Recuerdos imborrables

Recuerdos imborrables

Pienso que Maradona fue un ejemplo de la identidad del imaginario de toda sudamerica. Diego fue dramatismo puro toda su vida. Representó ese sentimiento de tantos “pelusas” del sur del sur donde siempre todo es tan difícil. Ese sur del sur donde todo parece más frágil y el sufrimiento invisible se esconde entre los bosques nativos, la inmensidad de la montaña o de la pampa infinita. Donde el viento intenso y el frío insolente hoy se han detenido para llorar. Al sur del sur, en el fin del mundo. Ahí donde hoy llueven lágrimas silenciosas. Ahí donde Maradona batalló tantas veces como si todo lo que estuviera haciendo fuera imposible. Así era Diego. Una secuencia imborrable de momentos épicos. Lo conseguía, pero siempre estaba al borde de no conseguirlo. Como tantos y tantas “pelusas” del fin del mundo.

Adorado por sus prodigiosos malabarismos. Fue algo así como una síntesis viva de las debilidades humanas, o al menos masculinas, para ser más justos y rigurosos. Pero hoy no hablaré de sus sombras, de sus naufragios por sobredosis de éxito o del peso de su propio personaje. Hoy escribiré sobre la parte más brillante de su viaje en esta vida, y agradeceré al deportista por haberme enseñado a vivir, amar y a gozar el fútbol toda mi vida.

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Lo vi mil veces por la televisión y cuatro veces en directo. Imágenes imborrables. Las cuatro veces me encantó, me deslumbró, me maravilló y me ilusionó. Llevaba el balón cosido al pie y parecía tener ojos en todo el cuerpo. Lo vi en el Estadio Nacional de Chile el día de mi cumpleaños el 11 de marzo del año 1980 en compañía de mi padre. Se jugó con balón de color amarillo. El mejor regalo de cumpleaños de mi vida. Diego jugaba en Argentinos Juniors en esa época. También lo vi el 19 de mayo del año 1994, previo al mundial de Estados Unidos. Un amistoso entre Chile y Argentina. Luego el 7 de octubre de 1995, en estadio de la Bombonera de Boca Juniors, dando yo mis primeros pasos profesionales en el mundo del periodismo. Diego Maradona volvía a Boca con un novedoso mechón amarillo en su cabeza después de haber cumplido 15 meses de inactividad oficial a raíz de la suspensión que le había impuesto la FIFA por el doping positivo en el Mundial de Estados Unidos. Y la última vez que pude disfrutar de su magia fue el 2 de marzo del 2006 vistiendo la camiseta de Universidad Católica de Chile. Un privilegio, la verdad. Su arte encendió todos los campos de juego donde le tocó interpretar su mejor versión.

¡El deber de la memoria!

La licencia literaria me permite escribir que el tiempo, el implacable tiempo, cometió la estupidez de seguir transcurriendo, y optó por no detenerse y acumular un montón de presentes vulgares encima de ese presente perfecto de junio de 1986 cuando Diego fue campeón del mundo en México. Aquel día 26 ante Inglaterra cuando cerró los ojos. Se dejó caer hacia adelante, con el cuerpo inclinado, y dejó en silencio a todo el mundo. Todo. Dio 44 pasos y 12 toques, todos con la zurda, por supuesto. Una jugada que duró 10 segundos y seis décimas. Desde mi perspectiva, la obra más maravillosa de la historia que hizo alguna vez un ser humano con una pelota en los pies.

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Ese fue Diego y ese será hasta el final de los tiempos. Al menos yo tendré siempre la honestidad de recordar todos estos tesoros para toda mi vida. Y no me importa lo que hizo en su vida y con su vida, menos en estos momentos. Ahora me importa lo que hizo y dejó en la mía.

¡Gracias totales y descansa en paz!

Roberto Cabezas Ríos

Top1 HR Influencers in Spain I International speaker I Expert in Higher Education Management I Executive Coach I Consultant & Advisor I Human Resources Strategy & Management

1 mes

Cuatro años han pasado:(

Julio Wais

Consultor de comunicación en materia de sostenibilidad | Creador de NFs

4 años

Buenísimo Roberto

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