Sistema de Admisión Escolar: el desafío de educar desde la diversidad.
Ha debutado en la región el nuevo Sistema de Admisión Escolar (SAE), vinculado a la Ley de Inclusión Escolar, cuyo principal objetivo es garantizar el fin de la selección en la admisión a todos los establecimientos subvencionados por el Estado y que implica que éstos ya no podrán elegir a sus estudiantes por factores académicos, socioeconómicos u otros. Desde su discusión inicial y hasta la puesta en marcha en distintas regiones, ha generado controversia política y social, así como dudas e incertidumbre en las familias y sostenedores de establecimientos educacionales, pero sin dudas aun cuando cada colectivo pueda tener sus puntos de vista, es el profesor de aula el que tendrá el más grande de los desafíos; pues, de acuerdo o no, deberá abrirse a la posibilidad de un aula diversa, en experiencias y conocimientos previos, en estilos de aprendizaje, en intereses, motivaciones y expectativas, ritmos de trabajo, habilidades, destrezas y capacidades y, en ese contexto ejercer su labor de educar; asumiendo que la diversidad es consustancial al trabajo docente. Será necesario que pueda entonces, tener en cuenta las diferencias de los estudiantes sin necesidad de agruparlos en categorías y ofrecerles una respuesta educativa desde la perspectiva curricular y no desde las deficiencias, que permita que cada alumno desarrolle al máximo sus capacidades participando de experiencias de aprendizaje diversificadas, ricas y valiosas, que les anime en la “aventura de aprender”.
Es que educar en y para la diversidad, implica impregnar el desarrollo de la cultura, las políticas y las prácticas pedagógicas ofrecidas a todos los alumnos de la escuela, valorando la diversidad, desde la convicción profunda que todos los alumnos pueden aprender a lo largo de su escolaridad, sin prejuzgar su capacidad para hacerlo y que, por lo mismo, es el curriculum el que se debe adaptar a sus necesidades, incorporando las ayudas específicas y los apoyos especializados que sean requeridos, cambiando el paradigma de “alumnos que fracasan en la escuela” por la idea de “escuelas que fallan a los alumnos”, que implica la transformación hacia una escuela comprensiva.
Hay que ser conscientes de las dificultades que entraña la puesta en marcha de cambios tan sustanciales como los que se derivan de la actual política pública, por ello es que centrándonos por ahora, solo en el profesor, es necesario poner foco en las características que este debe tener: ser un profesional crítico y reflexivo de su propia práctica; abierto y flexible ante el curriculum, los objetivos y estrategias planificadas, así como ante la tensión que puede provocar la falta de estructuras colaborativas y servicios de apoyo apropiados; creativo, organizado y democrático; capaz de establecer relaciones socioafectivas respetuosas, de coordinar y dinamizar la comprensión de una cultura de inclusión en la comunidad escolar en su conjunto; que sea capaz de mantener una actitud positiva ante el cambio, de motivarse internamente y de asumir su rol con humildad y generosidad: con la humildad que le permita reconocer su limitaciones y pedir ayuda para brindar a sus alumnos una respuesta educativa pertinente y, con la suficiente generosidad como para poner al servicio de otros sus conocimientos y capacidades porque entiende el bien superior de los niños, niñas y jóvenes, que en el contexto escolar se traduce en dotarlos de todas las habilidades que les permitan desarrollarse, aprender y participar en sus ambientes habituales.
El desafío es grande, pero lo es aún más para las instituciones de educación superior formadoras de profesores y para el sistema educativo actual que deberán crear los medios y espacios para que los profesores desarrollen estas actitudes, así como buscar los mecanismos que permitan ofrecer programas de formación continua a los profesores en ejercicio, para evitar que se produzca una disparidad entre lo que se pretende con las disposiciones de la normativa vigente y lo que, en realidad ocurre en la escuela.