Sentido de pertenencia
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Sentido de pertenencia

La psicología humanista se centra en ayudar a las personas a desarrollar todo su potencial, apostando por el crecimiento personal o la libre voluntad del individuo. En contraposición al conductismo o al psicoanálisis, que se centran en la conducta humana anormal, la humanista asigna una importancia esencial al individuo, a la libertad personal y al libre albedrío, y tiene una fortísima conexión con la naturaleza humana.

En esta rama de la psicología destaca Abraham Maslow, cuya “pirámide de las necesidades humanas” leí hace tiempo y he sentido la necesidad de repasar esta semana. Maslow establece que el ser humano tiene una serie de necesidades de distinta índole que se pueden organizar en forma de pirámide, de forma que sólo se atienden las superiores cuando se han satisfecho las inferiores. Simplificando el esquema, tenemos que en la base están las necesidades fisiológicas junto con las de seguridad y protección. En la cima se encuentran las de reconocimiento y las de autorrealización. Y justo en medio de ambos grupos la necesidad de afecto, de filiación, de amistad, de amor… Según el autor es cuando tenemos estas necesidades satisfechas cuando empezamos a encontrar la motivación para desarrollar lo mejor de nosotros mismos, cuando estamos capacitados para avanzar hacia la cúspide de la pirámide. En este mismo nivel de los afectos estaría el sentido de pertenencia a un grupo, a un conjunto más numeroso de seres humanos que nos ofrecen su aceptación, que nos incluyen y sin cuyo apoyo nos falta algo para progresar en nuestro desarrollo personal.

Maslow decía que una persona sin vínculos, sin grupos a los que sentirse unido, desemboca en tristeza, en soledad, ansiedad y depresión. Concedía a este sentimiento una importancia vital en el desarrollo cognitivo de la persona y en su bienestar.

Confieso que nunca había reflexionado tanto sobre esta teoría, en concreto sobre esa necesidad, como esta semana, a la luz de de las movilizaciones del 8-M. Y me han surgido muchas preguntas… ¿Hasta qué punto nos compensa dejar a un lado nuestros valores cuando decidimos suscribir los de determinados colectivos, con el objetivo, casi nunca verbalizado, de satisfacer nuestra necesidad de aceptación y pertenencia? ¿Es tanta la sensación de bienestar, como dice Maslow? ¿En algún momento reflexionamos sobre los valores que no compartimos con muchos de los miembros del colectivo, o incluso con algunos de los lemas públicos, de dichas agrupaciones? ¿Decidimos conscientemente, en un proceso de reflexión, ignorar esas diferencias en aras de los beneficios del sentido de pertenencia, o simplemente nos quedamos selectivamente con las que nos acercan al grupo y obviamos las que nos separan? ¿Dónde se queda nuestra capacidad de acción individual, a partir de ese día, cuando confiamos al grupo la lucha por nuestros intereses?

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