Serbia y Croacia: la rivalidad al desnudo
Una definición casi por penales, decidida por continuos tiros libres a favor de Serbia, con dos países a sus espaldas y mucha presión, quizás más presión de la que una persona pueda soportar. Una cancha de básquet transformada en algo más, en un mundo, con guerras y disputas, con un viejo resentimiento que hoy sigue latente en todos los corazones balcánicos. Así fue el partido de cuartos de final en el que se enfrentaron Serbia y Croacia por los Juegos Olímpicos.
Un clásico que va más allá de la sana rivalidad, en donde todos sus participantes saben que no hay otra salida que llevarse la victoria. Porque una derrota los llevará a no poder mirar a la cara a sus familias, a sus amigos, a sus esposas. Uno pensará que no es para tanto, pero en una región que sufrió mucho (y que lo sigue haciendo), ganar un partido de tal magnitud es más importante que salir campeón.
"Parece que siempre tenemos que ganar con drama. Estuve dos días enteros sin dormir antes de este partido ante Croacia, por los cuartos de final", expresó Milos Teodosic, el base de la selección serbia, equipo que se llevó la victoria. Esto es lo que pasa cuando juegan estas dos potencias, no hay mañana y sólo existe el hoy.
La rivalidad regional entre los dos países es por causas que están escritas en una larga y compleja historia de más de 600 años. Los episodios e incidentes que se provocaron en el rectángulo de juego (y afuera de él) son precisamente un reflejo de estos avatares. Hinchadas enfervorizadas, tan fanáticas como ninguna otra, cuya vida se resume a ese partido, a ese clásico.
Serbios y croatas son un pueblo eslavo con mínimas diferencias culturales. Hasta el siglo XIV convivieron en relativa paz, pero cuando su territorio se convirtió en la frontera entre el Imperio Otomano y los dominios de la casa austríaca de Habsburgo quedaron envueltos en un dramático juego en el que sus dominadores los obligaron a pelearse entre sí, utilizando las diferencias religiosas entre ambos (los croatas son católicos y los serbios ortodoxos) y creando una división económica entre los eslavos (los croatas se hicieron más ricos que sus "primos").
Tras la Primera Guerra Mundial nació el Reino de los serbios, croatas y eslovenos (convertido en 1929 en Reino de Yugoslavia), en el que los dos pueblos convivieron con bastante dificultad hasta que, en 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, el país fue invadido y repartido entre la Alemania nazi y la Italia fascista.
Contra ellos lucharon los partisanos comunistas yugoslavos, entre los que eran mayoría los serbios, pero el líder era un croata con visión unificadora. Este hombre no era otro que el famoso mariscal Josip Tito Broz, pero mientras él luchaba por el nacimiento de una nueva Yugoslavia muchos croatas colaboraban con los invasores a causa de los antiguos prejuicios sembrados por los Habsburgo. Incluso se formó un letal grupo fascista, los ustasha. Sin embargo, la victoria final correspondió a los comunistas y así Yugoslavia se convirtió en una república socialista de carácter federativo, es decir en la que cada región (no sólo Serbia y Croacia, sino también Eslovenia y Bosnia, por ejemplo) tenía una relativa autonomía.
Este estado de cosas se mantuvo con bastante calma hasta la muerte de Tito en 1980. A partir de ese momento los antiguos odios (no sin la injerencia externa de Occidente) comenzaron a reavivarse, hasta la eclosión de los años '90, una violenta guerra civil en la que las repúblicas de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Macedonia se separaron de sus semejantes de Serbia y Montenegro (todavía reunidas como Yugoslavia).
Las fronteras y el odio privaron a sus habitantes, y al mundo entero, de lo que podría haber seguido siendo uno de los mejores equipos del planeta. Una cantera y un modo de sentir el básquet que hoy continúa exportando talento de todos los tamaños a la NBA y a las ligas europeas. Los Bogdanovic, los Teodosic, los Saric, son algunos de los jugadores que hoy dominan sus competencias y si estuvieran juntos en una selección darían mucho que hablar.
La antigua Yugoslavia, desaparecida definitivamente en 2003 (aunque entonces ya sólo concentraba los territorios de Serbia y Montenegro) sigue siendo al día de hoy la selección nacional de baloncesto que más medallas de oro (cinco) se ha colgado en los Mundiales, ni siquiera superada por Estados Unidos, el equipo que hoy domina en todas las competencias internacionales.
Uno de los episodios que más consecuencias tuvo fue el conflicto retratado entre Drazen Petrovic y Vlade Divac en el documental “Una vez hermanos”. Petrovic y Divac fueron pilares de la selección yugoslava de baloncesto, formaron la dupla más temible del baloncesto internacional en los noventa. En este documental autobiográfico se comparte la amistad que tenían como deportistas y compañeros, que se perdió debido al conflicto de los Balcanes, donde la patria de Petrovic (Croacia) declaró su independencia de Yugoslavia, y los jugadores de baloncesto comenzaron a presentarse de forma separada en las competencias.
Su potencia fue tan preponderante que en el mundial de Indianapolis en el 2002 se llevaron el oro venciendo en la final a Argentina y desplegando un baloncesto de lujo comandados por Vlade Divac, Dejan Bodiroga y Predrag Stojakovic. Fue el último flash de una selección que fue escuela y que al día de hoy, aún separados, continúa siéndolo.
Una región donde a base de conflictos y guerras las nuevas generaciones siguen saliendo adelante, siguen haciéndose fuertes sin importar qué se les ponga enfrente y siguen siendo los mejores en lo que se propongan. Porque la gloria más grande no consiste en no haber caído nunca, sino en haberse levantado después de cada caída.
Nacho Miranda
@nachomiranda