SOBRE EL OFICIO DOCENTE HOY

Prof. María Eugenia Córdova


No nací marcado para ser un profesor así.

Me fui haciendo de esta manera en el cuerpo de las tramas, en la reflexión sobre la acción, en la observación atenta de otras prácticas de otros sujetos, en la lectura persistente y crítica de textos teóricos, no importa si estaba o no de acuerdo con ellos.

Es imposible practicar el estar de ese modo sin una apertura a los diferentes y a las diferencias, con quienes y con los cuales siempre es probable que aprendamos.

Paulo Freire, 1996.


Introducción necesaria:

En principio me gustaría aclarar que, si bien no tengo formación docente específica, puedo acreditar doce años de experiencia como docente universitaria de grado y posgrado. Soy, además, hija de una madre profesora de sordos, jubilada como directora de un colegio especial, y de un padre profesional universitario que fue docente “vocacional” en la facultad donde estudió, ya adulto y con sus hijos grandes. Creo que esto, junto con haber transitado el ser alumna desde el jardín maternal hasta el posgrado, me agregó cierto saber no académico tanto sobre el mundo de la enseñanza como sobre distinto tipo de instituciones educativas.

Ahora bien, y con absoluto respeto por quienes se han formado y se forman como docentes, me propongo reflexionar sobre el oficio docente, y sobre el impacto transformacional que la práctica docente tiene (o podría tener) sobre los sujetos de enseñanza. Sujetos que construyen conocimiento en el contexto de la interacción con sus docentes.

Parto del convencimiento sobre que el oficio docente definitivamente une a los egresados de los institutos de enseñanza de todos los niveles con quienes ejercemos la docencia sin credenciales académicas. A todos nos preocupan los estudiantes, los contenidos, el diseño, las herramientas didácticas, la metodología. A todos nos ocupa nuestro posicionamiento como agentes del proceso de aprendizaje, seamos o no especialistas en pedagogía. Todos tenemos un propósito común: intervenir la sociedad a través de nuestra tarea docente, para transformarla y mejorarla.

Ese será, entonces, el eje del presente trabajo: abordar la formación del docente desde aquello que se espera de él, esto es, desde las habilidades o competencias que se espera contribuya a fortalecer o desarrollar en los alumnos. Habilidades y competencias fundamentales para que puedan insertarse laboralmente y, sobre todo, para que estén en condiciones de enfrentar los desafíos que les toque vivir en un mundo cada vez más complejo.

El foco será la enseñanza académica en un sentido amplio, más allá del nivel, sin que esto signifique negar otras fuentes de aprendizaje que se dan en espacios diversos, por fuera de las instituciones educativas. A estas fuentes y a los contenidos que aportan nos referiremos varias veces más adelante.

Parafraseando a Guillermo Magi, “la reflexión sobre nuestra práctica no es obligatoria, es necesaria”.


Sobre las expectativas

¿De qué se trata el rol docente?

Según la R.A.E., “rol” remite al papel, a la función de una persona o una organización. Y “función” a la capacidad de actuar, a una tarea que corresponde realizar, a una finalidad.

Hay muchísimo escrito y es muy difícil producir algo original respecto de este rol en particular. De ninguna manera es un tema cerrado, con una respuesta unívoca. Quizás lo más acertado sería preguntar qué se demanda hoy a quien ejerce la docencia, cuáles son las expectativas sobre dicho rol. Es una pregunta situacional, con una respuesta situacional.

Con “situacional” nos referimos a que tanto pregunta como respuesta están atravesadas por factores o cuestiones propios de un determinado momento, el cual es único e irrepetible.

 “Además de saber su materia, hoy se le pide (al docente) que sea un facilitador del aprendizaje, que establezca una relación educativa con los alumnos, que sea un organizador del trabajo del grupo, y que además de atender la enseñanza, cuide el equilibrio psicológico y afectivo de sus alumnos, la integración social, su formación sexual, etc.… desde el contexto político y administrativo se proyectan incesantemente nuevas responsabilidades sobre las instituciones educativas”. (J. M. Esteve, 2005).

Las circunstancias que nos convocan todos los días son claramente difíciles: la educación arrastra deficiencias de un nivel a otro, y esa acumulación de “baches” de formación se estrellan contra la demanda del mercado del empleo.

No basta el título secundario, ni terciario, ni universitario, ni de posgrado. Se agregan requisitos, pero nada alcanza para suplir lo que falta. La enseñanza se democratizó, pero no sucedió lo mismo con la calidad del proceso de aprendizaje. Y ahí es donde aparece el desvelo común de todos los educadores: la empleabilidad de nuestros egresados, esto es, cómo hacemos para contribuir a la construcción de recursos que conviertan a nuestros alumnos en sujetos aptos para las exigencias laborales del presente y, sobre todo, del futuro.

Como menciona Esteve (op.cit., 2015) citando a Faure (1973), “por primera vez en la historia, la sociedad no pide a los educadores que preparen a las nuevas generaciones para reproducir los estilos de vida de la sociedad actual, sino para hacer frente a las exigencias de una sociedad futura que aún no existe”.

Al cierre del Congreso Nacional de la Asociación de Recursos Humanos de la Argentina en 2015, concluíamos en que el Futuro no sólo se presenta incierto y difícil de predecir, sino que también es dinámico. Y también en que, al hablar del porvenir, de alguna manera transformamos las condiciones del presente. Fenómenos como la interacción generacional, la influencia de la tecnología y la virtualidad como nuevo espacio para relacionarnos y para trabajar, el acceso a múltiples fuentes de contenidos, son señales inequívocas de que el Futuro se halla en el Presente. No son cuestiones segmentadas, configuran una trama única en la que ya vivimos a diario. Las organizaciones entienden la necesidad de reflejar esta nueva realidad, tanto para satisfacer a sus consumidores como para responder a las expectativas de las personas que las conforman.

Se crean así nuevos escenarios laborales, los cuales ameritan nuevos dispositivos de aprendizaje que favorezcan el desarrollo de las capacidades requeridas y el fortalecimiento de las ya existentes.

¿De qué se trata el rol docente, entonces?

De formar, transformar, formatear y propiciar el interés por aprender colaborativamente, y por desaprender modelos y formas que resultan inapropiados e insuficientes, porque abordan problemas contemporáneos con soluciones viejas.

De habilitar a otros y contribuir a su posicionamiento como protagonistas del proceso de aprendizaje, reconociendo sus modalidades de apropiación de conocimientos.

De mirar a los alumnos desde sus fortalezas, valorando los saberes que traen de otros ámbitos no formales.

De incentivar la capacidad de duda y la auto- reflexión.

De construir autoridad legítima, y, desde ese lugar, generar las condiciones para que la transformación de la realidad del alumno (y la de su comunidad) sean un hecho.

De contribuir al desarrollo del sentido crítico, la capacidad de adaptación frente a los cambios, el pensamiento sistémico y la autonomía.

Sintetizando, la enseñanza es “práctica social y acción del docente” (Cols, 2011), situada en un contexto determinado que la obliga a redefinirse cada vez.


Sobre el modo de enseñar

Hasta aquí nos focalizamos en los “QUÉ”: QUÉ espera la sociedad del rol docente, QUÉ demanda el mercado laboral, QUÉ podemos hacer para contribuir a que los alumnos estén en condiciones de gestionar el presente y el futuro.

Llegó el momento de los “CÓMO”: CÓMO ejercemos ese rol, CÓMO nos preparamos para estar a la altura de las circunstancias, “CÓMO” construimos un estilo propio de enseñar.

Dirigiremos la atención entonces hacia “el docente como actor, con sus marcos de interpretación, sus intenciones y proyectos, sus estrategias y modos de enfrentar los problemas que la cotidianeidad de la clase supone” (Cols, 2011).

Esteve (op.cit., 2015) propone como primera tarea encender el deseo de saber, asumiendo que la tarea docente consiste en reconvertir lo que se sabe y hacerlo accesible al grupo de alumnos.

¿Cómo se genera esta reconversión de saberes? “…planificando la educación en términos de las actividades de aprendizaje que deben realizar los alumnos, y no en términos de las actividades de enseñanza que va a desarrollar el profesor” (Esteve, op.cit. 2015).

¿Cómo aprenden los alumnos? “… ellos sólo aprenden cuando se implican en una actividad de aprendizaje” (Esteve, op.cit. 2015), cuando aprenden a pensar y pueden buscar y encontrar sus propias soluciones. Cuando logramos despertar su curiosidad, “y cada clase se convierte en un proceso de descubrimiento” (Esteve, op.cit. 2015).

¿Cómo enseñamos? En el aula se despliega el singular estilo de cada docente, alimentado inevitablemente por su historia de vida personal y profesional, su propia experiencia escolar, su motivación vocacional, su propósito, y, particularmente, la interacción con el alumno y/o el grupo de alumnos.

El docente trabaja desde su marco de referencia, desde su modelo mental, entendido según la definición de Peter Senge como la integración de supuestos arraigados en nuestras mentes: “representaciones, imágenes o historias que influyen en cómo vemos al mundo”.

No escapa a ese mundo la forma en la que desarrollamos nuestra tarea específica, que no será más que la consecuencia de dichas representaciones, las cuales, para no caer en la profecía autocumplida, deberían ser flexibles a la “de- construcción” y a la posibilidad de re- formulación, partiendo de la convicción sobre sobre que tanto alumnos como docentes pueden cambiar y desaprender lo aprendido.

A su vez, Estela Cols (op.cit., 2011) cita desarrollos que llaman la atención sobre los aspectos actitudinales del docente y sobre cómo influyen en el espacio de aprendizaje. Menciona características personales de impacto positivo tales como la autenticidad, la congruencia, la empatía, la comprensión y aceptación de la subjetividad del alumno, la confianza y el estímulo a la iniciativa y a la independencia, la atención, la cercanía, el humor, la tolerancia...

Dentro de la dupla docente/ alumno, lo emocional cobra protagonismo y es ineludible de la cognición. La potencia y enriquece, y atraviesa las representaciones sobre el alumno, el acto y el proceso de aprendizaje, así como también el tipo de consignas o actividades que se pueden proponer y las dificultades o imprevistos que pudieran surgir.

La tarea docente comienza cuando tomamos decisiones sobre la planificación, los contenidos, los objetivos y los recursos a utilizar. Como dijimos estas decisiones también se retroalimentan de nuestra percepción sobre las posibilidades, dificultades y potencialidades de cada alumno y cada grupo.

Serán requisitos no sólo la movilización de determinados saberes sino también el manejo de los tiempos, el ajuste de los contenidos en función de las necesidades del grupo y la currícula de enseñanza, el aprovechamiento y valoración de los aportes de los alumnos y la sensibilidad a los emergentes que pudieran surgir.

Los emergentes no pueden ser eludidos, como tampoco aquellas contribuciones de otros espacios de generación de conocimientos no formales.

La tarea docente entonces será acción en relación, estrategia en acto, vivencia que transforma, (re)construcción cultural y, desde el momento en que el docente es un actor institucional, práctica atravesada por el contexto normativo, ético y político de la institución en la que el docente realiza su tarea (Cols, op.cit., 2011).


A modo de cierre

Hasta aquí un recorrido personal que no pretende ser exaustivo, y mucho menos dar respuestas certeras sobre los desafíos que enfrenta el docente hoy.

Hemos podido identificar que el desarrollo de la profesión, más que una sucesión de hechos puntuales, es un proceso discontinuo, atravesado por avances, regresiones, aporías y acontecimientos críticos que provocan cambios de rumbo.

Seguramente habrá otras miradas y otros puntos de vista que complementen o contradigan lo expuesto hasta aquí, pero que seguramente coincidirán en que el propósito del proceso educativo va más allá de los contenidos y es superador respecto de los objetivos.

Decimos que es superador en la medida en que busca asegurar la construcción de aprendizajes significativos que transformen a los actores de este proceso y a la sociedad en la que transcurren sus vidas.

Por eso la orientación al mundo del empleo. Porque estudiar “salva”, pero el círculo se vuelve virtuoso sólo cuando se corona con un empleo digno y acorde a las expectativas individuales y a los estudios cursados.

La relación entre las instituciones educativas y el mundo del trabajo resulta un tema de preocupación y ocupación en distintos ámbitos, sobre todo del lado de las ONGs. Actualmente existen varios proyectos formativos que contribuyen a acercar estos mundos, esto es, que logran compatibilizar la oferta docente con las necesidades de las organizaciones.

Si bien el foco de nuestra reflexión está puesto en la empleabilidad, este no debería ser un tema privativo del nivel universitario, ya que sería óptimo que la mayoría de las habilidades socio-emocionales antes descriptas comenzaran a trabajarse desde el nivel inicial, por supuesto adecuando la metodología y la exigencia de aprendizaje al nivel cognitivo y a la edad del estudiante.

“Las instituciones educativas ya no son espacios para la transmisión de información y conocimientos; deben convertirse en comunidades de producción de conocimiento útil”, decía María Figueras, ex presidente de la Asociación Conciencia y actual integrante de la Fundación Banco Provincia en una nota periodística del año 2015.

Lo útil remite a lo que “sirve para”, en este caso a aquel conocimiento que abre caminos y genera oportunidades. “Útil” no es sinónimo de “utilitario”, ya que ese término en este contexto convertiría a las instituciones educativas en espacios de intercambio meramente transaccional, donde el docente enseñaría aquello que el mercado le pide que enseñe y el estudiante aprendería sólo aquello que cumpla con los requisitos de un empleador hipotético.

“En el proceso de construcción de mi propia identidad profesional, hace tiempo que descubrí que el objetivo último de un profesor es ser maestro de humanidad. Lo único que de verdad vale la pena, y llena de sentido nuestro trabajo como para justificar que quememos en él nuestra vida, es ayudar a los alumnos a comprenderse a sí mismos, a entender el mundo que los rodea y a encontrar su propio lugar desde el que participar activamente en la sociedad” (Esteve, op.cit,)


           Fuera de las satisfacciones familiares, creo que no hay nada tan gratificante como enseñar y aprender. Nada tan desafiante como lo singular de cada alumno y lo dinámico y cambiante del escenario del aula.

Lo más importante es no dejar nunca de recordar cómo llegamos hasta acá (qué trayectos formativos atravesamos) y en todo caso tener la flexibilidad de relativizar su eficacia en el aquí y ahora de nuestra práctica.

Cambia, todo cambia….

Cambia lo superficial, también lo profundo,

Cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo,

Lo que cambió ayer,

Tendrá que cambiar mañana,

Y así como todo cambia,

Que yo cambie no es extraño…



Referencias bibliográficas:

Esteve, José Manuel (2005) “Identidad y desafíos de la condición docente” en

Tenti Tanfani, Emilio (comp) El oficio de docente: vocación, trabajo y profesión en el siglo XXI. Buenos Aires: Siglo XXI



Cols, Estela (2011) “Prácticas de enseñanza, modelos y estilos: un marco

conceptual para su abordaje” en Estilos de Enseñanza. Sentidos personales y configuraciones de acción tras la semejanza de las palabras.

Rosario: Homo Sapiens.




jorge daniel barreto

operario central pesadas en Laboratorio LKM

5 años

Hola buen día.... Donde podría enviarte mi cv? Tengo mucha experiencia en el rubro farmaceutico

Karina Nicolussi CEO The Human Factor Group

Consultora y coach en Change Management at The Human Factor Group

5 años

Cuantas ventanas abre en mi cabeza este articulo!.Y creo se  de eso trata nuestro desafio como docentes.Se trata  de abrir nuevas ventanas para que surjan nuevas preguntas, esas inquietudes que activan la pulsion epistemofilica. Generar espacios para la de- construccion y la construccion compartida de nuevos conocimientos. Se trata de ser provocativos e interpelarnos aun sobre nuestra propia identidad. Ser facilitatores de espacios donde habiten la tension de la incertidumbre, el pensaniento critico, el intercambio . Y sin lugar a dudas : la pasion por acompañar al alumno en esa busqueda, en esa transformacion de su mirada y de su rol como humano en los entornos donde actua. Gracias Maria Eugenia por compartir estas ideas e invitarnos a una mirada mas humanista de nuestro rol.

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