Roomies, coliving y la nueva normalidad: el lifestyle que no pedimos pero igual vivimos.
A raíz de una noticia que vi en The Clinic titulada "Vivir con roomies hasta los 35: cómo la crisis inmobiliaria reajustó la forma en que conviven los profesionales chilenos", no pude evitar pensar: Honey, esto no es nuevo, esto es Chile... solo que ahora le pusieron nombre fancy. Porque sí, en California y Europa ya lo tienen ultra normalizado, pero acá llevamos años viviendo con los primos, los amigos o esa tía que te arrendaba la pieza con baño compartido. En esencia, es lo mismo: compartimos espacio porque la plata no alcanza, pero ahora lo disfrazamos de lifestyle millennial.
¿El motivo? Fácil. El arriendo promedio en Santiago ya está en $450.000 (gracias, Houm, por recordarnos nuestra pobreza). Así que compartir se volvió no solo necesario, sino cool. Porque entre vivir en un mini-depa en la periferia o compartir un departamento decente en una comuna con metro, áreas verdes y delivery de sushi, obvio que ganan los roomies.
Ahora, si le agregamos un poquito de glamour, entramos al terreno del coliving. Imagínalo: tu pieza privada con baño incluido (porque nadie quiere compartir el baño, ni en tiempos de crisis), pero con cocina común, gimnasio, coworking y hasta clases de yoga. Es como un hotel boutique… pero compartido. Sounds cute, right?
La verdad es que el coliving tiene todo el marketing del mundo para venderse como la solución ideal. Pero, seamos sinceros, esto es básicamente resignación millennial con luces LED. En Estados Unidos y Europa lo venden como el futuro de la convivencia. Aquí, es lo mismo que llevar a tus primos al mall y decir que estás teniendo una "experiencia comunitaria".
Chile no inventó los roomies, pero siempre los tuvimos. Esos amigos que llegan "por mientras" y terminan quedándose dos años. El primo de región que comparte pieza contigo porque entró a una U en Santiago. La diferencia ahora es que no es algo temporal; es una necesidad permanente. Vivir solo es caro, y mientras no bajen los precios del arriendo, vamos a seguir compartiendo espacios, aunque nos vendan la idea de que esto es una elección moderna.
Aquí viene la reflexión profunda (tipo epílogo de capítulo de Grey’s Anatomy). Vivir con roomies no es malo; tiene sus momentos divertidos, sus dramas dignos de reality y hasta buenos recuerdos. Pero no deja de ser un parche a un sistema que no nos da opciones reales.
Porque al final, no es que los millennials y la Gen Z no quieran "comprometerse", como dice el rumor. Es que el mercado inmobiliario nos dejó fuera hace rato. Y sí, compartir gastos es una solución práctica, pero no podemos romantizarlo. Sería ideal que compartir fuera una elección y no el resultado de un sistema que nos empuja a resignarnos.
El problema no son los roomies, ni el coliving, ni el "me voy a la casa de mi primo mientras tanto". El problema es que nadie está ajustando las reglas del juego. Ni las políticas públicas, ni las inmobiliarias, ni los bancos. Necesitamos cambios de fondo, no soluciones parche.
Por ahora, celebremos a los roomies buena onda, a esos con los que puedes compartir gastos, Netflix y hasta una botella de vino después de un día meh. Pero no perdamos de vista que esto es una respuesta a un problema más grande. Porque, al final del día, todos queremos un espacio propio donde no tengamos que etiquetar el yogurt en el refri.
Cariños, Tracy