REGAR LA RAÍZ
REGAR LA RAÍZ
RAMÓN ANTONIO LARRAÑAGA TORRÓNTEGUI
La sobriedad se quebranta en el mínimo ruido sobre un sentimiento que ha sido recientemente dañado. La esperanza se pierde sin motivo aparente cuando el espíritu anhelante presiente no desean ayudarle. La persona más digna se tropieza en el caminar entre ánimas. El amor no se deja tocar ante el descontrol de los sentimientos. La mente camina entre tinieblas asumiendo ser atacada por la historia al creer la sigue. Las flores pierden su aroma ante el recuerdo de un jardinero atroz. Las personas llevan sus insatisfacciones de aquí, allá; y las dejan caer como nubes con sus rayos en las llanuras sedientas de agua dulce.
Todo cae sobre mojado, todo hiere en el recuerdo de un pasado que se expande poniendo en estado de alerta lo que no observa pero siente en ese silencio que calla sin poder escapar y sale cuando llega el instante aunque ya sea tarde. Los recuerdos en amores fallidos respiran, se alzan, caen como sombras alineadas para robar el entendimiento en la pesadumbre de esa mente atormentada, ese negro recuerdo que no ceja en su empeño de hacerse presente, se niega a cicatrizar reparando el daño, desprenderse para siempre. Allí está perforando, colándose entre fibras y agujeros mal cerrados poniendo alfombras rojas en sentimientos fallidos.- nadie repara, se lo dejan al tiempo.
Si, los deseos callaran, si el ser humano se respetara ese silencio seria venturoso presagio de buenos amores, pero lo esconde en la invisibilidad creyendo que en ese oscuro lugar nadie lo notara, sin embargo a cada caricia, palabra amorosa, contacto deseado no existe poder lo detenga en su salir. El amor es como las hojas de los árboles que caen cada cierta temporada para volver a verdecer, es su señal cargada de energía, su olor renovado, solo es cuestión de usar los sentidos para captar lo que la generalidad ignora de sus actos. Los sentidos sirven, el deseo lleva al abrazo, a tocar, dar caricias, desearlas. No poder dormir por las noches, son señales que no deberían ser ignoradas. El amor termina como inicia, se va tomando posesión, al paso del tiempo se olvida atender, se va achicando, doliendo hasta que cae lluvia ácida en el huerto secando desde la raíz.
La vida se vive aprisa y se disfruta despacio, cada día exige agua para ser alimentada, la palabra amable es el agua que el humano usa para nutrirla. Duele ante la frase hiriente, se va oscureciendo hasta asomar el gris sentimiento en detestar. Todo es cuestión de ritmo en el quehacer diario, palabras sanas, caricias sin mentiras, encuentros con respuestas precisas, eso es lo hermoso, lo que a diario debe asomar en cada pensamiento. Regar el corazón amado se hace en el fondo y no por encima de la piel, es el principio y el fin, su rastro con olor agradable. Mirar de frente, tocar su puerta, usar la llave de las palabras, seguir el sendero a donde a nadie se le ha permitido caminar antes.
Los pasos se dan seguros, conjuntos que sirvan durante el día para que en la noche se descanse a su lado tranquilo, se viva en sus sueños, sea parte de su destino y el amor sea una realidad, no solo el dormir juntos pero separados. Dormir así, es sonreír con precisión mientras se sueña, es confiar, tener delicadeza, cumplir promesas. Cuando uno está dentro, en ese jardín, ese mirar, el beso arrebatado, la caricia deseada debe cerrar la puerta tras de uno y tirar la llave para que nadie la encuentre.
Comenzar sin que el tiempo cuente, sin pendientes, es vivir en tierra de uno, es morir de amor con lo que se ama. Son momentos en que el corazón palpita, la sangre arde, el pulso es nervioso, es amar temprano ante que caiga la noche, es abrir los oscuros escondites para recorrerlos conociendo esos secretos. Abrir las salas vacías para llenarlas de vida, llenar huecos, iluminar pensamientos, sacarlo lo malo, sembrar la semilla. Ese es el tiempo en que enmudecen las palabras para dar paso a las acciones, donde los labios no se cansan buscando a su compañera en un beso interminable, profundo, placentero. Es el instante perfecto, el moño del regalo que la vida ofrenda frágil, sin fallas, y el enamorado jardinero ejecuta su obra regando la flor que ama.