REFLEXIONES SOBRE LA ECONOMÍA DEL ARTE ¿PERO QUÉ ARTE?

REFLEXIONES SOBRE LA ECONOMÍA DEL ARTE ¿PERO QUÉ ARTE?

Establecer una problemática relacionada con la economía de las artes, es un ejercicio que trata de verificar en qué lugar o punto se encuentran los quiebres de una de las dimensiones más preciadas y antiguas de la humanidad, a saber la dimensión artística. Y si bien la relación del ser humano con el arte, data, casi a la par, del encuentro del mismo con su esencia, que desde las corrientes metafísicas de comienzos del siglo XX, el estructuralismo lingüístico y el psicoanálisis, sitúan esta substancia en el registro simbólico, se distingue que el hombre en su afán de comunicarse, a través de sus trazos o pinturas rupestres prehistóricas, en ellas también planteó la posibilidad de pensar en uno de los impulsos inherentes humanos como es el del reconocimiento de sus semejantes y la capacidad para apuntar hacia algo trascendente mediante el ejercicio creativo a partir de inspiraciones, interpretaciones y percepciones del mundo. Lo anterior nos noticia de la existencia de la dimensión artística.


Esta dimensión artística, a lo largo de la historia, ha maravillado, ha engrandecido e incluso ha justificado la existencia de la humanidad en el planeta. A través del arte, se hace inteligible que la diferencia con los demás animales se plantea desde una perspectiva de la obra, como punto de partida. La obra, más allá de cualquier acción o hechura objetal humana, es algo que habla y que contiene en su contenido simbólico parte del artista. Según Heidegger, el artista es por la obra y viceversa, lo que quiere decir que si queremos reconocer al artista debemos contemplar la obra. Y evidentemente, tratando de interpretar y comprender la obra, llegamos a captar parte de la esencia y la identidad del artista.


Esta relación indivisible dual de la que hablamos en el anterior párrafo, más allá de lo trascendental que supone, no puede negar la categoría que se desprende de su análisis estético, a saber, la categoría denominada belleza. Asunto que permite ver el arte como una de las dimensiones más loables y sagradas de la humanidad. De acuerdo a esto, sería inútil cuestionar la economía de las artes, en los significados del arte propiamente dicho. Sería más fácil cuestionar las dinámicas de las relaciones inherentes a los procesos económicos; y sobre todo, si pensamos que el arte enmarcado desde una dinámica económica capitalista, se engendran términos imprescindibles como: consumo, producto y consumidor, por nombrar algunos.


Si el arte es esa faceta de la humanidad que porta uno de los sentidos de la trascendencia y que emerge resultado de un montón de circunstancias orquestadas en gran medida por el azar y el deseo humanos, pensarla como producto de consumo, conlleva a la inferencia de que el arte también entra en las dinámicas de la competencia. Los seres humanos de la posmodernidad, evidentemente consumen arte; por poner un ejemplo, el solo hecho de ver cuántos usuarios pagan una membresía de spotify para tener todas las obras artísticas musicales de sus cantantes favoritos o de otros usuarios haciendo lo mismo con otras plataformas de su arte preferido, nos permite dilucidar que efectivamente el arte musical desde el consumo por plataformas virtuales, es un producto competitivo. La pregunta es si lo hacen motivados por el efecto del consumo, mecanismo producido por el entramado simbólico que tiene este artificio capitalista o por amor al arte y la contemplación de la belleza humana a través de la interpretación de la obra de los artistas.


Este es nuestro punto de partida. Para hallar una dificultad en la economía del arte, necesariamente debemos hablar de la economía que dirige la agenda global, y esto refiere a las lógicas relacionales desprendidas del mecanismo económico preponderante. 

Vivimos en una sociedad de consumo, donde existe un mercado de infinitas posibilidades y un consumidor de infinitas posibilidades (por las opciones de deuda o crédito) para acceder a los objetos que se comercializan. Estos objetos en muchos de los casos, no los necesitamos. Pero se ha creado una ilusión para creer que los necesitamos. Muchos de ellos han sido convertidos en estrategias de marketing potente y se acercan a un impulso humano ahora en la actualidad, más buscado que en otros momentos históricos y es el de ser reconocidos por un otro; ser vistos en un otro, ser para el otro. Pero este otro no es lo que en otrora significó la cumbre de la idealización moral, como la iglesia o las monarquías, e incluso más atrás, los imperios, entre otros. Lo que el hombre busca en el reconocimiento del otro, está en el estatuto de la popularidad, la fama, ser influenciadores. Y claro, los influenciadores contemporáneos, son personajes que comparten 24/7 su vida con sus seguidores, ventilando sus intimidades, compartiendo ocurrencias, manifestando sus intereses y en ocasiones dedicándose al ocio para entretener, alcanzando niveles exorbitantes de veneración por la banalidad misma. A su vez, la sociedad de consumo aprovecha estas narrativas de identificación, para plasmar sobre la tentativa de ventas a estas caras famosas, imponiendo el discurso seductor sobre los consumidores para que ellos compren sus objetos no por lo que son, sino por lo que les han hecho creer que significan.


Ahí está el quid del asunto, sobre las líneas de disertación anteriores, subrepticiamente surge una pregunta que desemboca en este escrito y es si el consumidor contemporáneo consume arte. O este es consumido por una ilusión idealizada del arte. Incluso en el gremio musical específicamente, es común escuchar la palabra: “industria” para referirse a todas las formas en que una propuesta musical se convierte en un objeto de consumo masivo y las posibilidades para que esta sea tendencia. Esta tendencia, marca la pauta de próximos lanzamientos que aseguran volumen o tráfico de consumo. De allí se nos permite discernir que no necesariamente estos productos musicales, maquilados por la industria, sean lo que el ser humano necesita, pero si los que apuntan hacia ese ideal que ha sido popularizado e influenciado por personas que le hacen creer a su espectador que este ha alcanzado un grado alto de desarrollo humano denominado: éxito y reconocimiento por este último.


El problema que se sitúa en esta perspectiva es que el arte también domeñado por el discurso capitalista, tal vez ha perdido el brillo de sus tiempos clásicos o en los albores de la posmodernidad con Heiddeger mencionando la relación, que en mi opinión es de tono romántico, entre el artista y la obra. Ahora la obra es vacía, es sin sentido, es banal, es repetitiva, es comercial. Lo inversamente proporcional es la otra cara: el artista. Este revela un aspecto banal, vacío, carente de sentido, pero popular, famoso, solo. Artistas con consumidores a su disposición, pero carentes de contempladores de su obra, críticos, analíticos. El saldo es mucho más desolador cuando se piensa en el consumidor: ¿quién es este? al parecer desde esta lógica, es un precario buscador inconsciente de la verdad, que cree hallarla donde más followers hay. Si tiene la economía del arte un problema es el modelo económico mismo que privilegia el consumo de obras vacías y que sean portadoras de imágenes emparentadas a los ideales del éxito y la fama. 


¿Solución a esto? contingencias en la industria. Modificación de su objeto. Que no sea más industria, y que pase a taller, que vuelva a los orígenes, donde se exaltaba lo que no somos, pero que podemos ser; que apunte hacia algo trascendental pero realizable, un arte que nos vincule y que a pesar de nuestra soledad, nos permita compartir la contemplación de aquello que nos une como humanos; el arte, que germina y nutre la comunidad, que sea cultivo de cambio social, es decir una auténtica apuesta por lo cultural, porque seamos cada vez más nosotros mismos, pero mejorados. 

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Otros usuarios han visto

Ver temas