, inevitable mientras hay vida. Discrepo. Las experiencias que cada minuto que pasa nos proporciona la simple existencia no tienen por qué acarrear enseñanzas ni conclusiones. Pueden ser hechos, sin más, una sucesión de acontecimientos de los que somos actores o testigos y que transcurren sin dejar poso, sin moraleja, sin una lección ni una huella que llevarnos al recuerdo. La vida a partir de ahora no quiero que sea un libro de texto. No quiero marcapáginas en el calendario, ni episodios subrayados en la memoria. No pasaré ya por ningún examen.
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¡Es que no aprendes!, nos han dicho constantemente, o así aprenderás, por las buenas o por las malas, apostillaban. Pues bien, ahora ya para qué, me pregunto. Qué sentido tiene si ya no va a haber tiempo ni de comprobar lo que a partir de hoy pudiera aprender ni tan siquiera de olvidarlo. También para esto último, por cierto, es útil dejar de aprender: para no sufrir con el olvido.
Con una mochila a rebosar no necesito nada más. Tengo lo necesario para seguir adelante con el peso justo. Ya sé, porque lo he aprendido, que la vida es un rato; que los amigos, un lujo; que la pareja, una lotería; que los hijos, un orgullo; que el dinero, un dictador; que la noche, un refugio; que la soledad es la compañera que llena los huecos del alma. Eso lo tengo grabado y no necesito mucho más.
Después de tantos años enseñando, por cierto, y obligado a acumular conocimientos para luego transmitirlos, confío en haber cumplido mi obligación pero que nadie me pida a partir de hora que aprenda más para enseñar ni que enseñe más de lo que aprendí. Lo que me digan desde hoy los libros, la calle, las voces, los maestros y la experiencia tendrán la importancia de una anécdota, casi de un déjà vu. No tener que aprender supone quitarse un peso de encima para caminar ligero lo poco que queda hasta el próximo recodo.