No sé que tiene el mar...

No sé que tiene el mar...

Hace unos días tuve la fortuna de disfrutar, gracias a la hospitalidad de unos grandes amigos, del Mediterráneo. Momentos para reflexionar, desatascarme, limpiarme y tomar decisiones. La imagen me gustó e hice la foto pero no fue hasta más tarde, viéndola en mi móvil, cuando me dí cuenta de que realmente era una metáfora vital.

La orilla estaba repleta de huellas tras el deambular humano continuo y constante y cada una lleva intrínseco el peso vital de cada uno de nosotros, porque la forma en la que andamos, desde un punto de vista puramente físico, dice mucho de cómo vivimos. Hay huellas que se hunden en la arena y otras que apenas se perciben, como cuando andamos de puntillas. Existen huellas rotundas y también las hay delicadas; pero todas con su propia personalidad.

Pisamos la fina arena sintiéndonos parte de ella aunque nos cueste trabajo levantar los pies para dar el siguiente paso; a veces tropezamos con algunas piedras pero ninguno nos resistimos a la necesidad de sentir la caricia suave de las olas o su fuerza vigorosa.

Para mí, el gran aprendizaje es que todas las huellas son efímeras. El mar marca su propio ritmo vital; vomita desde lo más profundo todo lo que le sobra y lo posa en la orilla como una forma natural de supervivencia y lame todo lo que ocurre tierra adentro. Es un continuo viaje de ida y vuelta. Nuestras huellas son borradas cada día de una playa que alterna su virginidad y mancillamiento con la hospitalidad de quien acoge y la ternura de quien comprende, sin juzgar y con respeto. 

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